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Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

Ciudadanos, en el punto de mira

Los socialistas empiezan a acariciar la idea de que, si se confirmara en las elecciones la debacle del partido de Rivera, pudieran negociarse mociones de censura, sobre todo en la Diputación de Alicante

Como a ninguno de ustedes se les escapa, en muy poco espacio de tiempo se nos van a amontonar sucesos extraordinarios -de los que sí se pueden calificar con propiedad de históricos- que no sabemos cómo afectarán al ánimo de los electores convocados en España a votar el próximo 10 de noviembre: la exhumación de Franco, la sentencia del procés, el Brexit o la guerra comercial declarada por Trump al resto del mundo. Pero cuando falta menos de un mes para que se celebren en nuestro país las cuartas elecciones generales en cuatro años, todas las encuestas publicadas hasta hoy coinciden al menos en cuatro cuestiones:

1. El bloqueo político que sufrimos no lo van a corregir los ciudadanos, que no tienen por qué; así que para que el monolitismo instalado en la política española se rompa y permita un gobierno estable tendrán que ser, de una vez por todas, los partidos los que hagan el trabajo que les incumbe y que hasta aquí han sido incapaces de hacer.

2. El PSOE ganará las elecciones, aunque está por ver si la jugada de volver a votar le sale bien a Pedro Sánchez o si, como algunos sondeos señalan, aun cosechando otra victoria, no pierde escaños y, sobre todo, ventaja sobre la derecha.

3. El PP saldrá reforzado, con un fuerte crecimiento en votos y escaños, aunque no suficiente para arrebatarle al PSOE la primacía, ni tampoco probablemente para aspirar a encabezar un gobierno de coalición.

4. Ciudadanos se hunde y la fuga de sus votantes es la que nutre los buenos resultados de los demás.

Tras los terremotos. Pero, aunque, como decía, hasta el 10 de noviembre tienen que pasar varios terremotos que ya veremos qué encuestas dejan en pie, las constantes en cuanto a la intención de voto señaladas en los párrafos anteriores han hecho que los estados mayores de los partidos empiecen a maniobrar pensando en la traslación que esos resultados pudieran tener, no ya a escala nacional, que es lo que verdaderamente está en juego, sino también a niveles locales y autonómicos. Todos miran a Ciudadanos. ¿Qué hará Rivera si los estudios demoscópicos no se equivocan y su partido sufre una debacle en noviembre? ¿Mantendrá los pactos mediante los que hace menos de cuatro meses rescató al PP en sus horas más bajas y le dio el gobierno de numerosas comunidades, diputaciones y ayuntamientos, o virará de nuevo e intentará establecer una relación más estrecha con los socialistas?

En la Comunitat Valenciana, esas cábalas tienen nombres muy concretos y están en Alicante: la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de la capital. La vieja guardia socialista se relame con la idea de que, tras los comicios, puedan presentarse en ambas instituciones mociones de censura que den el gobierno al PSOE y envíen a la oposición a Luis Barcala y a Carlos Mazón. No sólo se entretienen en esas cuentas, sino que han empezado a difundirlas en petit comité: «Tras las elecciones, negociaciones» es la frase, que a este paso llegará a hashtag con aspiraciones de trending topic, que han empezado a repetir machaconamente. Negociaciones va a tener que haber en Madrid, pero son muchos los socialistas que piensan que forzosamente esas conversaciones tendrán consecuencias sobre el conjunto del mapa.

El relato político, ese sintagma tan repetido como la mayoría de las veces hueco, tiene fácil construcción en el caso de la Diputación de Alicante. Primero, porque en esa institución socialistas y populares empataron en escaños pero con el PSOE como partido más votado en las elecciones municipales en el conjunto de la provincia. Segundo, porque para cambiar al actual presidente, Carlos Mazón, por el socialista Toni Francés, Ciudadanos no tendría que mezclarse con Compromís. El voto de Gerard Fullana no es necesario. Y la Diputación, no lo olvidemos, es el objetivo político principal de los socialistas, porque es una plataforma de poder que ejerce de contrapeso a la Generalitat y también porque su nuevo presidente en muy poco tiempo ha demostrado saber cómo usar esa plataforma y sacarle todo el partido. Por no decir que Alicante sigue siendo la provincia de la Comunitat donde el PP está más fuerte y, por tanto, donde los socialistas más necesitan de acción política, como muy bien ha entendido el president Ximo Puig.

En el Ayuntamiento de Alicante, por contra, esa operación tendría objetivamente más dificultades, porque exigiría el concurso, bien de Compromís, bien de Podemos, ya que los votos solos del PSOE y Ciudadanos no suman la mayoría absoluta de 15 concejales que se necesita para derribar a Barcala.

Pero, además, y aunque muchas veces no lo parezca, la política tiene lógica y tiene reglas, y operaciones como las que el PSPV acaricia para después del 10N harían que Ciudadanos las rompiera todas. Porque en esta Comunitat hay un gobierno de coalición en la Generalitat en el que participan partidos de izquierda y también nacionalistas (lo que no ha querido o no ha sido capaz de hacer precisamente Pedro Sánchez en Madrid, por egocentrismo o por responsabilidad), un gobierno que no sólo no se va a romper, sino que si las encuestas no se equivocan puede salir, a su escala, incluso reforzado de estas elecciones. ¿Puede Cs darle en Alicante el mando de la Diputación al PSOE, y enfrentarse a ese mismo PSOE en Valencia, donde sus socios son y van a seguir siendo Compromís y Podemos?

Los populares creen que no. Que precisamente el Botànic II es su particular cordón sanitario que en Alicante les protege de mociones de censura. Eso no significa que la situación no les preocupe: las mismas cuentas que hacen los de enfrente hacen los de Casado, Barcala y Mazón, que aquí nadie deja opción sin calibrar. Pero piensan que Ciudadanos tendría escasa justificación de cara al electorado si propiciara mociones de censura aquí. Las relaciones entre los dos socios están siendo muy desiguales, es cierto: es el PP en todos los casos el que más luce en esos gobiernos. pero visto desde fuera esa desigualdad parece ser más responsabilidad de la falta de experiencia (o el poco amor por el trabajo) de los propios cargos de Cs que de maniobras populares, aunque las haya. Y también consecuencia de una realidad: por muy necesarios que para el PP fueran los votos de Cs, la diferencia de tamaño entre ambos partidos es muy notable y se traslada diariamente a la gestión una vez han empezado a andar las administraciones.

Más peligros ven los dirigentes populares en otras comunidades, que no son la valenciana. En Murcia, por ejemplo, o en Madrid, donde Ayuso no se ha sumado al perfil bajo y moderado que ha estado marcando Casado para rehacerse tras el varapalo de las últimas elecciones y se ha convertido en la segunda portavoz de Vox, con lo que si Rivera, en su enésima contorsión, tratara de volver a la moderación tras las próximas elecciones, tendría el discurso hecho.

Lo cierto es que muchos en Ciudadanos están convencidos de que, en general, pero particularmente en Alicante, hicieron un mal negocio pactando con el PP. Y que en el PP, también muchos están hartos del bajo nivel político y de gestión que bastantes de los cargos de Ciudadanos están demostrando. Nadie está contento, aunque se transmita otra cosa, y esas diferencias, que apenas trascienden como graves, se agudizarán sin duda conforme se acerque la fecha del 10 de noviembre.

Prisioneros. El problema para Ciudadanos, sin embargo, pase lo que pase ese día en las votaciones, es que es prisionero de la maldición que ha pesado sobre todos los partidos que empezaron por declararse centristas. Todos, con la única excepción del PRD de Roca, al que su indisimulada proximidad a los grandes poderes económicos y el origen catalán de su líder abrasó en su primera comparecencia, todos, decía, obtuvieron un gran éxito de partida: UCD no sólo gobernó, sino que introdujo cambios de gran calado en España; el CDS llegó a ser la tercera fuerza política de la Comunitat Valenciana e incluso en la legislatura siguiente a su caída siguiendo ocupando ese lugar de privilegio en la provincia de Alicante. Pero luego, la realidad les forzó a todos a ir decantándose, a asociarse con unos o con otros o con unos en un sitio y otros en otro. Y eso siempre acaba por destruir a ese tipo de partidos. Ese es el verdadero reto al que se enfrenta Cs y a esa batalla va muy desarmado: después de un lustro, que se dice pronto, ni tiene cuadros preparados suficientes (aunque alguno haya) ni ha hecho nada, al menos en la Comunitat Valenciana, por levantar una estructura pueblo a pueblo que ahora les proteja del vendaval. Si las encuestas no se equivocan en lo que se refiere a ellos, Ciudadanos no va a estar para mociones de censura o movimientos forzados el 11 de noviembre. Lo que estará es luchando por su supervivencia. Y esa batalla solo se libra en Madrid y es el Congreso de los Diputados el único escenario del drama.

Pintan bastos para el turismo

El Brexit es un monumental peñasco arrojado al mar, cuyas olas van a provocar daños en cadena. Y no parece que se estén midiendo bien. El sector turístico es un ejemplo de libro sobre lo que puede pasar. Evidentemente, va a tener consecuencias muy perniciosas para Baleares y Canarias, las dos zonas que más dependen del mercado británico. Y el Gobierno en funciones ya está anunciando ayudas para ambas comunidades. Pero no está calibrando la guerra que a continuación se va a desatar. La Costa Blanca ha ido perdiendo dependencia del turismo inglés y lo ha ido sustituyendo, al menos en una parte, por el nacional. Y sólo competimos con las islas en precio, no podemos pelear en otro segmento. Pero tanto Baleares como Canarias, si el Brexit tiene los efectos que todos tememos, tendrán que reaccionar a la caída del mercado británico precisamente abaratando precios y peleando por ese turismo nacional en el que hasta ahora en la Comunitat Valenciana, pero sobre todo en Alicante, éramos reyes. Lo que a su vez nos obligará aquí a bajar aún más los precios, con su correlato de despidos, mayor precariedad y, por supuesto, pérdida de calidad en los servicios. La estructura de costes que tienen los hoteles de Benidorm, tan bien medida históricamente, puede que les permita aguantar la tormenta perfecta que amenaza con venírseles encima a partir del 31 de octubre. Pero los del resto de la provincia lo van a pasar verdaderamente mal si patronal, sindicatos y administraciones no se mueven conjuntamente, algo que hoy por hoy no se ve. Y a todo eso hay que añadirle, como uno de los mejores conocedores del sector me subrayaba hace unos días, que llevamos muchos años viviendo de prestado: marcando récords de visitantes y de ingresos ejercicio tras ejercicio gracias a que nuestros principales competidores (Turquía, el norte de África...) tienen demasiados problemas y riesgos, pero no porque hayamos hecho una buena planificación estratégica ni mucho menos una buena promoción de nuestros destinos. Esos competidores tarde o temprano reducirán sus riesgos y mientras tanto se han ido reforzando en infraestructuras, solo hay que ver la costa turca. Y sin embargo, en Alicante no paran de anunciarse nuevos hoteles. Algunos se dicen «de lujo» aunque carecen de aparcamiento. Cosas de esta tierra siempre tan frívola.

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