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Selfie

La sociedad, sustituida por su parodia virtual

Antes de comenzar su intervención frente a la Asamblea General que se celebra una vez al año en la ONU, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, sacó su teléfono móvil y se hizo una fotografía, lo que se conoce ya como un selfi, con su cara en primer plano y el estrado de la presidencia al fondo. Viendo la sonrisa impostada y obligatoria propia de esos casos, se podría pensar que el caballero quería dejar constancia de su minuto de gloria pero no. La fotografía fue enviada de inmediato a las redes sociales y el presidente Bukele comenzó su discurso anunciando a los delegados de la asamblea que el nuevo mundo no estaba ya en la sala de la reunión sino allí fuera, en el universo global al que acababa de incorporarse el selfi.

El gesto anodino, común en multitud de turistas que, según se ve, dan menos importancia a los monumentos que justifican el viaje que a las redes virtuales a las que se envía la instantánea, era en realidad un arma política para echar en cara a los asamblearios que la ONU se ha quedado anticuada, que lo que importa está ya en otro lado. Puede que sea así. Pero lo que de verdad ha servido para que el gesto del presidente salvadoreño dé la vuelta al mundo virtual es el selfi en sí mismo y no el mensaje que contenía. Los ciudadanos que se preocupan por el futuro de las Naciones Unidas son una ínfima parte de la legión que anda venga a hacerse selfis en cualquier parte. Y es ese contraste el que mejor define el mundo nuevo en el que estamos metidos.

La última semana han sido noticia varias agresiones en las que las víctimas fueron masacradas de forma impune, llegando a morir alguna de ellas, mientras el gentío que rodeaba la escena se afanaba en grabar las palizas y los apuñalamientos sin prestar la más mínima ayuda a quien estaba siendo agredido. No sé si, además de registrar las salvajadas, alguno de los testigos indiferentes se hizo además un selfi para ufanarse ante sus contactos en la red de que estaba allí pero todo puede ser porque, al fin y al cabo, los límites de la barbarie no existen ni para los agresores ni para los cronistas aficionados a la sangre ajena. De lo que sí estoy convencido es del fracaso absoluto de nuestros sistemas educativos si, a la postre, llevan a la desaparición de la empatía, a la quiebra de los valores morales y a la ignorancia de paso de las leyes que establecen el deber de ayuda, que existen. Pero es obvio que tales normas no sirven para el mundo de verdad de hoy al que se dirigía el presidente Bukele.

No es la ONU, pues, la única institución necesitada de cambios. Son nuestros propios códigos educativos y penales los que deben ser puestos al día si queremos evitar que la desaparición de la sociedad, sustituida por su parodia virtual, llegue mientras todos nos ponemos a filmar el Armagedón que viene. Con algún que otro selfi destinado probar que somos idiotas como posible circunstancia atenuante ante el Juicio Final.

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