El pasado fin de semana empecé a recibir mensajes que me preguntaban si estaba bien, si mi familia estaba bien. Dice una amiga que hay momentos en los que das cuenta de quién te aprecia de verdad. Las desgracias son también una lupa que te permite ver el patrimonio humano que tienes a tu alrededor. Mi casa estaba bien, mis hermanos estaban bien, sus casas no habían sufrido desperfectos ni inundaciones, pero pensé en mi amiga Maribel en Orihuela, en su madre que vive en planta baja; pensé en mi familia de Callosa de Segura, en la familia de Dolores, en conocidos de Almoradí, y me invadió un sentimiento de desolación al ver y reconocer lugares que son parte de mi vida, y que son mis recuerdos. Porque yo soy de la Vega Baja, de sangre, corazón y roce. La Vega Baja del Segura, esa comarca asolada por la última DANA -la gota fría- que se ha cobrado seis víctimas mortales, nos ha dejado imágenes nunca vistas para los más jóvenes y unas pérdidas millonarias. ¡Qué tristeza! Raúl, 40 años, de profesión tatuador, perdió la vida por ir a salvar a sus animales en una finca familiar entre La Mantaza y Benferri, porque han sufrido todos, las personas, los bienes y también miles de animales, como señalaba Raúl Mérida esta misma semana.

La Vega Baja es ese territorio de la Comunitat Valenciana «pegaíco» a la Comunidad de Murcia, en la que, vivas en ella o no, en cualquiera de sus 27 municipios, tienes conocidos, consumes sus productos, o los visitas en ocasiones. Cualquier murciano, que veranee en Torrevieja, ha circulado por la carretera que pasa por Bigastro, Hurchillo, Arneva, y desemboca en Los Montesinos. Esa carretera, popularmente conocida como «la de los tubos» (una infraestructura del post-trasvase Tajo-Segura), forma parte de mi juventud. La Vega Baja es un territorio de frontera -la expresión condensa todo su significado -, que por estar y sentirse muchas veces en «tierra de nadie» ha construido su idiosincrasia en torno a un sentimiento de pertenencia que queda patente en su acento, -¡ese acento que llevo tatuado en la piel y que confieso que me ha costado algún que otro desprecio!-, su habla, su gastronomía, su cultura, que hace que «los de la Vega» nos reconozcamos, especialmente fuera de ella. Para que me entiendan, cuando escuchas en un corte de TV a esa madre decir que temía por sus «chiguitos», reconoces que está diciendo que temía por lo más grande que tiene en el mundo. La Vega Baja, una zona maltratada durante años, poco representada pública y políticamente y con gran necesidad de sentirse parte de la CV ha quedado asolada por unas lluvias que han anegado viviendas, comercios, polígonos industriales (se calcula que el 80% de las empresas censadas en la Vega Baja han sufrido daños por la gota fría), y cultivos; unas lluvias que nos dejan un paisaje -tradicionalmente seco- en el que el agua llega a ras de la carretera y repleto de enseres inservibles. Queda mucho para que todo vuelva a la normalidad. La tormenta ha dado paso al barro, a los insectos, y el agua estancada tardará tiempo en desaparecer no sin dejar fatales consecuencias. ¡Cómo no voy a estar desolada! Es mi gente, son mis afectos, son los caminos que recorro para ir a la playa, para visitar a la familia o a mis amistades, para acudir a sus fiestas patronales.

Las muestras de solidaridad quedaron patentes desde el minuto uno. Vaya por delante el reconocimiento y el orgullo ciudadano ante las innumerables y diferentes iniciativas solidarias, desde la recogida de agua embotellada, alimentos o material escolar. Las dos universidades de la provincia, Cruz Roja y el voluntariado de diferentes ámbitos se han sumado para ayudar a las familias damnificadas por la terrible riada. Emociona y alienta saber que las instituciones están ahí, al servicio de la ciudadanía cuando hace falta. Y qué decir de los y las trabajadoras de los servicios públicos: cuerpo de bomberos, policía nacional y local, guardia civil, UME, protección civil, servicio de limpiezas municipales, el personal de la Sanidad pública?.; no daban abasto, han trabajado muchas horas seguidas en condiciones muy duras. Se merecen nuestro agradecimiento y reconocimiento. A ellos, hay que sumar tantas personas anónimas que salieron a arrimar el hombro por sus conciudadanos. Ésta es la parte amable de la tragedia, el sentimiento colectivo de fuerza y unión.

«No te olvides de la Vega Baja», así titulaba esta semana Carlos Arcaya su columna. El periodista alicantino utilizaba una célebre frase de Forges sobre el huracán que destruyó Haití para resaltar que la actualidad tiene fecha de caducidad. Si el fin de semana pasado era decisivo para cerrar un acuerdo -fallido- de gobierno y quedó eclipsado por los efectos de las lluvias torrenciales, cuando se publique este artículo, la mayoría de artículos de opinión versarán sobre la convocatoria de elecciones, ¡sin haber transcurrido ni una semana! El ritmo frenético de la actualidad política es como el agua, se lo lleva todo por delante. Es cierto, una cosa es operar en caliente y otra en frío, y hay que ordenar prioridades. Esa es la difícil tarea del político. De momento se han cerrado acuerdos en el Consell, en el Congreso de los diputados y en la Diputación de Alicante para conceder ayudas económicas a las personas afectadas por el desastre. El Gobierno de Pedro Sánchez se ha comprometido también a atender a todas las personas afectadas. La gente espera empatía, gestos y compromisos políticos, y sobre todo comprensión y ayuda. Hay que hacerlo en serio.