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Un Nobel más que merecido

Había caído últimamente en descrédito el Nobel de literatura por circunstancias que poco tienen que ver con esa materia, pero la concesión del correspondiente a este año al autor austriaco Peter Handke me reconcilia con la Academia sueca.

Confieso no haber leído nada de la otra galardonada, la novelista polaca Olga Tokarczuk, por lo que no puedo decir nada de sus merecimientos aunque he leído que son muchos. Por el contrario, he seguido a Handke casi desde sus comienzos.

Incluso recuerdo haber prestado humildemente alguna ayuda a nuestro gran actor y director José Luis Gómez mientras preparaba en Madrid el montaje de "Gaspar", inspirada por la figura de Kaspar Hauser, un enigmático niño salvaje. ¿O fue con "El pupilo quiere ser tutor"?. ¡Ha pasado desde entonces tanto tiempo!

Me fascinó no sólo la lectura de su relato "La mujer zurda", sino también la película que el mismo Handke hizo luego de aquella novela, con Edith Clever y Bruno Ganz como pareja protagonista.

Y lo mismo puedo decir de su conmovedora "Carta breve para un largo adiós" o de "El miedo del portero ante el penalti", que llevaría luego al cine Wim Wenders.

Con este último volvería a trabajar Handke en la película que más fama internacional le ha dado, "El Cielo sobre Berlín", también con el suizo Bruno Ganz, inolvidable en su papel de ángel.

¿Y hay algún relato autobiográfico de una tristeza comparable a su "Desgracia impeorable", en la que Handke se despide de su madre, que se había quitado voluntariamente la vida?

Handke comenzó como provocador con su obra teatral "Insultos al público" - es famosa también su intervención con el llamado grupo 47 junto a Günter Grass, Hans-Magnus Enzensberger, Peter Weiss y otros en la Universidad estadounidense de Princeton- para acabar casi como ermitaño.

Indudable maestro del lenguaje, minucioso, reflexivo y poético observador de la realidad, incluso de las cosas más humildes, en sus libros en forma de ensayos inspirados por sus paseos, entre ellos por la España del interior, esa que ahora llamamos la España vaciada. Léase, por ejemplo, su "Ensayo sobre el jukebox".

Yo vivía en Viena cuando estalló una fuerte polémica internacional por la nostálgica defensa que hizo Handke de la unidad yugoslava frente a quienes, desde dentro y desde fuera -Berlín y el Vaticano- parecían empeñados en acabar como fuera con aquella Federación.

Recuerdo los ataques furibundos que el autor recibió desde todos los frentes - desde la extrema derecha hasta la izquierda, que le tachó incluso de "fascista"- por sus denuncias públicas del bombardeo al que la OTAN sometió a la de Serbia del sátrapa ultranacionalista Slobodan Milosevic.

Handke nació en Carintia, donde vive una minoría eslovena a la que siempre se sintió muy próximo, lo cual explica su especial devoción por una unidad dentro de la diversidad que los intereses de las grandes potencias, sumados a los odios nacionalistas de unos y otros hicieron imposible de sostener.

Handke, fiel sólo a sí mismo, lo pagó caro. La Academia sueca, atenta sólo a sus indudables méritos literarios, parece haberle querido ahora resarcirle con un galardón que premia al autor por su "un trabajo influyente que con genio lingüístico ha explorado la periferia y la especificidad de la experiencia humana".

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