Las intensas lluvias caídas durante los días 12 y 13 de septiembre en buena parte de la cuenca del Segura han provocado que se rompiera por varios puntos la mota que limita el cauce del río Segura a su paso por la comarca de la Vega Baja, inundando de forma brutal la llanura aluvial que se extiende en este tramo final del río, terrenos que formaron parte en el pasado de la gran Albufera de Elche, un vasto humedal del que quedan retazos como las Salinas de Santa Pola o El Hondo y en el que desembocaban los ríos Segura y Vinalopó. El Segura es hoy un cauce intensamente transformado, un canal que sustituyó al cauce meandriforme que se conservó hasta 1987, canal que transcurre a mayor altura que los terrenos circundantes, por lo que las aguas difícilmente podrán «volver a su cauce».

Las avenidas del río Segura han sido documentadas desde hace siglos, por ello ya en la Edad Media se tejió una red de azarbes para aprovechar esas aguas para el riego y a la vez evacuarlas para impedir su estancamiento. Esa red de azarbes que ha mantenido una feraz huerta y buena parte de los aportes hídricos que se elevan al Parque Natural de El Hondo, desde hace años se encuentra en un completo estado de degradación: cementados y estrechados sus cauces con dinero público, aquellos que aún no han sido cubiertos de hormigón son envenenados sistemáticamente con herbicidas, siendo finalmente convertidos en colectores de residuos plásticos. Estos cauces son los que tienen que evacuar hasta el mar las aguas que inundan la Vega Baja.

Desafortunadamente, la capacidad de drenaje de los principales azarbes que conducen el agua hasta la desembocadura del río Segura se ha visto seriamente mermada por las obras realizadas, por una parte, al reducirse de forma importante el ancho del cauce del azarbe y, por otra, al forrarse de hormigón las orillas se reduce el avenamiento. Cuando lo lógico, más aún en el escenario de cambio climático en el que estamos inmersos, hubiera sido al menos mantener su funcionalidad y capacidad de avenamiento. Estrechando cauces, del propio río o de los azarbes, y convirtiéndolos en simples canales hormigonados no vamos por buen camino si queremos evitar las inundaciones o mitigar sus efectos.

La gestión de los azarbes que se realiza es un reflejo de la completa ausencia de adopción de medidas preventivas o de criterios a la hora de planificar el territorio, que evidentemente no van a evitar las inundaciones, pero sí limitar de forma importante sus consecuencias para la población que vive en la comarca.

Medidas preventivas tan básicas como realizar trabajos de control, limpieza y mantenimiento del cauce del río, algo que la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS) dejó de hacer en la provincia de Alicante en diciembre de 2015, iniciando una ofensiva contra los ayuntamientos ribereños, intentando culpabilizarlos del estado del río e incluso incoando expedientes sancionadores a algunas administraciones locales como la de Guardamar del Segura. Actitud rectificada en parte en 2018, cuando tras el cambio en el Gobierno de España es sustituida la cúpula directiva de la CHS, que ordena puntuales limpiezas de basura y vegetación en algunos puntos de la desembocadura del río.

Las políticas territoriales son básicas para la prevención de inundaciones y la mitigación de sus efectos, por ello la Generalitat Valenciana redactó y aprobó en 2003 el Plan de Acción Territorial de Prevención del Riesgo de Inundación en la Comunidad Valenciana (PATRICOVA), que a todas luces se ha mostrado completamente insuficiente al no servir para atajar el descontrol urbanístico y, en parte también, por no haberse ejecutado las medidas más interesantes que se proponían, las medidas de restauración hidrológica forestal con las que se pretendían reducir las escorrentías en favor de la absorción del agua hacia los acuíferos, con un coste de 600 millones de euros cuya ejecución ha sido irrisoria por no decir prácticamente nula.

Estas últimas inundaciones han sacado a la luz casos verdaderamente escandalosos desde hace años, como la existencia de un camping en la desembocadura del río Segura, en unos terrenos del término municipal de Guardamar no ya solamente inundables, sino incluidos en un espacio natural protegido que forma parte del Catálogo de Zonas Húmedas de la Comunidad Valenciana desde su aprobación en 2002. Unas instalaciones que han tenido que ser evacuadas hace unos días, sin que, afortunadamente, hubiera que lamentar pérdidas humanas. ¿No sería lo lógico desmantelar y cerrar este camping? ¿O se tiene que llegar al extremo de que haya personas muertas para hacerlo?

¿Y qué decir de la ausencia de cauce alguno para desaguar las avenidas del río Chícamo-rambla de Abanilla cuando desde Benferri se dirigen hacia Orihuela y el cauce del Segura? El cauce que existió ha sido aterrado y eliminado por las transformaciones antrópicas del territorio y el agua se desparrama libremente por todos los terrenos del corredor entre las sierras de Orihuela y Callosa, inundándolo todo a su paso. ¿No sería lógico recuperar ese cauce para que cumpla su función natural?

Es indispensable un cambio sustancial de las administraciones en la concepción del territorio, se abre una oportunidad para empezar a revertir las decisiones políticas cortoplacistas y adoptadas de espaldas a la realidad, a la naturaleza, a la emergencia climática y a las propias personas.