Hay algunos que piensan con bastante fundamento que esto del cambio climático se va a revertir cuando el John Wayne de turno y el Chino Mandarín comiencen a no poder respirar y viéndole las orejas al lobo se lo tomen en serio.

En nuestra liga de tercera división también existen los sanedrines que se creen salvadores del planeta, creyendo visceralmente que protegiendo espacios urbanos o semiurbanos, unos encharcados y otros que se encharcan cuando llueve, claramente inhóspitos por donde no transcurre nadie salvo alguna rana despistada o alguna lagartija cuando se seca la tierra, se convierten en caldo de cultivo de nubes de mosquitos que nos amargan la vida a los ciudadanos, obligándonos a contaminar la tierra y las aguas con insecticidas cuando necesariamente hay que fumigarlos si queremos vivir con sosiego. Y estos sanedrines incombustibles, dale que dale con su mal rollo conservacionista, confundiendo los sirios con los troyanos.

Y qué decir de nuestros queridos investigadores, divididos en dos bandos: los que investigan para ahorrar CO2 y los que se devanan los sesos para hacernos generar CO2 cuanto más mejor. Veamos el caso de los edificios.

Está muy requetebién que los del primer bando nos digan cómo construir los edificios de tal manera, que correctamente aislados ahorren energía y, por tanto, se disminuya el maléfico CO2; pero al mismo tiempo los del segundo bando se empeñan, sin que sepamos en base a qué razones, en que construyamos sus estructuras para que las plantas bajas soporten el paso de un camión de bomberos, asimilándolo rematadamente mal a una carga repartida de 2.000 kg/m² que, de aplicarse a los puentes de nuestras carreteras, los invalidaría totalmente: incoherencia total. Deberían poner de acuerdo a los dos bandos nuestros políticos autonómicos si realmente buscan en serio reducir el CO2.

También los del segundo bando, en el Código Técnico de la Edificación, se han inventado unos empujes de viento haciéndolo que circule de manera constante a velocidades que superan los 200 km/hora, que de ser cierto todo Benidorm tendría que haberse ido a hacer puñetas y, sin embargo, no se ha detectado nunca una ruina debido a nuestros vientos reales: más incoherencia.

Y qué decir de las acciones sísmicas que ciegamente introducimos sin meditar su eficacia en los cálculos estructurales. Desde que sucedió lo de Lorca, ahora, de repente, todas las aceleraciones sísmicas -mal interpretando lo que allí sucedió- se han incrementado hasta límites insospechados, incluso donde anteriormente no las había, y todo ello sin disponer de una información medianamente realista: un nuevo e incoherente disparate.

¿Saben ustedes en qué se traduce lo anterior y tan solo he abierto la ventana del problema? Se lo diré aproximadamente. Si antes para construir un metro cuadrado de la estructura de un piso arrojábamos al aire unos 30 kg de CO2, en la actualidad duplicamos dicha cantidad (60 kg) nada más que fabricando el acero necesario para poder construirlo.

De consumir la energía de 100 kw/h para fabricar el acero necesario antes mencionado para que la estructura no se cayera -y la verdad es que las estructuras no se caían-, hemos pasado a consumir más 200 kw/h y las estructuras, por supuesto, siguen sin caerse: mucha más incoherencia y una burocracia añadida que aburre al santo Job.

Y lo curioso es que nuestros gobernantes, en vez de tomar medidas reales consultando, por ejemplo, a los ingenieros de Caminos que saben de estas cosas y que están trabajando con realidades, se dedican a efectuar declaraciones rimbombantes sobre el cambio climático, guiándose por gurús que predican unos planteamientos esotéricos incoherentes y poco eficaces, basados unos en medias verdades y, otros, en divertimentos matemáticos de escasa fiabilidad que en modo alguno reflejan la realidad física que realmente nos rodea.