Decía Machado que se puede ser bueno, en el buen sentido de la palabra, jugando con el hecho de que las palabras tienen múltiples significados, hasta alcanzar una insospechada sinonimia entre el sentido positivo y el negativo de las mismas. Del mismo modo, en la Universidad, o al menos en la Universidad de hace 40 años, se forjaban unas relaciones muy especiales que los universitarios solían denominar de Maestros y Discípulos. Estas se solían iniciar en los últimos cursos de las licenciaturas, cuando estudiantes con un expediente que les permitiera obtener una beca predoctoral, manifestaban ante un Departamento o un catedrático su interés por formarse como académicos, realizar el Doctorado, e iniciar una carrera docente e investigadora necesaria para poder concurrir con éxito a las diferentes oposiciones a los cuerpos docentes universitarios. La formación de un profesor incluía, tanto antes como ahora, estancias en el extranjero, publicaciones científicas, participación en proyectos de investigación, dirección de tesis doctorales y un largo etcétera que las diferentes reformas han ido incrementando y transformando. Con ocasión del reciente homenaje a los profesores Bayona de Perogordo y María Teresa Soler Roch, primeros Catedráticos del Departamento de Derecho Financiero y Tributario de la Universidad de Alicante, me he permitido reflexionar sobre el buen sentido de esta relación. Por supuesto, esta relación de magisterio se debe desarrollar sin desvirtuar el acceso libre a una plaza docente o investigadora, atendiendo siempre a los criterios de mérito y capacidad. Y asimismo esta relación ha de estar al servicio de la captación de talento, sea cual sea la universidad de origen del discípulo. Es cierto que la denominación de maestros y discípulos puede resultar desfasada, e incluso extraña cuando se escucha fuera de la universidad, casi como una evocación de una relación evangélica que causa hasta hilaridad en algunos contextos. Pero en su buen sentido, maestro es aquel del que se aprende y discípulo aquel al que se forma de una manera individual y sigue los pasos del que le precede. Es una relación muy distinta a la del profesor con sus estudiantes, en la que existe una transmisión de conocimiento colectiva, una comunicación pública que se puede perfeccionar con muchas técnicas didácticas o de innovación docente, y que se evalúa principalmente por el aprendizaje que sobre la materia obtienen estudiantes que entran y salen de nuestras aulas todos los años, con idéntica edad. Sin embargo, la relación de Maestro y discípulo es individual, personal y cambiante. Tiene que ser personal e individual porque no es posible formar si no se conoce a la persona a la que se forma, lo que implica potenciar todas sus fortalezas, más allá de las meramente académicas. La relación es cambiante porque el discípulo crece y el Maestro madura. Y mal irá esa relación si no se aceptan los cambios por ambas partes. Pero, sobre todo, se diferencia porque no hay ningún curso, ninguna técnica definida, ninguna fórmula para ser buen Maestro. Tampoco para ser buen discípulo.

Solo hay una forma de saber si la relación concluye con éxito y es cuando esa formación, al menos académicamente, finaliza. El buen Maestro se siente orgulloso de los logros de su discípulo; incluso a veces piensa que es mejor que él. El discípulo siempre admira al Maestro, aunque ya no lo necesite para seguir prosperando en su profesión. Y la relación de magisterio acaba transformándose en afecto sincero y en admiración mutua.

Un caso de éxito de esta relación es a la que rendimos recientemente homenaje los profesores y profesoras de Derecho Financiero y Tributario de la Universidad de Alicante y de la Universidad Miguel Hernández de Elche, con ocasión de la celebración en nuestra Universidad de las VI Jornadas de la Red de Profesores de Derecho Financiero y Tributario (RPDF).

En efecto, recordamos a Juan José Bayona de Perogordo, que llegó a la Universidad de Alicante en 1982, y a María Teresa Soler Roch, que se incorporó dos años más tarde como catedrática, la primera catedrática de nuestra Universidad, tras obtener en 1983 la primera cátedra de Derecho Financiero y Tributario que obtenía una mujer en España.

En estos casi 40 años, la tarea de ambos fue forjar un Grupo de docentes e investigadores cuyos objetivos eran una docencia de calidad y una investigación de excelencia. Para ello no escatimaron esfuerzos ni en los programas de innovación docente a los que siempre nos animaron; ni en tejer redes académicas nacionales e internacionales dónde poder realizar nuestras estancias predoctorales y postdoctorales; ni en sugerirnos temas de frontera con los que concurrir a convocatorias públicas; ni en dejarnos crecer en nuestra toma de decisiones y acceder a cargos de liderazgo a medida que íbamos cubriendo etapas. Porque en realidad ¿qué es un buen maestro? Podríamos decir que lo es aquel que, siendo excelente en su trayectoria académica y científica, ha sabido además formar a otros. Es cierto que nos podemos formar sin referentes, sin maestros, sin grupo, sin precedentes, pero tal vez nos perderíamos una parte importante de la belleza de la Universidad.

Finalmente, a Juan José Bayona y a María Teresa Soler les caracterizó el deseo de generar un clima de trabajo basado en el respeto mutuo y en la admiración recíproca. Mucho ha cambiado la Universidad en todos estos años y nuestro departamento con ella, pero esperamos y deseamos que las nuevas generaciones sepan seguir ejerciendo en las siguientes un buen magisterio... en el buen sentido de la palabra.