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Jorge Fauró

Patinetes y ciudades

Nada tengo en contra de los patinetes. Sin entrar mucho en detalles, parecen un medio ecológico, barato y hasta divertido para desplazarse por ciudades de tamaño medio como Alicante, Elche, Benidorm, Alcoy u Orihuela. Muchos ayuntamientos de la provincia, incluso el Gobierno de la Generalitat y hasta la Dirección General de Tráfico, llevan meses preparando ordenanzas, supraordenanzas y recomendaciones acerca de su uso y de las obligaciones y derechos de quienes utilizan este vetusto juguete infantil (probablemente centenario) al que la macroeconomía decidió poner un motor para hacer negocio. Los usuarios, miles ya, lamentan el poco espacio que las autoridades de tráfico les dejan para transitar. Todo bien hasta aquí. A la vista del debate, el mercado ya tiene a las autoridades donde quería: miles de funcionarios, cientos de agrimensores urbanos, decenas de técnicos invirtiendo su tiempo en cómo habilitar metros cuadrados para satisfacer a los usuarios del artilugio y que la economía siga fluyendo al amparo de la crisis climática y del I+D+i. El debate, sobre todo en las redes sociales, que arden por cualquier cosa, está sirviendo a nuestros gobernantes para distraernos de lo verdaderamente importante, como es el singular acorralamiento que sufren los peatones, el cada vez menor espacio del que pueden disfrutar las personas, la indisimulada falta de voluntad de acotar el brutal esparcimiento de los vehículos a motor o la torpe regulación de terrazas y veladores, elementos todos ellos que acogotan cada día más a las personas. Pasear se ha convertido en una carrera de obstáculos. Cualquier debate es bueno con tal de no entrar en la peatonalización de los centros urbanos o en poner límites al tráfico. Curiosa época ésta en la que el niño entra en el colegio con el teléfono móvil y el padre o la madre continúan su camino a lomos de un patinete.

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