A falta de los últimos fastos conmemorativos del 75 aniversario de las fiestas de moros y cristianos (Año Blanes), nos quedaban las fallas del fin de semana pasado para que Elda echara el cierre a la larga temporada festiva.

Lo cierto y verdad es que no sé si la ciudad será más o menos industriosa (que no industrial), pero a lo que se dice festiva (o festera), no hay quien le gane. Tenemos de todo; este año hasta hemos celebrado San Fermín con un encierro fementido. Pero todo se andará... ¡Será por fiestas!

Leo hace unos días que hay algunos colectivos culturales eldenses (taller de teatro, etc.) que llevan mucho tiempo sin cobrar su subvención. Como también proyectos anunciados a bombo y platillo unos meses antes de las elecciones municipales que ni siquiera se han iniciado; o perentorias actuaciones urbanísticas y en el deteriorado y depauperado equipamiento urbano que ven cómo pasa el tiempo (años) sin materializarse. Y de inversiones para incentivar la industria, el empleo y la riqueza local ni hablamos (estamos a la cola de la renta per cápita de la provincia). Las razones que se dan desde el equipo de gobierno municipal para justificar su desatención es que no hay dinero. Lo que contrasta con un superávit del que alardeaba no hace tanto (¿recuerdan que nuestro admirado alcalde decía que estábamos en la pole position económica?), y con las munificentes subvenciones que se dan a las fiestas sin problemas todos los años.

Y eso se debe -es que no nos enteramos- a que somos un pueblo eminentemente festivo (o festero). En el que, al poco de apagarse la última antorcha simulada en la bajada de los Reyes Magos de Bolón, ya empiezan los actos en honor a san Antón, y con ellos a girar el carrusel festivo sin solución de continuidad hasta cada vez más tarde.

Uno tiene la impresión de que, para nuestros gobernantes, solo existe e importa la fiesta. O que esta es un espléndido disfraz de su ineptitud para la gestión. O una mezcla de las dos cosas. La prueba la tenemos en nuestro impar alcalde, más proclive a los «gestos» que a las «gestas», como se puso de manifiesto en su rutilante toma de posesión celebrada en el Teatro Castelar, durante la que recibió, banda de mariscal al pecho, ni más ni menos que la vara de mando ¡¡de un jefe de Estado!! ¡Ahí es nada! A ver qué alcalde de ciudad de España, por importante que sea, recibe un símbolo que lo iguale.

Confieso que este año me alegró el aplazamiento de las Fallas al pasado fin de semana. No solo porque se evitó con acierto el desastre que hubieran acarreado los turbiones de la fecha que correspondía, sino también porque -egoístamente hablando- la cremà tuvo lugar el día de mi santo: San Rafael Arcángel. Y siempre tengo presente el recuerdo de que mi abuelo Juan Antonio fue uno de los artífices de aquella primera que se quemó el día de san Pedro de antes de la guerra.

Así las cosas, propongo que, en los carteles de bienvenida situados en las entradas a la ciudad, se sustituya el «Elda, ciudad del calzado» por «Elda, ciudad en fiestas». Ahora que preocupa tanto su descenso poblacional, igual constituye un eficaz reclamo para nuevos habitantes que entiendan la vida como una continua diversión. ¿No les parece? O sea.