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Juan R. Gil

Análisis

Juan R. Gil

Atentos

No tengo ni la más remota idea de lo que va a pasar en las elecciones del próximo 10 de noviembre, si acaso la percepción de que las cosas no van a ser tan fáciles para el PSOE como a Pedro Sánchez le dice su gurú, Iván Redondo; la impresión de que el efecto Errejón, salvo quizá en Madrid, no va a ser tan intenso como se nos insiste; y el convencimiento de que el bloqueo político, con la crisis catalana gravitando permanentemente sobre las posiciones de todos los partidos, va a seguir sin tener una salida clara. No me extraña, en ese sentido, que dos expresidentes como González y Rajoy hayan vuelto a abogar por un gran acuerdo entre el PSOE y el PP, aunque sepan que es predicar en el desierto.

De lo que sí se puede hablar aquí con más fundamento es de cómo están las cosas en Alicante (una de las siete circunscripciones que más parlamentarios reparten) con las elecciones ya convocadas. Y la situación no puede ser más llamativa: el partido más votado en la provincia y en toda España en los anteriores comicios, el que preside la Generalitat y gobierna algunos de los municipios más importantes (Elche, Alcoy, Elda...), el que tiene los mismos escaños en la Diputación que su principal rival, aunque no la presida, el PSPV-PSOE, está huérfano no ya de liderazgos locales que ayuden a tirar del carro, sino incluso de estructura para mover la maquinaria electoral. El resto de la izquierda, socia en el Consell, digo de Compromís o de Podemos, está aún peor, lo que para los socialistas no debería ser motivo de consuelo sino de preocupación, porque es una coyuntura que les puede venir bien a corto plazo pero resulta ruinosa para los intereses de todos a medio y largo. En el lado de enfrente, sin embargo, el PP, tras la hecatombe sufrida (que, ojo, no fue tanta en Alicante), se está recuperando a mayor velocidad de la que cabría esperar, tiene a sus bases movilizadas, su estructura dispuesta y la expectativa cierta de recuperar buena parte del voto que les fue arramblando primero Ciudadanos y luego Vox. Pero, sobre todo, tiene algo que los socialistas aquí no tienen: un jefe sobre el terreno. No es de extrañar que Ximo Puig prácticamente viva en Alicante. No le queda otra. Pero vayamos paso a paso.

Los socialistas, supongo que la mayoría de ustedes no lo saben y es normal, crearon hace varios años, cuando todavía estaban en la oposición, una estructura provincial. ¿Les suena? ¿No, verdad? Claro. Es que es un trampantojo. Lo hicieron en medio de las batallas que entonces libraban entre ellos, pero no porque creyeran en ello. Así que la tal ejecutiva ni se sabe cuándo se reúne, ni qué temas aborda, ni qué conclusiones extrae, ni qué papel tiene ni en los procesos de toma de decisiones ni siquiera en las organizaciones de las campañas o en la selección de candidatos. Creo -no sería capaz de asegurárselo- que el secretario general de dicho decorado de cartón piedra sigue siendo el alcalde de Xàbia, José Chulvi, pero sus intervenciones en calidad de tal pueden contarse con los dedos de una mano y sobrarían la mitad.

¿Qué es lo que hay, entonces? No hay presencia ni actividad conocida de parlamentarios nacionales, después de que el ministro Pedro Duque fuera aupado a la cabeza de lista porque, como García Margallo en su día por el PP, daba la casualidad de que tenía una casa en Xàbia. Ya sé que no han tenido tiempo para rezar ni un avemaría, pero los políticos de raza no dejan de moverse ni cuando las instituciones están paralizadas (el mejor ejemplo es, precisamente, Margallo, que estoy seguro de que por las mañanas le hace declaraciones a la ducha), y los escogidos para las listas del PSOE parece que cayeron en ellas como podían haber caído en una agencia de viajes.

La presidenta del partido, Juana Serna, intenta no ser un florero con el mismo empeño con el que los demás procuran que lo sea, así que aquí estamos: sin oficio (para ella) ni beneficio (para los demás). El único alicantino en la ejecutiva federal, el exalcalde de Elche Alejandro Soler, ha pasado un tiempo largo lastrado por una imputación pero, archivada ésta y liberado, pues, de la mochila, sigue dedicado a la mitad del partido, la facción sanchista, y no al partido entero. Así que ni él ni el PSOE avanzan. Y la cabeza de lista a las Cortes, la consellera Ana Barceló, bastante tiene con el pandemonium en que se está convirtiendo la Sanidad pública como para meterse en otros enredos, aunque le tocaría.

La esperanza del PSOE serían los alcaldes y/o portavoces. Pero, como dirían en México, ni modo. Lo mejor que se puede decir de Sanguino en Alicante es que no es de este mundo. No transmite nada, lo que no deja de ser una cruel paradoja tratándose de un autor teatral. El partido en la ciudad de Alicante, ya lo saben, está secuestrado (al secretario general, Millana, concejal y diputado, le corrigen las declaraciones sin ni siquiera llamarlo, y él se limita a llorar su desdicha en los grupos de WhatsApp), y a un secuestrado lo primero que le quitan es la voz. El resto de alcaldes, más que ninguno el de Elche, Carlos González, por su importancia, va a la suya, sin que sientan ni padezcan por ninguna cosa que pase fuera de sus fronteras municipales. Y mención aparte, desde luego, merece el de Alcoy, Toni Francés, un caso extraño de un hombre que despliega tanta habilidad en su ayuntamiento como debilidad en la Corporación Provincial, donde a pesar de comandar un ejército de 14 diputados, tantos como el PP pero con más votos, no es capaz de articular un discurso en la oposición. Ni un discurso, ni siquiera un esquema de trabajo: digámoslo claro, los diputados socialistas de la Diputación no van apenas a la Diputación. En el último pleno, el de la DANA que ha arrasado la Vega Baja, el alcalde de Dolores parecía ese explorador de las películas del Far West al que mandan entrar en territorio comanche, solo, con los enemigos a un palmo y los suyos a kilómetros. Es lo que hay.

Como al único al que se oye desde la bancada de la izquierda en esa institución es a Gerard Fullana, cualquiera podría tener la (falsa) impresión de que Compromís sí tiene en él a un líder en la provincia. Pero no es así. Sin entrar en vericuetos identitarios, Fullana arrastra dos maldiciones: una, que Compromís es menos en esta legislatura que en la anterior o, dicho de otra manera, que él no es el portavoz sino el superviviente; y dos, que Fullana sólo es alguien dentro del estricto recinto del Palacio Provincial. Fuera, a los efectos de la formación de la opinión pública, no cuenta, ni dentro de su partido, ni más allá de él. Al contrario que otros, no es que Fullana no trabaje, es que obtener réditos del trabajo en Compromís es casi tan difícil, por no decir más, que en Podemos. Cabía esperar en esta legislatura que Compromís hubiera tenido una voz y una presencia más fuerte en esta provincia después de que accediera al Consell Mireia Mollà. Pero no. Lo que Mireia Mollà está demostrando (y lo del desastre de la Vega Baja, siendo consellera de Agricultura y Medio Ambiente, ha sido, nunca mejor dicho, la gota que colma el vaso) es que hay políticos que son sobresalientes en la oposición, pero se apagan cuando gobiernan. Y, por último, dejemos constancia de lo que no se dice públicamente aunque entre ellos mismos no hablen de otra cosa: Compromís, o al menos la mayoría de sus dirigentes más relevantes, le tiene miedo a Alicante. Sólo así se explican algunas de las cosas que hacen Mónica Oltra, Marzà, Morera, Micó... O, mejor dicho, las que no hacen.

De Podemos, lo de siempre. Sólo existen porque existe Pablo Iglesias en Madrid y porque todavía hay votantes que escogen su papeleta. Pero no porque salvo honrosas y contadas excepciones hayan hecho nada por acercarse, desde cada responsabilidad que adquieren, a esos votantes, hablar con ellos, generar una estructura que les atienda. Resulta que tienen a todo un vicepresidente del Consell, Rubén Martínez Dalmau, que es de Alicante. Pero daría igual que fuera de León. Por aquí, salvo para marear la perdiz interna, ni está ni se le espera. Liderazgo. Es de lo que venimos hablando. Se tiene o no se tiene. Dalmau tiene 48 años. Y da la impresión de que ya ha llegado adonde nunca soñó que llegaría y con eso le basta. Hay políticos con 30 años más que tienen más empuje.

Pero decía al principio que en la derecha hay quien está igual de mal, o peor, y hay quien, hablando solo de Alicante, le va mejor de lo esperado. Vox no existe, afortunadamente, así que su voto dependerá de cuántas fakes estén dispuestos a tragarse sus electores más normales antes de volver al redil del PP, que por si acaso ya tiene a la presidenta de Madrid (esa que dice que estamos en el 36 y enseguida van a empezar a arder iglesias, sin que Casado le haya puesto un bozal todavía) desvariando a ver si pilla cacho. Y Ciudadanos tiene un histrión en las Cortes, digo de Toni Cantó, unos cuantos esforzados cargos que navegan como pueden, y un montón de «cobranóminas» que no pegan palo al agua y con su dejadez arruinan el trabajo de los que sí trabajan. Mala cosa.

El PP -insisto que hablo de Alicante- es el que se va recuperando más rápido de lo que se preveía. En parte, porque la debacle que sufrieron en las últimas convocatorias electorales vino Ciudadanos a aliviársela. En parte, porque incluso algunos de los más jóvenes de entre los suyos son perros viejos que saben lo que tienen que hacer. Miren a Barcala: es difícil encontrar un alcalde que lo haya tenido más fácil. Hace lo que le da la gana, ante la incapacidad de Cs de marcar estrategia propia, en el gobierno. Y enfrente no tiene a nadie. La oposición ni es tal ni tiene otro proyecto que lamerse las heridas de lo que pudo haber sido y no fue, con lo que aburre a las ovejas.

Así que con el alcalde de la segunda ciudad de la Comunitat Valenciana encantando de conocerse, solidamente asentado en la paz de los cementerios, tan tranquilo que se adorna alabando hoy a Puig o ruborizando de galantería política otro día a María Teresa Fernández de la Vega sabiendo que puede permitirse centrarse porque nadie le amenaza ni a derecha ni a izquierda; con las marrullerías de José Císcar a punto de entrar en el archivo de la Memoria Histórica y con César Sánchez convertido en un holograma sentado en tercera fila, el territorio del liderazgo provincial ha quedado expedito para el nuevo presidente de la Diputación, Carlos Mazón, al que hay que reconocerle que ha sabido hacerse con él en tiempo récord (tomó posesión a finales de julio) y darle la vuelta al discurso de su partido, que ha pasado de estar a la defensiva, recurso va recurso viene, a ser interlocutor imprescindible. En eso, precisamente, está la clave. En que Mazón, presidente de una Diputación, le habla de tú a tú a Puig, presidente de un Gobierno autonómico. Y recibe el mismo trato. Como si no hubiera diferencia de rango. Un suceso extraordinario, que no habíamos visto ni con Valenzuela ni con Ripoll, por citar dos pesos pesados. Es un juego de intereses mútuos: sin huestes en Alicante, Puig necesita seguir manteniendo una presencia extraordinaria y para eso era precisa una tregua; mientras que Mazón requiere igualmente de ese alto el fuego para afirmarse en el mando dentro de su partido. Pero el uno tiene todo el aparato autonómico detrás y el otro la plataforma perfecta de la provincia más díscola, así que mientras comparten vino y mantel se rearman. Es una partida inédita y divertida. De momento, la próxima jugada de Mazón, a punto de concretarse, descolocará si se lleva a término a tirios y troyanos, incluyendo al propio Puig. Como diría el maestro Aguilar, atentos.

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