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El indignado burgués

El indignado burgués se despide de ustedes

Como en el tango ustedes me perdonarán si al evocarlo se me pianta un lagrimón, pero es inevitable. El indignado burgués se despide de ustedes, les dice hasta pronto y gracias por el pescado, como en la novela/gamberrada de Douglas Adams. Inicié esta aventura animado por mi amigo y director Juan Ramón Gil en octubre de 2011. Han sido 8 años y un total aproximado de 420 artículos y 375.000 palabras, que se dice pronto. Nunca he fallado a mi cita con los domingos, ni siquiera en vacaciones, y los he escrito en aviones, salas de espera, mesas de merendero, pupitres estudiantiles, cafés y escenarios varios. Después de tantos años puedo escribir donde sea, desde un pedazo de servilleta al iPhone, y como sea, en silencio o bajo un terremoto. El caso era no dejarles a ustedes sin su ración dominical de adrenalina y, me temo, ahora que la fiesta se acaba, que voy a añorar a mi personaje, pero ya me han dicho algunos fans que no caminaré solo en esta morriña.

No voy a hacerles luz de gas. Los periodistas no debemos ser noticia, pero por primera y última vez les cuento que he sido nombrado Director del Gabinete de Presidencia de la Cámara de Comercio. Comprenderán que si vuelvo a la primera línea de la institución mis opiniones no son ya las de un particular, sino que pueden ser interpretadas como las de mi presidente o las de la Cámara. Puestas las cosas así, lo que pudiera escribir no les interesaría a ustedes (ni a mí) y seguramente me apetecería contar otras mucho más interesantes que ni puedo ni debo. Así son mis principios, si no les gustan tengo otros, pero por encima de todo soy leal con la «familia» en el sentido mafioso de la vida.

Desde hoy paso al anonimato absoluto y a las trincheras. Mi indignación la reservaré para mis nuevas funciones y la burguesía para mis ratos de ocio junto a la chimenea y mi gato «Aramis», que el pobre no se explica cómo lo dejo todo y le da igual que Juan Riera haya confiado en mí y me haya dicho: Ven. El gato está desolado por no participar de este aquelarre semanal, pero así es la vida gatuna, una decepción tras otra por la inconstancia de los seres humanos que siempre les decepcionan.

Estas columnas han tenido mucho, muchísimo, de desahogo, de reflexión en voz alta y a veces (unas cuantas) me habré pasado varios pueblos y no porque no controle, sino porque si no levantas la voz no sales del pelotón de los borregos. Gracias sean dadas a los tres directores que me han acogido en este hueco: Gil, Cabot y Mayoral. De ninguno he recibido más que ánimos; ni una indicación ni una censura. Y lo mismo cabe decir del espíritu deportivo de algunos blancos perfectamente identificables en los que he puesto mi punto de mira, sobre todo de políticos y gentes de malvivir, aunque no he querido nunca escribir con negritas y bien que me lo ha reprochado algún seguidor. He preferido que el lector tuviera que poner de su parte, como a mí me gusta cuando leo algo ajeno: aprender, investigar, hacerme preguntas y después formarme un criterio. No he sido condescendiente con el lenguaje y me consta, alguno me lo ha dicho, que hay palabras que tenían que buscar en el diccionario. El idioma es así y si no lo utilizamos en toda su extensión algunos vocablos preciosos morirán.

Me está saliendo una necrológica del indignado burgués, un personaje al que he tenido la tentación de matar varias veces porque siendo parecido no es idéntico a la persona que firma allá arriba y su insolencia (la de él, no se confundan) no me ha hecho ganar demasiados amigos e incluso garantizarme algún enemigo, por si faltaran. Ya Conan Doyle mató a su personaje Sherlock y después le tuvo que resucitar ante el clamor popular y Agatha Christie estaba hasta las narices de Poirot, ese tipo tan inteligente en lo profesional pero insufrible en lo personal. Mi personaje no es el ser más amable ni el más cariñoso ni el más tolerante, pero tenía su puntito.

Hoy, siguiendo ese proverbio latino sobre las horas: «todas hieren, la última mata», el indignado burgués está dando sus últimos pasos sobre el papel de imprenta. No le compadezcan, brilló como un duro de plata mientras existió gracias a los miles de lectores que le han acompañado en sus travesías y aventuras por esta procelosa provincia. Emborronar cuartillas y gastar tinta de imprenta es un curioso oficio que seguramente estará llegando a su fin tal y como lo vivimos los que fuimos jóvenes aprendices y ahora somos los más viejos de la tribu. Se puede hacer mejor o peor pero siempre es efímero por más que tengamos la vocación y la tentación (pero no el talento) para dedicarnos a la Literatura con mayúsculas.

Odio las despedidas. Soy de los que se escapan de las fiestas sin saludar, pero les debía una explicación como el alcalde de Bienvenido Mr. Marshall. Lo escribió Lope de Vega como final de su Soneto a Violante: «Contad si son catorce/ y está hecho».

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