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Juan R. Gil

Vega fuerte

Tengo escrito desde hace años que la Vega Baja es la única comarca con conciencia y orgullo de tal de toda la Comunitat Valenciana. Nadie dice espontáneamente que es de La Safor, del Camp de Morvedre, de l'Horta, de l'Alacantí o de la Marina Baixa. Preguntado cualquier habitante de alguna de estas zonas, o de todas las demás, por dónde vive o de dónde es, indefectiblemente responderá con el nombre de la localidad en la que reside o en la que nació. Menos en la Vega Baja. La gente de la Vega es, primero, de la Vega, y luego de su correspondiente municipio. Ser un territorio tan profundamente marcado por un río, pero también por una sucesión histórica de tragedias -terremotos, inundaciones...- que no entienden de términos municipales, confiere carácter. Por eso, nada más caer las primeras lluvias de la brutal gota fría que acaba de padecer se extendió un lema a la vez vibrante y unificador: Fuerza, Vega. La va a necesitar. Pero la tiene.

Con más de 350.000 habitantes, muchos de ellos venidos de fuera (San Fulgencio es el único municipio de España donde el inglés supera en hablantes al español, por ejemplo, pero con un gran sentido de la pertenencia), la Vega Baja representa en números redondos el 20% de la población de la provincia y el 7% de la de la Comunitat. Con una agricultura de exportación de primer nivel y una importantísima industria vinculada al turismo residencial (precisamente el jueves el grupo TM, uno de los principales en ese segmento, celebró su 50 aniversario, en un acto que se convirtió también en homenaje y reivindicación de la comarca, de exposición de sus males y reclamación de sus necesidades y en el que la presidenta de la empresa gritó ese Fuerza, Vega), su aportación al PIB provincial y regional es muy importante.

1.500 millones de euros, en un primer cálculo de urgencia, en pérdidas inmediatas. Empresas quebradas de un día para otro. Puestos de trabajo destruidos. Infraestructuras arrasadas. Miles de hectáreas arruinadas. Pasarán años antes de que la Vega se recupere de la catástrofe que acaba de sufrir. Ha habido a lo largo de los siglos inundaciones peores, con mayor intensidad pluviométrica, el Segura fuera de madre, más víctimas mortales que las lamentablemente registradas ahora... Pero es probable que, en términos económicos, ésta haya sido la más dañina. Porque la verdadera dimensión del drama la empezaremos a conocer conforme la limpieza avance y los peritos empiecen a verter, como en un segundo diluvio, sus informes. Y la factura va a ser elevadísima.

Ha habido, en medio de esta enorme tragedia, fenómenos políticos inexplicables. Habría que preguntarse, por ejemplo, quién es esa mujer que ha suplantado a Mónica Oltra mientras la auténtica debe estar secuestrada, porque su mutis por el foro en este drama sólo puede tener esa explicación: la de que la señora que se hace pasar por Mónica Oltra no es Mónica Oltra. O las ausencias de todos aquellos consellers que en un caso de estas características se ven directamente aludidos por las responsabilidades que ostentan y que, sin embargo, han eludido dar la cara. Hablo de Mireia Mollà, consellera de Agricultura y decenas de cosas más, vecina de Elche, que ha dado confusas excusas para explicar lo inexplicable: que fue hasta Almoradí pero se volvió para no molestar, tócate las narices, como si su trabajo, pero sobre todo su obligación, no fuera precisamente meterse hasta el último rincón donde fuera necesario; el vicepresidente Dalmau, responsable de Vivienda y el hombre que ha estado meses dando la vara con que él era el máximo responsable en el Consell de la política medioambiental, pero que se limitó a pasarse un ratito por la zona cuando ya no llovía y para de contar. Como el conseller de Economía, Rafa Climent, otro de los ilustres desaparecidos. Por no hablar de la oposición: ¿qué han hecho o qué han dicho Isabel Bonig o Toni Cantó? O del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que fue visto y no visto, que no tuvo una palabra de consuelo ni de aliento, que hizo bueno, en su fugaz paso por la Vega, el mote de el madelman con que le bautizó Maruja Torres. Tieso e imperturbable.

Pero, con todo, hay que reivindicar la política en este caso. Primero, porque hemos visto algo inaudito: un president de la Generalitat, digo de Ximo Puig, que no se ha limitado a visitar las zonas afectadas, reunirse con los damnificados, hacerse la foto con los responsables institucionales de la zona... todo eso que generalmente resulta más que suficiente para cubrir el expediente. No. Puig literalmente se ha ido a vivir la semana pasada a la Vega Baja, ha sido, como presidente de todos los valencianos, el presidente de la Vega Baja. Si alguna vez esta Comunitat logra ser un territorio de verdad vertebrado y se hace repaso de los hitos que lo permitieron, la actuación de Puig en estos días figurara entre los más importantes.

La Diputación también ha sabido dar la cara. Es verdad que para Carlos Mazón era más fácil entender cuál era su papel, pero el caso es que ha sabido cumplirlo, con lo que ha reivindicado la utilidad de la institución que preside, su vigencia y necesidad, sin caer en la tentación de buscar enfrentamientos que ahora no tocaba, sino haciendo frente común con la Generalitat y, sobre todo, con los alcaldes. Porque también los alcaldes, de todos los colores, han sido pieza básica en estos primeros días para que los ciudadanos no se hayan sentido del todo desamparados.

Segundo, porque todas las administraciones han hecho, de momento, lo que debían: los ayuntamientos han ejercido su papel de primera instancia, la Generalitat y la Diputación han estado ágiles en la aprobación de las primeras ayudas y el Gobierno central ha procedido a la declaración de zona catastrófica, que es lo que tocaba pero sobre lo que había dudas hasta que se conoció el decreto aprobado por el Consejo de Ministros, si bien es necesaria mayor concreción en el reparto y la forma de acceso a las ayudas y un control estricto de la burocracia. Falta por conocer el papel que Europa va a tener en la reconstrucción de la zona, para lo que serán necesarios informes muy completos.

Hay lecciones que aprender de lo que ha pasado. Muy básicas. La primera: hay que revisar a fondo el funcionamiento de las confederaciones hidrográficas, virreinatos cuyos titulares no se sabe muy bien ante quién y de qué manera rinden cuentas pero que en el caso de la del Segura ha fallado tan estrepitosamente que lo que no es normal es que a estas horas su presidente aún no haya sido destituido. Y a renglón seguido, varias cosas más: hay que escuchar a los agricultores. Sabían lo que se les venía encima. Conocían los fallos que el sistema de drenaje tenía. Eran conscientes de que el encauzamiento del río (sobre el que hay que volver a actuar) era insuficiente para lo que se avecinaba. Y de todo ello avisaron. No se les hizo el suficiente caso. Como tampoco se les ha hecho durante años a los geógrafos. La Geografía es una disciplina científica mal valorada en nuestro país, casi una desconocida. Pesa sobre ella el estigma de ser una materia a la que se puede acceder desde Letras, pese a su altísimo grado de especialización técnica. Y eso en España, donde la estúpida división entre Ciencias y Letras se mantiene contra todo sentido común, es un lastre. Pero la perspectiva histórica y la visión global que tienen los geógrafos no la tienen otros especialistas. Y es fundamental atender los informes que llevan años haciendo sobre el clima, la ordenación del territorio, las actuaciones necesarias para que una comarca no sea arrasada por el agua en plena sequía y, después de perderlo todo, encima vea cómo se derrocha el equivalente a siete años de trasvases. También hay que revisar urgentemente la situación en que se encuentran los servicios de emergencias: UME, bomberos... Su actuación, con razón, ha sido aplaudida por la población. Pero ha puesto en evidencia la alarmante falta de medios que sufren: quince de veintisiete vehículos de bomberos inoperativos es una cifra insoportable.

Y lo más urgente ahora: hay que mantener la unidad política que, contra viento y marea, han sostenido Puig, Mazón y los alcaldes de cualquier palo en estos primeros días. Habrá críticas cruzadas y es normal, porque el enfrentamiento es consustancial a la actividad pública y, además, es saludable. Pero el desastre de la Vega Baja no puede convertirse en arma electoral ahora que estamos otra vez en una campaña que probablemente va a ser la más descarnada de cuantas hemos padecido. Porque la Vega, pese a lo afortunado del eslogan, no necesita fuerza. Su sociedad es fuerte y la más cohesionada de la Comunitat. Lo que necesita de las instituciones es que, después del infierno, no la manden ahora al purgatorio. Sentido común por parte de los líderes políticos (y de los funcionarios, que deben aplicar las normas sin confundirlas con los santos evangelios), mucha empatía y lo mínimo posible de demagogia, es lo que se pide. Con lo que ha llovido, tampoco es tanto.

¿Dónde están los que no están?

¿Saben qué silencio está siendo atronador en esta crisis?. El de las entidades financieras. Todas. Bancos y cajas. Ninguna, que se sepa, ha abierto la boca siquiera haya sido para ponerse a disposición de las instituciones en lo que puedan hacer para aliviar lo que viene. Es cierto que ellas mismas han sufrido, en sus sucursales, los daños. Y que, en general, lo están pasando mal. Pero tienen obligaciones a las que hacer frente en situaciones como éstas y sería bueno conocer de boca de sus máximos dirigentes en qué disposición están. Mirar al cielo y silbar no parece que sea la mejor estrategia.

Pero también es necesario escuchar a los grandes empresarios de la Comunitat Valenciana. No sólo a los alicantinos, que además son los de menor tamaño, sino a los de toda la comunidad. Porque la desgracia es de todos, no sólo de quienes directamente la han padecido. Salvador Navarro, presidente de la patronal valenciana, volvió a cumplir dando la cara y participando en las reuniones que se convocaron en la Vega Baja, junto a Perfecto Palacio. También se ha visto al presidente de la Cámara de Alicante, Juan Bautista Riera, a pesar de que en Orihuela tiene un competidor. Pero, por ejemplo, de los grandes empresarios de AVE, sean valencianos, alicantinos o de Castellón, no se ha sabido nada, a pesar de que incluso algunos de ellos tienen negocios e instalaciones importantes en la Vega Baja. O se es o no se es. O se está o no se está. O se cree en la Comunidad o se utiliza sólo a conveniencia. Así que urge escuchar qué tienen que decir o cómo se les ocurre que pueden contribuir a la recuperación.

Muchas asociaciones alicantinas se han movilizado para recabar ayudas. Pero se han encontrado con que no saben cómo canalizarlas. La pregunta es si no sería la representante del Consell en Alicante precisamente la persona encargada de coordinar todas las ofertas en primera instancia. Si Antonia Moreno no tiene medios, que los reclame. Y si los tiene, que los use. Desde luego, si su trabajo consiste únicamente en hacer desafortunadas gracietas en las redes sociales, entonces el puesto sobra y el sueldo que pagamos por él deberíamos dedicarlo urgentemente a otras cosas.

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