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Amarillismo

El tratamiento sensacionalista en algunas televisiones de sucesos como el de la muerte de Blanca Fernández Ochoa

El reciente trágico suceso que finalizó con la muerte de Blanca Fernández Ochoa se ha convertido desgraciadamente en otro caso más en el que algunos sectores (no todos desde luego) de nuestros medios de comunicación (sobre todo, los televisivos) han dado un penoso ejemplo de sensacionalismo que continúa una larga y desgraciada lista de casos anteriores como fueron por ejemplo los de las niñas de Alcácer ya hace años y más cercanos como los de Diana Quer, Gabriel Cruz, el niño de Almería (cuyo actual juicio lleva las trazas de continuar y convertirse desgraciadamente en otro mal ejemplo de tratamiento sesgado periodístico. De hecho, escribo este artículo oyendo de fondo los comentarios de una conocida cadena de televisión con los lloros de la presunta culpable mientras relatan los minutos en que tardó en asfixiar al tierno infante que fue su víctima. Y esto a pesar de la petición por parte de su familia de un tratamiento digno y no morboso de aquel trágico asesinato).

La insistencia en destacar, insistir machaconamente y airear con todo lujo de detalles los detalles más sensacionalistas y escabrosos de esos sucesos y exponer con una minuciosidad exagerada los sentimientos de los familiares próximos para satisfacer el morbo de un sector de sus audiencias está en clara y directa relación con la búsqueda de aumentar las tiradas de sus periódicos y de sus audiencias televisivas o radiofónicas y, con ello, las ganancias y beneficios empresariales. Pero poco tiene que ver eso desde luego con la búsqueda de una información veraz y esencial.

¿Qué aporta al conocimiento de la noticia la fotografía de uno de los hijos de Blanca Fernández Ochoa llorando y sufriendo por lo sucedido a su madre? ¿Qué, la insistencia en dar a conocer cuál fue la causa concreta de su muerte intentando difundir el informe forense que es privado y sólo debe ser conocido por la familia? Y todo ello para alimentar el morbo de un sector del público y así aumentar las audiencias y las tiradas y la difusión de sus medios. Fue, sin embargo, modélico el tratamiento de la labor de los equipos de búsqueda con la participación activísima, además de los amigos, familiares y conocidos, de los voluntarios que colaboraron en ella. ¿Por qué insistir tanto tras el desenlace en los detalles de su muerte, de su situación personal y en menor medida destacar y recordarnos su brillante trayectoria deportiva y sus cualidades humanas? Sin duda, existe en nuestro texto constitucional el derecho a la información, pero también está reconocido en nuestras leyes el de la intimidad. La intimidad que, desde luego, no se respeta en esos shows que lo que realmente intentan es satisfacer ciertos bajos instintos que hay en algunos sectores de la población buscando sino pingües beneficios.

Sé que algunos lectores pensarán que el que no quiera ver, leer o escuchar tales informaciones está en su voluntad no hacerlo. Pero eso no es de recibo, puesto que las familias, amigos y conocidos de los sujetos de tales sucesos tienen el derecho al respeto, la intimidad y la privacidad de los detalles concretos de aquéllos y a que no se aireen sus sentimientos que deben de mantenerse en el terreno de la privacidad más absoluta, a no ser que por cualquier razón instrumental ellos mismo quieran manifestarlos. ¿Cómo puede conseguirse esa actitud y respeto? Los propios medios deberían acordar unos códigos deontológicos estrictos que pusieran límites a tales extralimitaciones. Como también que el Código Penal fuese más concreto y pormenorizado respecto al tratamiento informativo de estos sucesos. Eso sí, siempre teniendo en cuenta y respetando el derecho a la información que es la base y el fundamento de una sociedad libre y democrática. Es claro que el problema es, además, de un calado más hondo y de dimensión estructural.

La deriva en esta fase del capitalismo neoliberal hacia la mercantilización de cualquier aspecto y reducto humano, se ha extendido también al campo de los sentimientos, tratando de convertirlos, y por tanto manipularlos, en una mercancía más y entre ellos está, como lo estamos sufriendo, el del morbo que producen las tragedias y las desgracias humanas. Pero éste sería, sin duda, un aspecto de este asunto de otro orden y envergadura que requeriría un análisis teórico y descriptivo más a fondo.

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