Pedro Sánchez no tiene tiempo para Torra. Esta aversión lo emparenta a la mayoría de españoles, incluso de catalanes ya que se habla de ambos entes como realidades incompatibles. Con una salvedad, el presidente del Gobierno no puede permitirse el ninguneo a Torra, por muy en funciones que se encuentre. El español, el catalán es titular del cargo. Los entusiastas del juicio al procés en el Supremo hemos aprendido al menos que la Generalitat representa al Estado en Cataluña, por lo que su president es un subordinado del interino de La Moncloa. Puede abroncarlo, pero no puede desoírlo, salvo que Sánchez pretenda concederle unilateralmente la independencia.
Un planeta que sobrevive a Donald Trump y Vladimir Putin no debería estremecerse por un vulgar líder regional en una esquina de Europa. Y si la memoria no falla, Torra es el president del 155, fruto de unas elecciones catalanas tuteladas por Madrid en diciembre de 2017 y en las que se juzgó más adecuado que los restantes candidatos ingresaran en prisión. Sánchez abrazó la precariedad en funciones por voluntad propia, una irresponsabilidad a la altura de Torra, con la desventaja de que el president de la Generalitat es inamovible según el Estatut y la Constitución.
Por si Sánchez no hubiera mostrado una rara habilidad para equivocarse en solitario, Cayetana Álvarez Etcétera le exigió ayer que rompiera relaciones con Torra. La portavoz de Vox en el PP también se ha convertido al independentismo, porque pregonar que el Estado ha de aislar a la Generalitat está muy cerca de otorgar la anhelada autodeterminación. Además, el actual president de Cataluña no es el primer ocupante del cargo inaceptable para Madrid. Comparte odios sarracenos con Pujol, Maragall, Montilla, Mas y Puigdemont. Ni uno de ellos está a la altura de los gobernantes excelsos que ha disfrutado España, empezando por el actual. Y siguiendo por el anterior.
