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José María Asencio

Un estado fuerte y una democracia consolidada

Con la que está cayendo, con una sentencia condenatoria a los líderes secesionistas catalanes y la amenaza de graves perturbaciones del orden público y reiteradas conductas posiblemente de la misma naturaleza que las ya condenadas, con los vascos pidiendo un referéndum con el apoyo de una ETA acabada, pero rediviva en sus mensajes y convencida de cierta superioridad moral, con una crisis económica en ciernes y sin Gobierno, Pedro Sánchez se afana en pasar a la historia como el enterrador, sin detenerse a pensar acerca de la oportunidad del momento.

Con la que está cayendo, dedicar ahora un solo minuto a este asunto, dilatado medio siglo y olvidado por la sociedad, es improcedente y abre fisuras donde sería exigible unidad. No hay franquistas en España, pero sí antifranquistas que, sin adversarios reales, los crean. Son aquellos sus molinos de viento ideados, pero que necesitan para combatir eternamente contra la nada y no guardar definitivamente el traje de miliciano. Exhumen, pues, si quieren y les agrada, pero aplacen ahora ese asunto y céntrense en lo importante, urgente y común, lo que une a los constitucionalistas y afecta a la realidad tangible y sensible. Franco no se va a escapar; eso es seguro.

España no será más democrática porque Franco repose sus restos acá o acullá. Después de medio siglo somos lo que somos y hemos construido. Lo que puede afectar a nuestro sistema es el desafío nacionalista, ya calificado como delictivo en sus formas y actos, encabezado por delincuentes así declarados. Lo que puede afectar a nuestro sistema es que el PSOE pacte, por razones inmediatas, con quienes no representan una ideología o pretensión legítima, pues siendo legítima la aspiración de independencia, no lo es el medio para llegar a ella, inconstitucional y rebelde contra la misma democracia. Lo que puede afectar al sistema es pactar con viejos aliados de etarras, terroristas, algunos reconvertidos, otros aviesamente añorantes, pero todos conformes con un pasado miserable del que se sienten orgullosos y que glorifican con tanta frecuencia como les permiten quienes aprovechan sus veleidades violentas.

Lo que exige la más absoluta atención, toda si es posible, es la alianza de los constitucionalistas alrededor de algunas ideas clave e innegociables y poner éstas por encima de los intereses inmediatos propios de la codicia, que no de la ambición. Nos jugamos mucho y las exhumaciones, las memorias y los pactos peligrosos no sirven para afrontar el envite aquí y ahora. Y el futuro inmediato es preocupante.

La sentencia del Tribunal Supremo, que anticipo en estos momentos sin leer y sobre la base de las filtraciones producidas, vergonzantes y que exigen la investigación de su autor, si bien no condena por delito de rebelión, algo lógico y esperado para la inmensa mayoría de juristas, sí lo hace por sedición, delito calificado de «rebelión en pequeño» y que se diferencia fundamentalmente de aquel en la violencia ejercida y planificada, entendida como medio inseparable de los fines propuestos. Ambos delitos comparten elementos comunes y es sedición el intento de independencia por vías no legales, contra la ley y sin violencia de entidad suficiente como para hablar de rebelión. Negar que el intento de segregación de España sin ese plus de violencia sea sedición, se puede traducir en considerar que tales actos no serían punibles. Seguramente una reforma del Código Penal sería necesaria, pero no parece que nuestros legisladores estén para estas cosas si les reportan inconvenientes.

Tiene la sedición, sin embargo, un rasgo importante para el futuro de los políticos secesionistas, que harían bien en estudiar la sentencia y meditar antes de proseguir sus planes de desobediencia contra la ley, impulsarlos y hacerlo en forma tumultuaria. Es decir, el tipo exactamente objeto de condena y al cual bien podrían verse sometidos. Animar a desórdenes, a la desobediencia colectiva y a la de resoluciones de los tribunales es, exactamente, lo que constituye el delito de sedición al que, tal vez, están abocados Torra y Torrent, entre otros, de seguir por el mismo camino.

Que no se engañen. El Estado es fuerte a pesar de los desvaríos de quienes se declaran antisistema, pocos, escasamente significativos y ya conocidos en su vacuidad y extremismo de opereta. El PSOE deberá estar donde ha de estar por ser quien es. No le queda otra porque el Estado es fuerte y es fuerte por ser democrático, entendiendo por tal el que se somete a la ley y en el que los tribunales, independientes, no están sometidos ni al gobierno, ni a las presiones callejeras y ni mucho menos, a las veleidades nacionalistas huérfanas de apoyo internacional y, a lo que se ve, paulatinamente reducido en una Cataluña agotada y cada vez más empobrecida. Esta crisis les va a pillar en mala hora.

No hay futuro fuera de la Constitución y la ley. Las movilizaciones durarán un suspiro, aunque la acción de la justicia puede empezar de nuevo con el reloj puesto a cero. Mejor sería aceptar la realidad y retornar al camino de la sensatez. Y habrá que ser, vuelvo hoy a insistir, generoso en el cumplimiento de la condena si esa generosidad lleva a la concordia. Pero, siempre bajo el imperio de la ley. El triunfo de la democracia es inevitable y la democracia, para ser fuerte, tampoco necesita de la venganza.

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