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La víctima

Donald Trump insiste en presentarse como una víctima de magnitud histórica. No es el primero en explotar el victimismo ni siquiera ha sido el único perseguido por un congreso para su destitución, algo que probablemente no sucederá y dejará al presidente de Estados Unidos en una posición aún mejor para obtener rentabilidad del populismo del que es un plusmarquista mundial. Es lo que pretende.

Sostiene que ningún inquilino de la Casa Blanca ha sido tratado tan mal como él desde el primer momento; tampoco nadie ha insistido tanto en aparecer como gran objetivo de una conspiración. Eso es precisamente lo que le une a sus seguidores, a los que jaleó haciéndoles creer que ellos mismos, la gran legión de oprimidos y marginados, eran víctimas de las élites del poder de Washington. A veces, la tecla emocional da igual que la toque un descamisado que un promotor inmobiliario, como Trump, que amasó una fortuna estafando y explotando a seres humanos. El caso es tocarla en el momento y la situación oportunos.

La realidad deformada a la que Trump recurre formó parte, primero, del relato que le hizo ganar y, ahora, de una estrategia de supervivencia política que es también la terapia virtual que él mismo se aplica para convencerse de que es un tipo honrado y trabajador que busca lo mejor para su país. No como los demócratas que, aliados con los ucranianos, intentaron interferir en las elecciones de 2016, paralelamente a los rusos que impulsaban su candidatura.

En consecuencia, Trump es la solución a todos los males y el mal se une para borrarlo de la historia. La maniobra tampoco es nueva en el campo de la sociopatía: un sujeto empeñado en que los demás hagan lo que él quiere, empleando diferentes artimañas y sin sentir el menor remordimiento ni medir las consecuencias de sus actos.

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