La reunión que se celebró hace un par de semanas en Nueva York sobre Cambio Climático no debió celebrarse porque no consiguió nada y la repetición de encuentros de este tipo produce hastío cuando no hay resultados concretos. Y aquí no los ha habido. Los dos mayores emisores de gases de efecto invernadero son EEUU y China, el primero ni siquiera se presentó y la segunda se limitó a balbucear compromisos vagos. No era tampoco el momento oportuno porque a Donald Trump le acababa de estallar en la cara el escándalo de Ucrania que abre la vía a un eventual impeachement, y Xi Jinping estaba preocupado con los hongkoneses y ocupado con la preparación de los festejos del aniversario de la República Popular el 1 de octubre. La consecuencia es que lo único que nos ha quedado ha sido Greta Thunberg, la joven sueca que cruzó el Atlántico en barco para no contaminar y que nos riñó a todos con modos iracundos. No discuto que tenga razón porque la verdad es que mi generación le deja a la suya un planeta bastante deteriorado, lo que dudo es que lo haga de la forma más adecuada para los objetivos que persigue y que exigen ganar voluntades. Aquí asistimos a un proceso en virtud del cual se denuncia una situación y entonces los gobiernos, que tienen el ojo puesto en las encuestas de opinión, proponen remedios que no van acompañados de estimación de sus costes económicos, sociales y en términos de empleo. Y como luego no pueden cumplir lo prometido (pregunten a los países africanos si han recibido el dinero que les prometió la Cumbre del Clima de París de 2015 para ayudarles a hacer la transición energética) son presa fácil de populismos que protestan, con la consecuencia de que entonces elevan la apuesta y el proceso se retroalimenta al margen de la realidad de lo que es posible y conveniente en cada momento. Porque la realidad es que el planeta está enfermo por nuestra culpa, aunque algunos aún se empeñen en negar la evidencia que se impone con fenómenos atmosféricos cada vez más extremos y dañinos. Stephen Hawking ha escrito otro libro de divulgación tras el éxito de su «Brief history of Time» que catapultó su fama fuera de los círculos científicos en que hasta entonces se movía, según propia confesión. El nuevo libro se titula «Brief answers to the big questions» que me permito recomendar vivamente. Entre otras cosas, destina un par de capítulos a las posibilidades de supervivencia de la humanidad en la Tierra. Hawking no escatima sarcasmos sobre la pretendida inteligencia humana y se atreve a predecir que una catástrofe nuclear o un desastre medioambiental nos obligarán a abandonar el planeta Tierra en los próximos mil años, según dice que afirman las leyes de la Física y el cálculo de probabilidades. Y que seremos capaces de hacerlo aunque tengamos que dejar atrás, a su triste suerte, a animales y plantas. Pero sin necesidad de que nos impacte otro asteroide como el que acabó con los dinosaurios hace 66 millones de años, cosa que según él antes o después también volverá a ocurrir, la destrucción de las selvas del Amazonas y del Congo y el deshielo de los casquetes polares nos pondrán al borde de la catástrofe. Los bosques porque son pulmones del planeta al absorber CO2 y los casquetes polares porque reflejan hacia el espacio una parte del calor que llega del sol y porque al licuarse liberarán miles de millones de toneladas de dióxido de carbono que llevan millones de años capturadas entre los hielos. Eso aparte de la subida del nivel del mar y de sus devastadores efectos sobre los 600 millones de seres humanos que viven en sus costas, algo que al parecer afectará de forma especial a nuestro Mediterráneo. Un exceso de carbono en la atmósfera la calentará y podríamos acabar como en Venus con temperaturas de 250 grados y lluvias de azufre. Muy incómodo. La vida no sería posible. En contra de lo que algunos piensan, son las empresas de gas y petróleo, junto con las automovilísticas y las generadoras de electricidad las que más luchan para revertir este estado de cosas. La gasolina de hoy nada tiene que ver con la de hace veinte años, los mecanismos para reducir emisiones y capturar carbono se refinan a diario, y cada vez hay menos carbón en la generación de esa energía eléctrica que necesitamos como el respirar, desde el café de la mañana hasta la televisión nocturna. Y Europa, que es responsable del 10% de las emisiones globales y que es líder en la lucha contra los gases de efecto invernadero tiene el importante papel de animar a que otros sigan nuestro ambicioso camino, cosa que sólo logrará con el ejemplo y con ayudas económicas y cálculos realistas de coste-beneficio sobre las opciones disponibles. Debemos ser conscientes de que esa lucha tiene también un coste importante en términos de desarrollo y de nivel de vida y de ahí su enorme dificultad. Por eso no es solo una responsabilidad de los gobiernos y de las grandes corporaciones sino de todos y cada uno de nosotros en los pequeños actos de nuestra vida diaria (desde la duración de la ducha a compartir el automóvil o ir en bici), o en proyectos colectivos más ambiciosos como plantar árboles, muchos árboles, que ayuden a capturar carbono y a respirar a nuestra pobre Tierra. Son solo ejemplos. Los gobiernos, que quieren nuestros votos, no tendrán más remedio que seguirnos cuando vean nuestra determinación.