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El amor dentro de un siglo

El jefe de los expertos en clima de la ONU, Hoesung Lee, alertó esta semana de que el aumento del nivel del mar se ha acelerado, es imparable y continuará más allá de este siglo. Percibimos ya las consecuencias del cambio climático en forma de gotas frías cada vez más frecuentes, episodios de calor de reminiscencias tropicales y una transformación un tanto monstruosa de la fauna que nos rodea, pero solo es el comienzo. Lo peor está por llegar: vamos a dejarle un planeta hecho unos zorros a nuestros descendientes. El problema es que eso nos deja un poco fríos: cuando vemos a nuestro hijo dormir plácidamente en la cuna podemos atisbar que le estamos preparando un planeta más antipático, algo más cruel, pero semejante al nuestro; el drama pronosticado por la ONU vendrá con el mundo que conocerán los nietos y los hijos de los nietos de nuestro retoño, que sí habitarán una tierra mucho más inhóspita, plagada de desiertos y barrios sepultados por las olas, pero a los que no conoceremos, con lo que no podemos concebir su tragedia. Ahora bien, podemos pensar que el amor que nosotros sentimos por ese niño que ahora vemos dormir en su cuna será el mismo que él sienta por su hijo y éste por el suyo y así sucesivamente; y que de alguna manera nuestro amor actual pervivirá dentro de un siglo, capaz de vencer a la muerte, en seres a los que nunca veremos. Si entendemos que el cambio climático le destrozará la vida a criaturas futuras que aún llevarán un poso de nosotros, quizás el problema nos golpeará de verdad las entrañas. Ojalá. No nos lo ponen fácil intelectuales como Trump cuando dicen que el futuro es de los «patriotas» y no de los «globalistas». O sea, cuando afirman que sólo debemos estar pendiente de nuestro terruño y que el resto del universo puede irse al carajo, incluidos Lee, sus climatólogos de la ONU y, por cierto, hasta los propios descendientes del mismo Trump.

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