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La andanada

La verdad del toreo, más que nunca

Las imágenes que hemos vivido estos últimos días representan muy a las claras la idiosincrasia misma de la condición humana y taurina. El torero encarna al último héroe de nuestro acervo cultural porque sabe a lo que se enfrenta y asume las consecuencias de una manera estoica, casi otorgando a la vida únicamente el valor que tiene en cuanto a compromiso ético con uno mismo. Gonzalo Caballero y Mariano de la Viña nos han vuelto a poner un nudo en la garganta y a volver a replantearnos casi todos los principios. Como siempre que, en el toreo, vivimos un drama como el que ambos están protagonizando en las últimas horas.

Es la esencia de la tauromaquia, sin duda. Es una comunión con una creencia en la que el compromiso con el toro y con la propia verdad están por encima de todo. La última confesión con auténtico sentido de entre cuantas se profesan en este siglo XXI, la única sinrazón que justifica el sentido del sacrificio, a medio camino entre las creencias totémicas más antiguas desde que el hombre es hombre y las religiones monoteístas de posterior implantación. El compromiso con un animal tan mágico como el toro bravo es la única salvaguarda para el torero. Con su sacrificio (el de ambos) se sustenta ese diálogo entre la vida y la muerte tan necesario para el ser humano. Cuentan los testimonios que en Zaragoza Mariano de la Viña entró prácticamente al otro lado de la raya que delimita ambos mundos. Y la ciencia, siempre empeñada en llevar la contra a la religión, lo trajo a este lado del Aqueronte a contracorriente de la barca de Caronte, que llevaba como remos los pitones del astado de Montalvo,y obró una vez más el supuesto milagro, bajo la dirección tan profesional del doctor Val Carreres dando alas a los creyentes en el manto milagroso de la Virgen del Pilar. Y en Madrid, el día anterior, otro tanto igual con Gonzalo Caballero, herido por un astado de Valdefresno y salvado por la profesionalidad del equipo del doctor García Padrós.

Y como paradoja a tanta verdad en los toreros, también sufrimos la dureza de la mentira política en tierras catalanas. Las imágenes que llegan desde Barcelona sobre todo, pero también desde otras localidades estremecen por su dureza y por su sinrazón, pero con otro cariz totalmente diferente. Frente a la verdad de la bravura del toro y del torero, que entregan su vida y su dignidad, con el polémico «procés» venimos padeciendo el golpe atroz de la mentira. Más de 30 años de alimentar un peligroso caldo de cultivo a través de la educación ha derivado en esta ensoñación nacida, sobre todo, desde la mentira. Sin un adoctrinamiento feroz resulta difícil de entender, como ya dejó escrito Arturo Pérez-Reverte, la proliferación de perfiles como el de Gabriel Rufián, descendiente de andaluces y fervoroso independentista. Durante todo este tiempo se les ha contado una leyenda con aires de historia real que se han creído, como no podía ser de otra manera. Se les contó lo de la tierra prometida y el pueblo elegido, ante la inoperancia (o complicidad) de gobiernos de ambos bandos ( Felipe, José María, José Luis, Mariano?). Entre todos, unos más y otros menos, permitieron que la bestia se fuera alimentando, sin pensar nunca que llegara a despertar. Pero, como en el microcuento de Augusto Monterroso, «cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí».

Cualquier movimiento de independencia necesita de un opresor y un oprimido. La mentira no tiene límites, y a nuestra democracia, tan joven pero tan amplia, la han tomado los separatistas por el pito del sereno. Y creyeron que podría salir gratis pasársela por el forro y declararse el ombligo del mundo de manera unilateral. Necesitaban el ogro del tirano, y han querido hacer pasar a la justicia por vil dictadora, convertirla en la opresora necesaria, y para ello han recurrido al megáfono del fútbol en las figuras de Guardiola y Xavi, a quienes no les ha resultado difícil mentir, porque también se educaron en la idea de la tierra prometida. Ellos, que se enriquecen con los petrodólares de regímenes totalitarios islamistas, dicen que en España no se respetan los derechos humanos. Cuánto daño sin sentido. Desconfíen, no lo duden, de cualquier movimiento independentista nacido de los burgueses ricos.

Y desde toda esa mentira, germinada por aquellos, cebada por esos y alentada por estos, llegamos al punto de hoy. Porque a los políticos no les importa la verdad. Solo el voto que da lugar al poder justifica sus (pocos) desvelos. Ellos no se juegan la vida por una fuerza interior que dé sentido a sus vidas, no se plantan ante la realidad de las astas del toro, no citan al destino vestido de negro. Si hay que morir, que mueran otros. Y en ello están. Igualito que el toreo, vamos.

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