«A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde». Los famosos versos del genial Federico García Lorca al describir el momento preciso de la muerte del diestro Ramón Mejía retumban en mi cabeza. No sé si eran exactamente las cinco de la tarde, seguramente no, pero fue en un momento concreto del 15 de agosto de 1936 que mi bisabuelo, y sus dos hijos varones, mis tíos, fueron asesinados en un fusilamiento colectivo en las cercanías de Ciudad Real.

Como Federico García Lorca, mi bisabuelo y cientos de miles de civiles fueron víctimas de la barbarie colectiva y el sinsentido del episodio más triste y bochornoso de la historia de nuestro país.

En los primeros meses de la guerra, dentro de la violencia general que reinaba en el país, en pueblos de La Mancha en zona republicana, los llamados comités revolucionarios se apresuraron a poner en marcha los principios de limpieza clases, señalando y asesinando a los miembros varones de las familias acomodadas de los distintos pueblos de la zona. El asesinato de mi bisabuelo y el de muchos como él, inocentes civiles que ni participaron en política ni combatieron en el frente, responde solamente a actos de locura colectiva propios de conflictos bélicos.

Estos hechos no difieren mucho de las barbaries contra la sociedad civil en la reciente guerra en Siria y, al paso que vamos, si la comunidad internacional no lo impide, Venezuela puede verse envuelta en una desgracia similar. Se estima que de los aproximadamente 500.000 muertos en la guerra civil española, 200.000 fueron civiles asesinados de manera impune.

Sigamos con la historia. Una vez llevado a cabo el homicidio colectivo, dejando huérfanas a mi abuela y a sus hermanas, sus posesiones fueron colectivizadas, siguiendo el ideario revolucionario. Así, con apenas 15 años, mi abuela fue enviada a trabajar en los campos de la zona como correctivo social ejemplarizante. Le tocó recoger lentejas, según nos contó de manera anecdótica.

Al acabar la guerra, los cuerpos de mis familiares fueron recuperados de las fosas comunes a las afueras de Ciudad Real y devueltos a la familia, dándoles sepultura en el cementerio del pueblo. En esos primeros meses, en actos de cruel revancha, las tropas vencedoras cometieron asesinatos organizados de aquellos que habían sido identificados como cabecillas activos del bando contrario.

Mi abuela y sus hermanas recuperaron sus tierras, pero nunca más a sus seres queridos. El trauma generado hizo que los detalles de tan dolorosísimo episodio quedaran encerrados para siempre en el sufrimiento interno de las supervivientes.

En el año 1960, con la finalización del Valle de los Caídos, mi bisabuelo y mis tíos abuelos fueron exhumados de sus sepulturas del cementerio local, y llevados a la Basílica de la Santa Cruz, en el Valle de Cuelgamuros. No se tienen detalles de cómo se realizaron dichos traslados, ni de qué tipo de consentimiento se pidió a la familia, pero el caso es que yacen en las criptas comunes del Valle de los Caídos. Por cierto, sus nombres no aparecen en las listas del censo de fallecidos publicado por el Ministerio de Cultura.

Aunque no se sabe a ciencia cierta, las investigaciones apuntan a que la mayoría de las personas que están sepultadas en el Valle de los Caídos no fueron caídos en combate, entendiéndose por militares o milicianos, sino civiles inocentes que fueron asesinados indiscriminadamente en ambos bandos. El término caídos es un uso retórico para otorgar una narrativa bélica o histórica a hechos que no tienen explicación más allá de la violencia desmedida y la aniquilación interesada de personas inocentes. Según informaciones, existen alrededor de 140.000 desaparecidos víctimas de la Guerra Civil, siendo España el país con más desaparecidos en conflicto bélico después de Camboya.

El Valle de los Caídos es otro ejemplo de la tergiversación de la verdad, siendo lo menos relevante que yazca o no el cuerpo de Francisco Franco en él. España tiene que hacer una revisión histórica de los acontecimientos de la Guerra Civil. Es necesario dar a conocer los hechos y el sufrimiento que supuso para generaciones de españoles, pero siempre con un espíritu de reconciliación. De la misma manera, la reflexión nos tiene que hacer ver que, en un conflicto bélico, no hay vencedores ni vencidos, solo hay perdedores y sufrimiento para varias generaciones.

La historia de mi bisabuelo, de los represaliados después de la guerra, del propio Federico García Lorca y de todos los civiles asesinados son muestra de las atrocidades cometidas en la Guerra civil que afectaron a personas inocentes que nada tenían que ver con los ideales bélicos o políticos de los responsables últimos del conflicto.