Si el PSOE y Unidas Podemos (UP) no se ponen de acuerdo en permitir a Pedro Sánchez formar un Gobierno a su medida, facilitando posteriormente los apoyos necesarios para dar cumplimiento a un programa electoral consensuado, la posibilidad de convocar nuevas elecciones será una realidad, aunque de resultado incierto.

La fecha prevista para acudir a las urnas será el 10 de noviembre, diecisiete meses después de que Pedro Sánchez fuera nombrado presidente después de una moción de censura que desalojó del poder al Partido Popular. Tiempo insuficiente para que los votantes hayan podido valorar de una manera efectiva la gestión del ejecutivo socialista. Sobre todo, por haber tenido que prorrogar unos presupuestos que fueron confeccionados en la etapa presidencial de Mariano Rajoy. Y por qué no afirmarlo también: porque gestionar el conflicto institucional con el independentismo catalán absorbe cualquier esfuerzo sobre la Administración del Estado.

Al margen de lo que ocurra con la autonomía en Cataluña, ahora mismo se impone, en momentos en que la salida de una crisis financiera aún sigue dando los últimos coletazos y donde se avista la entrada de una desaceleración económica, la existencia de una conexión entre el estado de la economía y la opinión pública. Esta conexión poco o nada tiene que ver con un premio o castigo basado en votos a los partidos que gestionaron bien o mal la economía. O no solo por eso.

Tiene que ver, y siguiendo una hipótesis de la politóloga Marta Fraile, sobre «la capacidad de los gobiernos para eludir de manera convincente las responsabilidades en épocas de crisis económica o de las compensaciones que ofrezca al electorado en términos de políticas sociales» y donde el modelo también incluye las expectativas de los votantes. Es lo que ocurrió en las elecciones de 2011 donde el votante castigó la errónea política económica de Rodríguez Zapatero (no vio la crisis) y premió al partido que no solo pensaba que lo hubiera hecho mejor, sino que, además, tenían el convencimiento de que gestionarían un futuro lleno de incertidumbres con más competencia.

El votante no se equivocó y premió al Partido Popular, primero con una mayoría absoluta que permitió aplicar políticas económicas que en términos de ortodoxia resultaron aptas, y seguidamente con una mayoría relativa apoyada «in extremis» por el PSOE, que reconoció así la eficacia de las medidas que se estaban aplicando, tanto económicas como sociales.

Los resultados de las últimas elecciones castigaron al Partido Popular por sus casos de corrupción no por sus responsabilidades en materia de política económica o en políticas sociales. De hecho, derivaron su voto no hacia el Partido Socialista sino hacia otras fuerzas conservadoras como lo son Ciudadanos o Vox, cuya fragmentación devino en una pérdida de poder político en todo el Estado.

No hay manera de evaluar la gestión de Pedro Sánchez al frente del Gobierno en estos últimos meses. Estamos en una inercia producto de las políticas de salida de la crisis que implementó el Partido Popular en la era Rajoy. No han existido reformas de calado, el crecimiento económico es producto de las viejas políticas monetarias que aplica el Banco Central europeo y ya se nota un deterioro en los servicios que prestan las autonomías por la falta de recursos a causa de un sistema de financiación ineficaz y de una Administración cada vez más clientelar e ineficiente.

Creemos firmemente en que un gobierno socialista como el que pretende el secretario general del PSOE, es decir monocolor y con apoyos programáticos del resto de la izquierda y de los nacionalismos moderados, sería bueno para España ya que las medidas que propone consolidarían nuestro Estado de bienestar mediante políticas y reformas económicas y sociales de corte social liberal que siempre han dado buenos resultados. Pero también es verdad que en el recuerdo de los votantes aún está instalado la buena gestión de un Partido Popular que un día unió a toda la derecha en torno a un proyecto de lucha contra una crisis económica que nos hundía en el desánimo y la desesperanza.

El voto económico y sus expectativas puede no resultar definitivo para que el votante medio se decante por una u otra opción, aunque existen muchas opciones ganadoras para un tándem formado por el Partido Popular y Ciudadanos. Por otra parte, si Sánchez quiere evitar que la derecha tenga posibilidades de volver al poder a través de unas nuevas elecciones tendría que ceder ante las peticiones imposibles de UP sabiendo que un gobierno formado por socialdemócratas y un ramillete de confluencias podemitas tendría los días contados. Y entonces sí, el voto económico será determinante.

Unas nuevas elecciones parecen necesarias. Téngase en cuenta para aquellos que piensan que el escorpión es de fiar y que al final no te dará el aguijón que algún día prometió no dar si lo llevabas al otro lado de la orilla, en este caso a la Moncloa.