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Pedro Rojas

La mirada perdida

Pedro Rojas

División de pelotas

Polarizar. Llevarlo todo al extremo. No dejar a nadie sin marcar. Estirar hasta que todos hablen con las tripas y la razón ya no le importe a nadie. Aniquilar el análisis y transformarlo en sentimiento, en mancha, en o conmigo o contra mí. El caldo de cultivo en el que el desprecio chapotea libre, en el que sólo existen dos tipos de personas: los míos y la masa deforme. Crear es bastante más difícil que destruir? en el fútbol pasa igual. Acostumbro a escuchar o leer a los que no piensan como yo porque ahí puedo toparme con la equidad (una utopía en patético desuso).

Planagumà está fuera. Pero no lo está por su buena predisposición al trabajo, su facilidad para enviar mensajes que aniden en la víscera popular, su conocimiento del mercado, su mano izquierda o su control del relato. No cesa en su cargo por el mayor o menor grado de simpatía que le profesan quienes tratan con él en la sala de prensa, o antes, o después... El entrenador se ha quedado sin banquillo por un motivo capital: no haber hecho del Hércules un equipo fiable a nivel ofensivo, por mantenerlo enemistado con el gol más de 50 partidos después.

Darle continuidad a un proyecto que en último término fracasó es preceptivo si se dispone de la solución al problema y no se pierde la confianza en el técnico. Si no es así -que es evidente que no lo era-, si en lugar de estar cerca de atajar la dolencia, le añades otras nuevas, entonces el germen del desastre crece como las uñas de un gato. Tras la promoción, Planagumà se quedó vacío, sin energía, sin la palmada en la espalda del director deportivo. Su plan de ataque hizo agua y se vio condenado a renunciar a él pese a estar convencido de que no hacía falta, que un equipo como el Hércules puede prescindir de llevar el peso de los partidos incluso en su casa, que puede vivir a expensas de lo que le proponga el rival, que le basta con el orden posicional, con esperar paciente a que llegue el momento sin exponer lo más mínimo, que sobraba con no cometer errores, pero el error siempre llega, es inherente a la condición humana.

El pase es lo que da sentido al juego, lo que une el talento de los futbolistas, lo que lo multiplica. Y cuando lo tienes (porque han pagado sus buenos euros para comprarlo), no puedes dejarlo en segundo plano. Estás obligado a explotarlo, a multiplicarlo, a que se vea una semana sí y la siguiente, también. Si falla el pase, falla todo. Los delanteros no huelen la pelota y el 90% de los balones que deben de transformar en gol son aéreos. Si renuncias al talento -o no das con el modo de hacerlo aflorar- te igualas peligrosamente a la mayoría de tus adversarios, esos que llegan a duras penas a fin de mes y entrenan cada día sobre caucho. Hacer grande a un club grande resulta complejísimo. Es una tarea procelosa que se lleva por delante a mucha gente válida. Hay que ganar a todos los que sueñan con ganarte, a todos los que saben que jugar contra ti es su mejor escaparate, su mejor baza para huir de una rutina poco memorable. A físico y brega siempre pueden igualarte, por ello debes utilizar las armas que tu oponente no tiene, hacer valer el factor diferencial. Y eso no pasa si divides las pelotas por sistema, si tratas el balón como si no lo quisieras, como si te quemara la piel.

Planagumà creyó haber hecho historia con el Hércules tras acabar segundo una fase regular plagada de grises y trató de aferrarse a eso, al discurso estadístico. Mantuvo la misma postura en pretemporada, llenó de palabras bien sonoras sus mensajes, construyó un relato muy emotivo y no mencionó la pelota, como si no nombrándola dejara de existir. Se mostró esquivo. En las pocas veces que compareció, se quejó públicamente de casi todo, señaló a unos y a otros, responsabilizó al director deportivo de la imposibilidad de evolucionar el sistema ofensivo. Lejos de dar continuidad y estabilidad -la base de toda renovación-, sembró recelo y desconfianza? Prefirió tejerse una venda a prueba de bombas y pasó de puntillas por su plan para el balón. Así que cuando éste echó a rodar se confirmó lo peor, que tocaba improvisar. Y salió mal. El entrenador se lleva el cariño y el respeto de mucha gente, una experiencia que -como a muchos otros antes- le hará crecer en su oficio. Se va despidiéndose con un vídeo cimentado en lo que ya domina, en lo que mejor se le da? Pero en su intachable adiós se puede leer entre líneas lo que no pudo decir en Ponferrada: «Bendito peso me quito de encima».

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