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El tejado de vidrio de Joe Biden

No ha parado de denunciar el Partido Demócrata de EEUU las supuestas injerencias de Moscú en las últimas presidenciales norteamericanas, pero, siempre dispuesto a ver la paja en el ojo ajeno, parece, sin embargo, incapaz ese país de ver la viga en el propio.

Es imposible que nos sorprenda ya cualquier cosa relacionada con Donald Trump: la pasada semana supimos de sus presiones sobre el nuevo presidente ucraniano para torpedear la campaña de Joe Biden, el favorito de momento entre los aspirantes demócratas a la Casa Blanca.

Según las revelaciones de un agente de la CIA, Trump y su equipo trataron de condicionar la ayuda económica de 400 millones de dólares prometida a Ucrania por Washington a que su joven presidente, Volodímir Zelenski, les ayudase a encontrar trapos sucios con los que desacreditar a Biden.

Y creyeron encontrar lo que buscaban en algo ocurrido mientras ése ocupaba bajo Barack Obama la vicepresidencia de EEUU: un mes después de que el Estado ruso se anexionara Crimea, el hijo de Biden entraba en el consejo de administración de Burisma, una empresa gasista ucraniana fundada por un oligarca acusado de corrupción.

Trump dio instrucciones a su correoso abogado, el ex alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani, para que averiguase si Biden había abusado entonces de su cargo coaccionando al presidente ucraniano Petro Poroshenko para que cesara al fiscal que debía investigar a la empresa de la que cobraba su hijo.

Biden siempre ha afirmado que las presiones que ejerció entonces Washington sobre Kiev, en coincidencia con otros gobiernos occidentales como la Comisión Europea, tenían como único objetivo cesar a un fiscal corrupto y nada que ver, por el contrario, con la empresa en cuestión.

Pero Trump no soltó presa, como tampoco antes con Hillary Clinton, y en uno más de esos abusos del cargo que han terminado convirtiéndose en normales, mantuvo una conversación telefónica con el nuevo presidente ucraniano en la que le pidió que le ayudara en su empeño contra el rival demócrata.

Que el presidente de EEUU trate de presionar, esgrimiendo la ayuda exterior como arma, a otro jefe de Estado para que le ayude a arrojar basura sobre un rival es el colmo de la prevaricación y justifica el que los demócratas parezcan por fin decididos a lanzar contra él un impeachment (proceso de destitución).

Pero ¿qué decir, por otro lado, de los supuestos intentos de ese rival, si finalmente se demostrasen ciertos, de valerse también de su posición de poder para influir en la justicia de otro país en beneficio de un hijo empresario? ¿Es así como funciona la política exterior norteamericana?

Joe Biden, que lo niega tajantemente, sigue encabezando las encuestas en la carrera demócrata hacia la Casa Blanca, pero, a diferencia de los representantes del ala progresista de ese partido como Bernie Sanders o Elizabeth Warren , tiene el tejado de vidrio.

La dirección demócrata maniobró torticeramente en su día contra el izquierdista Sanders y a favor de la candidata del establishment, Hillary Clinton, y el pueblo norteamericano y también el mundo siguen pagando las consecuencias. ¿Se cometerá el mismo error ahora con Biden?

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