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Nombres impronunciables

En 1996, cuando le dieron el Premio Nobel de Literatura a la poeta polaca Wislawa Szymborska -quien por entonces era una absoluta desconocida fuera de su país-, los participantes en una tertulia radiofónica de Barcelona se pusieron a bromear sobre su nombre impronunciable: "¿Has dicho Sin Bronca o Sin Vodka? ¿O era Sin Boca? A ver, a ver, ¿cómo has dicho que se llama esa poeta, Eslava Sin Vodka? No, eso es imposible: ¿cómo va a haber una Eslava sin Vodka?" De fondo, cómo no, se oían risitas cómplices y cuchicheos burlones.

"Eslava Sin Vodka", vaya por Dios. Para disimular que ninguno de aquellos tertulianos había oído hablar de la poeta Szymborska -cosa normal, porque casi nadie la conocía fuera de Polonia-, todos empezaron a burlarse del nombre raro de la poeta, con la secreta intención de demostrar que si aquella mujer tenía un nombre muy raro era porque su obra también era muy rara y no merecía ser conocida. Luego se demostró que la obra poética de Szymborska no sólo era formidable, sino que podía llegar a ser extremadamente popular y crear una legión de admiradores incondicionales. De hecho, ahora mismo es una de las poetas más citadas en las redes sociales de todo el mundo, y en varias ocasiones hasta ha llegado a ser "hashtag" con alguno de sus poemas, un logro que han conseguido muy pocos poetas. Para ser una "eslava sin vodka", su poesía ha dado innumerables momentos de alegría a sus lectores.

Anteayer volvió a pasar lo mismo que pasó hace veinte años cuando se concedió el Nobel de 2018 a la escritora polaca Olga Tokarczuk: otro nombre impronunciable, otra escritora de la que casi nadie sabía nada, aunque dos de sus libros estén traducidos y un tercero -"Los errantes"- vaya a aparecer muy pronto en castellano y en catalán. Pero aun así, las noticias que aparecieron en prensa la definían como activista, como feminista y como vegetariana, que viene a ser algo así como describir a un personaje público -sea quien sea- por su condición de aficionado a la arqueología etrusca y socio -o socia- de una entidad gastronómica. Lo malo de definir a una autora de la que casi nadie sabe nada por su simple militancia social e ideológica es que esa adscripción supone una sutil -e involuntaria- degradación de su obra artística. Si Wislawa Szymborska era "Eslava sin Vodka", Olga Tokarczuk es esa escritora de la que nada sabemos, pero a la que conviene leer porque es feminista, vegetariana y activista (¿a favor de qué? ¿De las focas, de los pajaritos, de los refugiados?). En realidad, si se define así a un artista, lo que se viene a decir -involuntariamente, torpemente- es que ese artista -ya sea él o ella- no merecería nuestra atención si, en vez de ser vegetariano y feminista, fuese por ejemplo zurdo y diabético. Es decir, si no contara con un aval ideológico que nos permitiera apreciar su obra por sí misma.

El caso del austriaco Peter Handke, el otro galardonado por el Premio Nobel dual de este año, también ha generado una cierta polémica porque se ha desenterrado el apoyo que Handke prestó al genocida serbio Slobodan Milosevic durante los peores tiempos de la guerra de Yugoslavia (una guerra que, por desgracia, desconocen los "millenials" indepes). Handke intentó expresar las razones de su apoyo a Serbia -y no exactamente al genocida Milosevic- en un extraño libro de viajes que en realidad era una ensoñación sobre la convivencia perdida en el avispero de los Balcanes. En su momento, casi nadie lo entendió ni quiso entenderlo así (y desde luego la incomprensible aparición de Handke en el funeral de Milosevic empeoró muchísimo las cosas). Pero en este caso también se estaba juzgando a Handke por la parte menos interesante de su obra. En vez de juzgarlo por el extraordinario diario de epifanías callejeras que escribió a partir de sus interminables paseos por París -el fabuloso "El peso del mundo"-, o en vez de calibrar la calidad de su obra a través del retrato que hizo de su madre suicida en "Desgracia impeorable" (el título castellano es sin duda muy desafortunado), se han elegido los aspectos menos relevantes de su obra -aunque sí los más polémicos- para desacreditarlo o ningunearlo. Es cierto que los libros más recientes de Handke son bastante espesos -por decirlo delicadamente-, pero sólo por haber escrito los libros de su primera época, muchos de los cuales sirvieron de guión para las primeras películas de Wim Wenders -como "El miedo del portero ante el penalti"-, Peter Handke se merece atención y respeto.

En una de las entradas de "El peso del mundo", que leí hace más de treinta años, Handke describía a un grupo de colegialas de uniforme que esperaban impacientes, a la puerta de su colegio, "al hombre que sin duda, pasados los años, va a hacerlas desgraciadas". No sé si la frase era exactamente así, pero así la recuerdo y así la cito. Si un pasaje de un libro no se te ha borrado después de treinta años, es que la persona que lo ha escrito es mucho más que un simple personaje polémico o un vulgar creador de titulares sensacionalistas. Handke nos ha ayudado a entender el peso del mundo que llevamos a cuestas. No es poco mérito.

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