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Calentamiento: las tramas del discurso

La intervención de Greta Thunberg en la ONU y las propuestas de sus seguidores

Me ha parecido grotesco. Una rapacina de dieciséis años. Greta Thunberg, abroncando en la ONU a los líderes mundiales y diciéndoles lo que hay que hacer. Supongo -es un decir, los hayque habrá científicos y asesores de sobra para saber qué conviene hacer o qué se puede hacer. Y, además, su discurso, un discurso que le han preparado línea a línea, mil veces ensayado, como han sido ensayados sus gestos, sus miradas, su elocución: una perfecta representación teatral. Y esa dramatización: “me han robado mi infancia”. Nadie se la ha robado, como tampoco nadie la ha sacado de la escuela, si acaso sus padres y ella misma, en su papel autoatribuido de profetisa salvífica.

Pero preguntémonos por lo que propone esta Juana de Arco del calentamiento global y sus seguidores, científicos o meros discurseadores o agitadores. ¿Lo saben ustedes? Sí, de acuerdo, limitar las emisiones de carbono, detener el desastre climático, utilizar energías renovables. De acuerdo. Aceptemos que tienen razón: que corremos hacia una catástrofe y que es la producción de riqueza humana, la actividad industrial y comercial la que nos lleva hacia allí. ¿Y eso cómo lo gestionamos? ¿Cuántos millones de empleos hay que destruir? La crisis social que eso conllevaría, ¿de qué modo se enfrenta?

¿Aceptaría la población el caos actual para evitar el del futuro? ¿Qué convulsiones veríamos? Silencio absoluto. Por cierto, los asturianos conocemos bien los efectos de esa suma de decisiones, aun mínimas, en la UE y en España, sin contar con la realidad del mundo: la desertización exprés en nuestro territorio mientras los demás siguen contaminando lo que quieren con el carbón y nos venden el acero que nosotros no podemos producir porque lo encarecemos.

Ahora bien, si nos acercamos más a algunas de las propuestas de los combatientes por el cambio climático, sí advertimos una proposición concreta: acabar con el capitalismo. Que se sepa, la única alternativa conocida a ello, es el comunismo (o “socialismo de Estado”). Al margen ya de que esos regímenes son siempre una dictadura, preguntémonos por su compatibilidad con el medio ambiente: China, Rusia, Corea del Norte, la antigua Alemania Oriental, ¿fueron o son modelos de cuidado a la naturaleza, al medio? ¿Qué proponen, pues?

Aquí uno siempre recuerda la mirada estrábica de Occidente. ¿Por qué las protestas se dirigen y se producen siempre contra nosotros mismos? ¿Por qué los manifestantes no asedian a la Rusia de Putin o a la China comunista, los mayores productores de CO2 con EEUU y la Inida? Si se quiere enfrentar de verdad el problema, ¿no estaría bien una marcha a pie hacia China de jóvenes manifestantes, al modo y manera de la entre histórica y fabulosa Cruzada de los Niños, o, al menos, que Greta Thunberg y sus mentores desembarcasen en aquel país, ya en barco, ya en contaminante avión para protestar?

Por cierto, a propósito de los activistas contra el calentamiento y sus seguidores. ¿Quién organiza una huelga escolar al mismo tiempo en un montón de países? Y, sobre todo, ¿qué gana el medioambiente con que los escolares dejen las aulas vacías? ¿Qué efecto tiene eso sobre nada? Se entiende que los ciudadanos se manifiesten para llamar la atención sobre un problema, ¿pero una huelga escolar? ¿Cuál es su significado? ¿Cuál su beneficio, sino es la captación de voluntades mediante la agitación?

En ello, en este tipo de huelgas, como en muchas de las manifestaciones que se producen movidas por tópicos de moda, el efecto fundamental es el de provocar una satisfacción en los individuos, estimular su autoestima, hacerlos saberse partícipes de la iglesia de los buenos.

Y es que una parte importante de este tipo de adhesiones son muy semejantes a las manifestaciones colectivas de tipo religioso, ya sean purificativas, ya impetrativas: sentirse parte de un grupo donde se integra o refuerza el yo, tener la satisfacción de estar en el bando de los buenos y que los que quedan fuera son los malos.

Que los efectos reales de ello sean nulos, poco importa.

Por cierto, ¿alguno de esos jóvenes manifestantes estaría dispuesto a dejar sus redes sociales y su móvil para reducir la contaminación (internet consume el 2% de la energía total del mundo)? ¿No hay una evidencia de cuál es la distancia entre los discursos y la realidad en esta facecia que recorre internet?: “milllones de jóvenes quieren limpiar el mundo; millones de padres desearían que empezasen por su dormitorio”.

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