En principio son dos cosas que no se llevan bien y en la práctica aún se llevan peor como ha demostrado el ataque a la refinería de Abqaiq, la más grande de Arabia Saudita, a la que una docena de drones han dejado muy tocada por un precio irrisorio, porque a cambio de unos pocos drones se ha logrado un impacto mundial. Arabia Saudita es el segundo productor de petróleo, sólo detrás de los Estados Unidos, con unos diez millones de barriles diarios. El 10% del consumo mundial. Y con este ataque se ha eliminado de un bombazo casi el 60% de esa cifra, 5,6 millones de barriles, un 5% del consumo mundial. Las primeras noticias dispararon un 20% el precio del barril, por encima de los 70 dólares aunque luego se estabilizó en torno a los 65 cuando algunos productores dijeron que aumentarían su producción para cubrir (en parte) el enorme agujero, cuando los EE UU y el Club Internacional de la Energía anunciaron su disposición a utilizar sus reservas estratégicas, y cuando los propios saudíes dijeron que las reparaciones de la refinería sólo durarán semanas y que disponen de reservas por valor de hasta 190 millones de barriles en depósitos situados en Egipto, Rotterdam y Okinawa con los que abastecer el mercado durante algún tiempo.

Este ataque plantea varios interrogantes sobre la autoría, el lugar de fabricación y de procedencia de los drones y cómo fue posible que alcanzaran con tanta facilidad un objetivo de tanta importancia estratégica en un país con el tercer presupuesto mundial en gastos de defensa. Son preguntas que todavía no tienen respuesta.

Los houthis, una tribu del Yemen, reclaman su autoría y es muy posible que eso sea cierto porque llevan años de guerra con Arabia Saudita, país con el que mantiene una relación mala desde que los saudíes les arrebataran tras la independencia una franja de territorio y los yemeníes se vieran obligados a reconocer el expolio en el Tratado de Taif de 1932. Cuando comenzó la actual guerra incivil en Yemen, el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salman, decidió intervenir para «restablecer el orden» y extender su influencia regional con el apoyo de los Emiratos Árabes Unidos. El resultado ha sido una tragedia. Lo que ambos pensaron que iba a ser un paseo militar se ha convertido en la mayor crisis humanitaria con miles de muertos, y millones desplazados y refugiados, hambrunas y epidemias de cólera. Hoy Yemen es un estado fallido a punto de romperse pues los propios emiratíes han fomentado la secesión del sur en torno a la ciudad de Aden. Los houthis presumen de haber enviado otros drones y misiles antes contra un oleoducto y el propio aeropuerto de Riad. Pero nada de la magnitud de lo hecho ahora en Abqaiq. ¿Son esos montañeses capaces de manejar aparatos tan sofisticados a tan gran distancia? Si lo son, ¿quién les ha enseñado?

Todo apunta a Irán, que tiene esa tecnología y es posible que se la haya suministrado. Washington no tiene dudas y desde el primer día ha acusado a Teherán de ser el autor material del ataque, cosa que los iraníes niegan con vehemencia. Una cosa es atacar ellos y otra cosa es armar y entrenar a los houthis, algo más que probable y desde el punto de vista de Teherán perfectamente normal dentro de la pugna que mantiene con Arabia Saudita como respectivas cabezas de fila de los chiítas y de los sunnitas. Al fin y al cabo, también los norteamericanos dan armas a los saudíes...

Por la forma de los impactos, los norteamericanos dicen que los drones procedían de Irán (a solo 300 km) o de Irak, esto es del este, y no del Yemen, que está al sur y a mil kilómetros de distancia. Sería grave, como también es muy preocupante la hipótesis de que los drones hayan sido disparados desde dentro de Arabia Saudita, pues la zona donde se ubica la refinería atacada es de población mayoritariamente chiíta, y eso explicaría la dificultad para interceptarlos a la vez que permitiría calificar el ataque como terrorista sin exculpar del todo a Irán.

Las que quedan muy mal paradas son las Fuerzas Armadas sauditas, que disponen del tercer presupuesto en Defensa del mundo, detrás solo de los Estados Unidos y de China, que se han visto ridiculizadas por una tribu de los que considera montañeses analfabetos sin que valgan excusas como que los drones pudieran volar a baja cota para no ser detectados. Aun así, lo hicieron durante muchos kilómetros e impactaron con precisión quirúrgica en una de las más importantes infraestructuras estratégicas del país, un país que además vive del petróleo (98% de sus exportaciones) y que debería ser capaz de protegerlo mejor.

Es interesante que, a pesar de la retórica amenazante, Washington solo ha respondido con más sanciones, con el envío simbólico de algunos soldados a Arabia y se rumorea que prepara ahora un ataque cibernético que le haga mucho daño a Teherán... pero sin llegar a forzarle a una respuesta bélica. Trump está en vísperas electorales, tiene problemas en casa y no quiere poner botas en Oriente Medio. Lo que queda por ahora en el limbo es el encuentro Trump- Rohani que Macron anunció durante el G-7 de Biarritz. La tensión ha subido mucho con el ataque a Abqaiq y hay que extremar las precauciones para no acabar, incluso sin quererla, en esa guerra contra Irán que a los saudíes (y a los israelíes) les gustaría combatir «hasta la última gota de sangre norteamericana».