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Semana y media

Cambio de dirección

LunesEl talento

El partido de anoche de Nadal es otra exuberante muestra de esa fortaleza mental que es su impronta decisiva. La inercia de un partido en que un jugador remonta dos sets suele otorgarle cierta ventaja psicológica en el último, salvo que se relaje inconscientemente pensando que el partido comienza de nuevo o el rival sea inmune a la decepción y reaccione con tenacidad. Nadal es inigualable en este aspecto del juego y, como el difunto Imperio Británico, en sus guerras pierde todas las batallas excepto la última. En los deportes de equipo, este factor anímico requiere un liderazgo que se contagie al grupo. Ayer también jugaron las selecciones de fútbol y baloncesto. La primera carece de intensidad competitiva por la falta de ambición de los veteranos que descarta el deseo de emulación entre los jóvenes; la segunda derrotó claramente a Serbia, un avasallador equipo al que nadie había rechistado hasta entonces, y lo hizo minimizando su inferioridad física y técnica con un despliegue casi visible de concentración y coraje. El auténtico talento no es ese zigzag intermitente que llamamos genialidad, sino una fría perseverancia que resumimos con el latiguillo «es un ganador».

MartesCórpore sano

Hace una semana que acudo al gimnasio y sigo sintiéndome como Gandhi rodando una película de gladiadores. La fauna sudorosa del lugar incluye a algún exhibicionista, obesos que intentan soltar lastre, devotos de la buena forma física por vocación o, mayoritariamente, un batiburrillo al que se pronostica una muerte inminente si no se desloma a diario y que prefiere corretear o pedalear bajo techo antes que arriesgarse a que le mordisquee los tobillos uno de los miles de perros con los que los deportistas urbanos comparten circuito de cagadas. En este sentido, el gimnasio viene a ser una botica que dispensa remedios contra el sedentarismo a un enjambre de oficinistas, el gremio de la post-revolución industrial. Antes de aquello, la vida era gimnástica o no era para labriegos, soldados y manufactureros. El trabajo físico pasó a ser realizado por máquinas que manejamos sobre plataformas más o menos anatómicas, las cabañas de ganado dejaron de ser trashumantes, los peregrinos comenzaron a viajar en autocar y las aglomeraciones urbanas impusieron el desplazamiento mecánico del supermercado al adosado y de allí a la mesa de trabajo. El gimnasio es una estación añadida a este trayecto y mi solidaria duda es si los esclavos de las pirámides también tenían agujetas.

MiércolesLa jaula

Leo en la red que esta mañana ha sonado el himno español mientras la comitiva de la Generalitat celebraba la Diada con la tradicional ofrenda floral a Casanova. No me sorprende casi nada desde que Pilar Rahola confesó que el rey emérito le había tocado una teta durante una recepción, pero el asunto del himno me parecía una noticia extravagante incluso para los estándares vigentes en Cataluña. La segunda línea despejaba el equívoco: alguien había abierto el balcón de su casa y hecho sonar el himno atronadoramente cuando Torra se aproximaba a la estatua con la corona cuatribarrada. Esto tenía más sentido, aunque no demasiado, y añado que los mossos han identificado al pinchadiscos insolente. Para acentuar el aroma tragicómico del episodio, sería delicioso que fuera un guardia civil retirado o un socio del Espanyol. Supongo que el aldeanismo garbancero adicto a sesudas reflexiones sobre patria, nación, libertad, banderas, himnos y la partida de nacimiento de Cristòfor Colom, erróneamente conocido como Cristóbal Colón, ha logrado desquiciar tanto a creyentes como a infieles. El innegable propósito pendenciero del gamberro españolista sólo es otro síntoma de la epidemia.

JuevesAlarma roja

Acaba de pasar bajo la ventana un paraguas fucsia que el viento zarandea mientras su propietaria corre dificultosamente tras él. Cumpliendo una tradición tan impenitente como las indigestiones navideñas, la «gota fría» ha llegado y se me agolpan las frases sobre la furia de los elementos y otras vulgaridades. Tengo entendido que el fenómeno es casi exclusivamente mediterráneo y puede competir en severidad con los huracanes caribeños. A fuerza de catástrofes y renta per cápita creciente hemos aprendido a minimizar sus consecuencias con protocolos de previsión o de reacción inmediata y este es un rasgo distintivo de las sociedades desarrolladas. En Centroamérica, el huracán se abate cuando todavía están retirando los escombros dejados por el anterior, mientras que aquí lo excepcional es la tragedia humana y lo previsible un breve apagón, el tráfico colapsado o un paraguas errante. Las edificaciones son sólidas, los servicios esenciales casi invulnerables, las aulas se cierran rutinariamente y hay muchos más retenes de guardia que en la Guerra Civil. El viento ha cambiado de dirección y regresa el paraguas.

ViernesSin novedad

El Banco de España ha admitido en su último boletín estadístico que las empresas están pagando a los bancos por depositar su dinero en plazos inferiores a un año. No es un tema que preocupe en bares y peluquerías, donde no se recibe el boletín y la parroquia orbita alrededor de «Supervivientes», el serial sobre las reflexiones filosóficas de Sergio Ramos o el «tú la llevas» entre Iglesias y Sánchez. Las páginas económicas de los medios sí la destacan y esto sugiere que el dato tiene cierta importancia, aparentemente mucha más que el de que los bancos lleven lustros haciendo lo mismo con los particulares sin que el Banco de España o cualquier Gobierno hayan carraspeado. Que la plusvalía proceda de tipos de interés negativo, gastos de correo, comisiones de apertura y cancelación o una tarjeta de crédito que nadie ha pedido es irrelevante: «La banca siempre gana» no es el chascarrillo de un crupier cínico, sino la ley fundamental de un pintoresco cortijo en el que los peones pagan por trabajar.

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