«Una ciudad sin memoria es una ciudad sin esperanza» (G . Zarone)

La ruina de la obra de rehabilitación de la única pieza que quedaba del Varadero en el puerto de Alicante, ha puesto de manifiesto, una vez más, la clamorosa ausencia de criterios y de sensibilidad por parte de todas las autoridades municipales y portuarias que detentan la responsabilidad de la protección, conservación y puesta en valor del patrimonio cultural y arquitectónico de la ciudad.

El Varadero se construyó en los primeros años del siglo XX, cuando Próspero Lafarga era el ingeniero director de la Junta del Puerto (antigua denominación de la Autoridad Portuaria). Fue una época en la que las autoridades portuarias colaboraban activamente con el Ayuntamiento de la ciudad, totalmente al contrario de lo que ocurre ahora. Fruto de aquella relación fueron varios proyectos de urbanización de la fachada portuaria de la ciudad, como la Explanada y el Paseo de Gómiz; pero también se llevó a cabo la redacción y ejecución del primer proyecto de saneamiento moderno de la ciudad. Todos estos proyectos fueron financiados y ejecutados por la Junta del Puerto.

En una ciudad marítima como Alicante, con una inserción tan estrecha entre ciudad y puerto, se produce una fusión entre paisaje urbano y paisaje portuario, entre memoria urbana y memoria portuaria que debería estar muy presente en las políticas y en la gestión del patrimonio arquitectónico y cultural. Sin embargo, ni el Ayuntamiento ni la Autoridad Portuaria lo han entendido.

El Ayuntamiento sigue sin aprobar el Catálogo de Protecciones del Patrimonio de la ciudad, en el que debe de estar incluido el patrimonio portuario, y esta corporación, como otras anteriores, apenas han mostrado en los últimos años oposición o crítica a derribos llevados a cabo por la Autoridad Portuaria: desde el de la Comandancia de Marina con objeto de construir un aparcamiento, tinglados, el edificio racionalista de la Lonja Nueva, a la amenaza de demolición que se cierne sobre el Barrio de Heliodoro Madrona, o el alarmante olvido en el que se encuentran piezas únicas como los mareógrafos.

En diferentes ocasiones, hemos demandado a la Autoridad Portuaria de Alicante la urgencia de elaborar un catálogo para proteger lo poco que va quedando de su patrimonio, donde se entremezclan piezas de ingeniería y arquitectura. Y las respuestas han sido claramente negativas, aduciendo que el fin principal del puerto es garantizar el crecimiento de su explotación económica, sea a costa de cualquier cosa, como puede ser convertir la lámina interior en un aparcamiento de barcos, demoler un edificio histórico para ubicar un aparcamiento, rellenar una dársena para ubicar un almacén de contenedores, o incluso ubicar actividades nocivas a escasos metros de las viviendas. Todo responde a una relación con una clara falta de objetivos y sin dirección alguna entre el puerto y la ciudad, y viceversa.

Lo sucedido en el Varadero es sólo el último síntoma de un problema de orden superior muy poco visible: el abandono sistemático del patrimonio, puesto que este edificio ya se encontraba en muy malas condiciones y falto de protección desde mucho antes que se iniciaran los trabajos de rehabilitación, y nada impediría ahora terminar de eliminarlo y reemplazarlo por cualquier otra construcción.

La opción de reconstruirlo no deja de llevarnos a otros debates de intervención en el patrimonio acerca de si el interés verdadero por el patrimonio radica sólo en mantener la imagen de la ciudad a modo de decorado, donde los edificios pueden convertirse en cáscaras inútiles, e incluso falsos antiguos que sólo generan un escenario de fondo, o si se reconoce la singularidad e historia de todas y cada una de sus capas urbanas, constructivas, históricas, estructurales, espaciales y compositivas para poder entender que el valor reside en preservar el original, interviniendo sobre él para conservarlo para las generaciones futuras poniéndolo en uso y en valor. Un catálogo de protección del patrimonio cultural no se limita a un listado de edificios y elementos históricos, debe estar dotado además de un protocolo patrimonial y técnico que dirija las posibles intervenciones de mantenimiento y rehabilitación que se emprendan en ellos para evitar que se produzcan siniestros como el que se acaba de producir en el Varadero. Del mismo modo, debe existir una vocación por poner en valor y utilizar ese patrimonio, que es el único medio por el cual se puede garantizar su conservación.

Esto es lo que le planteamos hace unas semanas a la Autoridad Portuaria, alarmados por lo que se veía de la rehabilitación del Varadero con relación a su valor patrimonial. También se les recordó la obligación que tienen, en última instancia y como mandato constitucional, de proteger el patrimonio cultural de todos los ciudadanos, «cualquiera que su régimen jurídico y su titularidad»: «Los poderes públicos garantizarán la conservación y promoverán el enriquecimiento del patrimonio histórico, cultural y artístico de los pueblos de España y de los bienes que lo integran, cualquiera que sea su régimen jurídico y su titularidad. La ley penal sancionará los atentados contra este patrimonio» (artículo 46 de la Constitución Española de 1978).

Para una ciudad marítima, su puerto debería de erigirse en una oportunidad para acercar el mar a los ciudadanos no sólo en el plano espacial y urbanístico, sino en el cultural y en el de su imaginario. Este es uno de los fines de la protección del Patrimonio Portuario. En Alicante, los hechos están mostrando lo contrario: una ciudad cada vez más alejada del mar.