Vuelo Berlín-Alicante, 06:40 am. A mi derecha una chica de cierta edad con rostro feliz y cansado intenta dormir. Lleva una camiseta negra con la leyenda PROUD TO BE CLICA en color rosa fosforito. En la fila contigua tres chicas más con la misma camiseta, dos de ellas comentando divertidas las fotos del móvil y la tercera adormilada como mi compañera. Ciertos rasgos delatan que no regresan de una competición deportiva, ni de una fiesta de fin de Master. Está de moda mostrar orgullo. Hay algo realmente reparador en gritarle al mundo lo que el mundo te ha obligado a ocultar durante un tiempo. Orgullo frente a vergüenza. Orgullo frente a humillación. Me pregunto qué será CLICA. Quizá un territorio pequeño que se va despoblando. O una nueva identidad sexual. O una W-startup... Me muero de curiosidad. A pocos minutos de aterrizar mi compañera de viaje se activa y nuestras miradas se cruzan. Le pregunto directa muy sonriente ¿Qué es CLICA? Y desde la otra fila me responde divertida una de ellas: no tardarás mucho en saberlo. Sonora carcajada. Mi vecina me cuenta un relato que seguro han repetido varias veces en las últimas horas. Son amigas desde el colegio y en una tarde de cervezas alguna dijo que si en la vida habían celebrado juntas bodas, bautizos, cumpleaños y graduaciones, por qué no homenajear el fin de su vida reproductiva. Se decidieron por un fin de semana en Berlín. Un acierto, me dice. Carcajada. Concluyo que lo han pasado realmente bien.

El cuerpo de la mujer y sus circunstancias es un territorio de inspiración inagotable. Sin pretender ser académica, podemos dividir los relatos sobre el cuerpo de la mujer y su ciclo reproductivo en dos grandes grupos: aquellos que consideran que no pasa nada, y los que consideran que pasa muchísimo. Para los primeros, las hormonas no impactan en el carácter ni en la conducta, los dolores menstruales se curan con actitud positiva, es posible trabajar hasta el último día de un embarazo y la menopausia es algo natural que hay que aceptar sin que se note. Para los segundos, la menstruación es un tabú, los cambios hormonales producen psicopatías, las mujeres no pueden acceder a ciertos empleos porque un día estarán embarazadas y la menopausia es un cataclismo psicosexual femenino. Esos relatos, polarizados, han generado y sostenido en el tiempo valores y creencias. Pero también leyes, líneas de investigación médica y decisiones sobre qué productos son y no son financiados por la Seguridad Social. En conjunto, todo un marco de convivencia con su correspondiente lenguaje y código de prescripciones que señala cómo te has de sentir y qué se puede y no se puede hacer en cada estación de la vida reproductiva de una mujer.

Por eso, estos días, en los que escuchamos la noticia de que una diputada inglesa ha llevado a la noble Cámara de los Comunes una propuesta para que se contemple la menopausia como factor de riesgo para el trabajo, me inquieta que el debate oscile entre el no pasa nada y no podemos aproximar (ni financiar) a la categoría de enfermedad una circunstancia biológica normal en las mujeres, y el pasa muchísimo, y las mujeres en edad climatérica tienen problemas físicos y cognitivos que van a impactar en su desempeño laboral. No es un debate fácil. Incluso desde las mejores intenciones, la posibilidad de despertar nuevos prejuicios puede frenar el análisis veraz de una realidad compleja para muchas mujeres durante un periodo de su vida. Una sociedad como la nuestra, que comienza a abrazar la igualdad de género y prevé una esperanza de vida media de 100 años en los próximos lustros, necesita con urgencia nuevos paradigmas para abordar la comprensión del cuerpo de la mujer durante la menopausia. No sé cómo debería de ser ese nuevo paradigma. Pero encuentro algo de inspiración en la manifestación orgullosa de aquellas cuatro amigas celebrando su cese estrogénico y diciéndole al mundo Dejadnos ser lo que somos, como queramos y podamos serlo, sin esconder lo que nos pasa. Bienvenida seas Revolución CLICA. Nos haces mucha falta.