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Joaquín Rábago

El futuro de Cataluña

Se pasarán ahora semanas discutiendo unos y otros, de acuerdo con su particular y siempre parcial visión del conflicto, si la sentencia del procés ha sido dura en exceso o, por el contrario, demasiado pusilánime.

Argumentarán unos que las penas impuestas por el Tribunal Supremo a los líderes independentistas catalanes constituyen un claro escarmiento o una "venganza", como la llaman los más radicales.

Se quejarán otros, por el contrario, de que el tribunal no haya reconocido finalmente el delito de rebelión y lo atribuirán a la supuesta politización de la justicia bajo el Gobierno socialista. ¡Como si ésa no hubiera existido nunca con el PP!

Y seguirán presionando, en claro chantaje electoralista, para que de ninguna forma, aun en el caso de que vuelva Pedro Sánchez a ganar las próximas elecciones, se le ocurra echar mano del indulto para premiar a los "golpistas".

El veredicto del tribunal, dirán los otros, ha demostrado que la justicia funciona en nuestra democracia: los condenados podrán recurrir a otras instancias superiores, incluidas las europeas.

Los ministros del Gobierno incluso lo han dicho en un video propagandístico en varios idiomas por si alguno fuera aún no se hubiera enterado: ¡España es una democracia consolidada!

Y mientras tanto seguirá - ¿por cuánto tiempo? - la presión popular en las calles porque el conflicto de Cataluña, o de la mitad de los catalanes, con el resto de España no se va a disolver con esta ni nuevas sentencias judiciales.

Si hay algo realmente preocupante en las escenas de los desórdenes callejeros transmitidas por las cámaras de TV a todo el mundo es la enorme cantidad de jóvenes entre los manifestantes.

Las nuevas generaciones no parecen sentirse vinculadas por el marco constitucional que votamos, en circunstancias ciertamente excepcionales -todos los españoles, catalanes incluidos, un paquete del que formaba parte también la monarquía.

Uno entiende la fascinación que ejerce la idea republicana sobre todo, pero no sólo entre los jóvenes, y va a resultar difícil convencerles de que acepten el Estado monárquico que tenemos.

Nos guste además o no, el independentismo catalán suscita además simpatías al otro lado de los Pirineos: se han movido siempre con rapidez y eficacia sus propagandistas, en contraste con la torpeza diplomática mostrada por nuestros gobiernos.

Basta con repasar lo que se ha escrito en muchos medios extranjeros a raíz de la publicación de la sentencia del "procés". Cosa distinta es lo que se dice desde instancias oficiales: normalmente, que se trata de una cuestión interna.

Los líderes ahora condenados por violar normas legales y constitucionales en su desmedido afán de llegar mediante atajos a la soñada independencia han dejado bien claro que su condena no les hará renunciar a sus objetivos.

Aceptemos democráticamente el desafío y demostrémosles mediante el diálogo que en esa Europa solidaria que tratamos de construir entre todos no tienen cabida egoísmos nacionales ni mitos identitarios. Y por supuesto tampoco la violencia que hemos visto estos días. ¡No hay otra salida al conflicto!

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