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Del perdón y la reparación

Es la noticia de la semana: el dictador será exhumado de la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, Cuelgamuros, en la sierra madrileña de Guadarrama próxima a San Lorenzo de El Escorial, por sentencia unánime del Tribunal Supremo. Se repara así una injusticia histórica (¿o un error?) al llevar los restos de Franco (por deseo expreso del entonces príncipe Juan Carlos de Borbón) al Valle de los Caídos, monumento construido como sepultura de los muertos de ambos bandos caídos durante la guerra civil, que según las estadísticas se acercan a los 40.000 cuerpos, cuya exhumación es imposible puesto que muchos cuerpos fueron usados para rellenar grietas y que, con el paso del tiempo, se han convertido en parte de la estructura.

Construido por presos del bando vencido, siempre ha sido considerado por los demócratas como una afrenta a los españoles todos, construido a la mayor gloria del autoproclamado Generalísimo como lugar de reposo tras su fallecimiento. No es del todo cierto puesto que el dictador no indicó en su testamento dónde quería ser enterrado, y la misma viuda indicó que se le enterrara en el panteón familiar de Mingorrubio, en el Pardo, donde ella misma descansaría 13 años más tarde.

La sentencia pone de manifiesto que la independencia del Poder Judicial es un hecho, y sorprende un poco que se tomara por unanimidad puesto que no siempre ha sucedido así. Junto al acuerdo de la exhumación la sentencia indica también que no se inhume al dictador en la Catedral de la Almudena, construida con las aportaciones privadas de los madrileños, evitando así conflictos y peregrinaciones de los nostálgicos que quieren perpetuar la figura y el recuerdo de quien dio un golpe de estado rebelándose contra una República legal y legítimamente constituida. Se cierra así un período histórico? si no fuera porque está pendiente la exhumación de los miles de cadáveres que todavía siguen en las cunetas, víctimas de la represión de la posguerra y que duró hasta el comienzo de la II Guerra Mundial en 1945. Algunos historiadores calculan a las víctimas en 15.000, llegando otros hasta situarlas en los 400.000 fusilados.

No hay perdón sin reparación. Y el espinoso (y arduo) tema de las cunetas le corresponde solucionarlo a un gobierno democrático sea del color que fuere. Hace poco tiempo se descubrió en un sótano los cadáveres de unas cuantas mujeres, fusiladas y atadas de las manos por alambres, por el mero hecho de ser sindicalistas; lo que hoy nos parece un horror era fruta del tiempo durante la durísima represión de la posguerra española, que mantuvo a España aislada de Europa hasta pasados los años 70.

Los demócratas de hoy reprochamos a Franco que se sublevara contra el Gobierno de la República con la consecuencia de un millón de muertos de ambos bandos; en cualquier guerra hay vencedores y vencidos, así como errores, horrores y barbaridades cruentas por parte de los dos contendientes; pero que una vez terminada la contienda se iniciara una brutal represión contra los vencidos que permanecieron, por voluntad o por necesidad en España, es el gran reproche al franquismo con la connivencia de la Iglesia Católica española, cuya injerencia en los asuntos de Estado sigue vigente en una España democrática en virtud de un Concordato que debería ser abolido. La exhumación de un dictador que, por avatares del destino, murió en su cama es algo que, contrariamente a lo que muchos piensan es una forma de alcanzar, por fin, la concordia nacional... si no el perdón. Este llegará cuando los familiares de los que siguen en las cunetas puedan dar digna sepultura a sus seres queridos. Será entonces cuando se produzca la reparación de lo que nunca debió ocurrir, y el momento en que el dictador Francisco Franco y sus consecuencias sean solo una parte de la historia de España.

La Perla. «Perdonar no es olvidar, es recordar lo que nos ha herido y dejarlo ir». (Elsa Punset, escritora y filósofa española).

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