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Daniel Capó

¿A qué coste?

Se acercan las elecciones más complicadas y peligrosas de la historia reciente de España

Pedro Sánchez acierta al no intensificar la respuesta institucional, consciente de que la prudencia resulta siempre mejor consejera que la sobreactuación. Es el resumen de la doctrina Kennan -contención y mano tendida- que inspiró la política americana durante los largos años de la Guerra Fría. Contención para evitar daños mayores y rupturas de líneas rojas. Contención para explotar las contradicciones internas que minan el independentismo catalán, situado en esa encrucijada entre el descubrimiento del muro de la realidad y la voluntad de perseverar en un pensamiento mágico de inquietantes consecuencias. Contención, en definitiva, como muestra de la firmeza del Estado. Y mano tendida, por supuesto, porque -como recordaba hace unos días en una brillante intervención la ministra Calviño- tras la calma será inevitable explorar la potencialidad del diálogo y los compromisos dentro del marco de la ley. Sánchez acierta, al igual que acierta Casado, manteniéndose en la prudencia, más allá de torpes deslices retóricos. Los dos miran de reojo las elecciones del próximo 10 de noviembre, seguramente las más complicadas y peligrosas que ha vivido la democracia española. Al menos en estas últimas décadas.

Complicadas y peligrosas no sólo por la sentencia del procés, sino por la repentina conciencia de la profunda crisis de Estado que sufrimos. El malestar territorial y el 15-M se han metamorfoseado en un remolino nihilista con aristas autodestructivas que aspira a demoler el sistema constitucional. Las peores patologías de esta última década (la sustitución de la democracia por un régimen meramente plebiscitario, el desprecio hacia las leyes y las instituciones, el empobrecimiento intelectual del debate público y de los representantes políticos, la asunción del pensamiento mágico como principio rector, los vicios de la partitocracia, etc.) se han multiplicado hasta el punto de oscurecer las virtudes tradicionales del parlamentarismo liberal. Nada que no hayamos leído antes, nada que no sea preocupante por sus posibles consecuencias. Y, como es lógico, sin grandes pactos de Estado difícilmente se sale de una crisis de semejante magnitud.

Complicadas y peligrosas también porque la escalada de tensión invita a los extremos. René Girard escribió un libro muy lúcido al respecto partiendo del clásico tratado sobre la guerra de Clausewitz. Llegados a un punto, los extremos se vuelven indistinguibles en el uso de determinados mecanismos mentales por más que defiendan objetivos opuestos. Es una dinámica destructiva que se retroalimenta constantemente, que se viste con los ropajes de una falsa pureza y, a menudo, con las mejores intenciones morales. Y así pretenden autoengañarse.

Las últimas encuestas nos hablan del hundimiento de Cs y del ascenso de Vox, de la caída relativa del PSOE y de la subida de los populares, de la consolidación del voto independentista y del mantenimiento del suelo electoral de Pablo Iglesias. Será interesante observar si se afianza el voto moderado de las últimas generales o si el humor de la sociedad apunta ya en otra dirección. Puede haber motivos para lo último: lo inexplicable de repetir elecciones, cuando una mayoría de españoles había votado precisamente a favor del pacto. Y las imágenes que llegan de Cataluña, de las cuales nadie -sea de la ideología que sea- sale indemne. Complicadas y peligrosas porque, de confirmarse las encuestas, la única salida viable sería una gran coalición que no parece haber madurado aún. Lo inevitable siempre llega, pero a veces tarde y mal. ¿A qué coste?

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