De la misma forma que hay heridas que dejan cicatrices en los cuerpos, los políticos están plagados de marcas de distinta naturaleza producidas a lo largo de su trayectoria. Es algo que saben bien todos aquellos que llevan años en la política, acumulando sobre su cuerpo las cicatrices que su ejercicio ha dejado sobre su piel, al igual que esos moteros que cabalgan a lomos de sus Harley Davidson exhibiendo con orgullo los tatuajes que cubren sus brazos. Pero de la misma forma que cada persona tiene un proceso distinto para reparar su piel, los políticos también curan de manera diferente sus heridas. Los hay a quienes apenas les quedan marcas, a pesar de la gravedad de las lesiones sufridas, mientras que otros muchos no dejan de supurar por unas heridas visibles que nunca acaban de sanar. Sin olvidar aquellas otras cicatrices mentales que no son visibles, pero que dejan profundas huellas en quienes las sufren.

Entre los numerosos factores que van a determinar las próximas elecciones del 10 de noviembre se encuentran, también, las cicatrices y heridas que tanto los responsables políticos como sus partidos acumulan por las refriegas de los últimos años, en uno de los ciclos políticos más duro, agresivo y cruento que hemos vivido desde la muerte del dictador, jalonado por cuatro convocatorias electorales en los últimos cuatro años y la primera moción de censura triunfante que cambió un gobierno en nuestra historia democrática.

En primer lugar, tenemos que referirnos a quienes no paran de autolesionarse, como si quisieran aplicarse la eutanasia política de manera cruenta, a la vista de todos. Hablamos de Albert Rivera, quien parece haberse convertido en un adolescente problemático y caprichoso que ha perdido por completo la vergüenza y el sentido del ridículo, a quien no importan sus continuos cambios de opinión o las barbaridades que un día tras otro pueda gritar. Convertido en la muletilla del PP, sirviendo de apoyo a los bárbaros ultraderechistas de Vox, ha llevado a su partido, Ciudadanos, al borde de la implosión a fuerza de cambios, giros y contradicciones, encargándose personalmente de echar con cajas destempladas a todo aquel que disentía de tanto disparate. Y para colmo, se ha rodeado de una cuadrilla de muchachotes barriobajeros que para agradar a su líder no reparan en montar pollos o insultar sin medida, añadiendo crispación allí donde hace falta templanza. Pocas dudas existen de que las próximas elecciones certificarán un castigo a Ciudadanos al encarnar uno de los comportamientos políticos más atribulados que se ha visto, hasta el punto que hay veces que parecen competir incluso con los ultraderechistas de Vox.

También Pedro Sánchez y su Partido Socialista acumulan cicatrices de distinta naturaleza, unas más recientes, causadas por el fallido proceso de formación de gobierno de estos pasados meses (que en el caso de las producidas por Podemos y Ciudadanos, tardarán en curar), mientras que otras vienen de tiempo atrás y proceden de las vicisitudes políticas que ha vivido el propio Sánchez con los suyos y con los de enfrente, llevándole a actuar con una mezcla de audacia y temeridad pasmosa. Sea cual sea el resultado de las próximas elecciones, estas heridas estarán muy presentes en las decisiones del PSOE.

Y puestos a hablar de lesiones, en este caso internas, tenemos que preguntarnos qué le hemos hecho en Alicante a Mónica Oltra, de Compromís, para que nos maltrate como lo hace. Parece como si tratara de pasarnos factura por sus malos resultados en los últimos procesos electorales por estas tierras. No creo que tantos desaires como los que viene desplegando hacia esta provincia sea la mejor manera de recuperar votos y sería bueno que alguien se atreviera a decírselo.

Pero sin duda, al hablar de cicatrices y heridas, Pablo Iglesias y Podemos acumulan tantas en sus carnes como han producido a su alrededor. De hecho, no hay una fuerza política con menos años de la que hayan salido tantos dirigentes fundadores, uno de los cuales, incluso, ha creado un nuevo partido, Más País, que compite en los mismos caladeros de votantes en los que echa la caña Podemos. Las diferencias entre un partido y otro tienen que ver únicamente con el envase y no con el contenido, pero confirma que Podemos se ha convertido en una organización antipática, que genera rechazos incluso a otras fuerzas con las que ha trabajado y que ahora se lanzan en brazos de Íñigo Errejón, dejando patente su incomodidad con el proyecto político personalista y egocéntrico que ha construido Pablo Iglesias. Con los muchos méritos que tuvo en sus inicios, Podemos se ha convertido en un partido vertical y leninista, arrastrando por los suelos a esa gente y a esos mismos movimientos que lo apoyaron y a los que han utilizado como y cuando les interesaba. Podemos ha abandonado las calles, obsesionado por estar en los ministerios, sin comprender que haber impedido la formación de un gobierno distinto al de la extrema derecha para pasar a trabajar con la gente, le hubiera supuesto una inyección de credibilidad política incalculable, que han dilapidado.

Ojala todos ellos curen sus heridas y comprendan que necesitamos un gobierno lleno de complicidades, simpatías, cercanías y empatías con una sociedad que acumula demasiadas cicatrices.