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Una calle para Beatriz Inés

Hay vidas que dejan un rastro profundo y persistente hasta parecer imperceptible

No me pregunten quién soy,ni si me habían conocido,los sueños que había querido,crecerán aunque no estoy.Ya no vivo, pero voyen lo que andaba buscando,y otros que siguen peleando,verán nacer otras rosas,que en el nombre de esas cosas,todos me estarán nombrando.

Quintin Cabrera

Hay vidas que dejan un rastro profundo y persistente hasta parecer imperceptible. Así es la vida de Beatriz Inés, Bety. Su huella larga, dilatada en el espacio ha marcado con naturalidad sus trabajos y tareas remuneradas y no remuneradas. La marca de Bety. sin apelativos, a veces con el «la» Bety como indicativo cariñoso, respetuoso, algunas veces temeroso, casi nunca despectivo.

La docencia fue su perfil público más reconocido, la amistad el principal ejercicio de lealtad trasparente, con sello castellano-salmantino, desenfadado y firme como el que no quiere la cosa, con un gran sentido del humor cargado de hipérboles. La apuesta por la justicia, la libertad, la fraternidad fue el motor que alimentó su osadía, sin temores ni respetos más que los que merece cualquier persona, las mas débiles siempre las primeras.

El poder le encomendó cargos y funciones varias en una ciudad que despertaba al desarrollo de nuevos centros educativos: el femenino en sus primeras instalaciones en el Jorge Juan y en las que terminaría siendo el Miguel Hernández, Babel después Figueras Pacheco, la Escuela Oficial de Idiomas... Los aprovechó para iniciar cambios, medidas, reformas conseguidas gracias a su inteligencia sagaz, su habilidad para escoger los equipos de trabajo a los que sostenía hasta sus últimas consecuencias y a sus convicciones de izquierda en la que militó como afiliada al PCE y a Izquierda Unida. Con ella, profesorado y alumnado se sentían especialmente protegidos frente a las arbitrariedades del sistema franquista y de los titubeantes cambios de la administración en la democracia post-franquista. Tenían que estarlo las «Bety girls» como algunos denominaron a aquellas profesoras que lucharon por la reforma de la enseñanza desde «un Babel sin organización ni concierto» como recuerda una de ellas. Supo burlar la burocracia para conseguir que las calificaciones de una alumna «sin papeles» quedarán hibernadas hasta que se regularizó su situación, hoy es profesora de Secundaria.

Hay que recordar sus esfuerzos por llevar la enseñanza a la cárcel cuando consiguió que pudieran acudir allí los tribunales para examinar a los alumnos que cursaban los estudios de bachillerato como enseñanza libre; cuando consiguió que los profesores del colegio de ciegos pudieran participar en la corrección de los exámenes de sus alumnos; cuando colaboró con el centro Nazaret para que quedara adscrito al Instituto Femenino; cuando intentó convertir la biblioteca del ya Instituto Miguel Hernández en biblioteca pública del barrio (esfuerzos inútiles); cuando consiguió descargar los pesados horarios del alumnado con medidas imaginativas y con la introducción de la semana cultural en el largo segundo trimestre programada y organizada con el alumnado en torno a la literatura, la pintura, el teatro, la música, y hasta la gastronomía, la historia contemporánea, la salud, la sexualidad... La semana cultural finalizaba siempre con la visita al entonces modesto nicho de Miguel Hernández. Fue aliada incondicional del Aula de Cultura de la CAM para todas sus actividades y en especial para la creación de la Muestra de Teatro en la enseñanza, lo fue también del Club de Amigos de la UNESCO al que perteneció desde su fundación hasta su cierre, del Cine-Club Chaplin de los grupos culturales que despegaban en Alicante. Sorteó cuantas cortapisas pudo para conseguir que pudieran estudiar muchas personas carentes de recursos económicos. En aquellos tiempos en que los profesores percibían comisiones de las librerías de la ciudad por la venta de libros de texto, ella consiguió que el claustro de profesores del Instituto de Babel, hoy Figueras Pacheco, aprobara destinar esos fondos a ayudas para la compra de libros y material escolar para los alumnos sin recursos. Otras ilusiones quedaron para siempre silenciadas tras la cortina espesa de la pólvora multiplicada como la Escuela de Arte Dramático.

Aunque la jubilación le llegó pronto por su salud precaria, no fue impedimento para continuar en sus empeños: presidió la Asociación de Amistad España-URSS y consiguió un programa de becas de estudio en aquellos países. Participó en las primeras acciones del Colectivo para la Recuperación de la Memoria Histórica.

No aspiró a premios ni reconocimientos, ni «reinados». Lo que sí declaraba con total rotundidad era su aspiración a la cartera del Ministerio de Interior para democratizar los cuerpos policiales heredados del franquismo... La curiosidad, la que ha hecho progresar a la especie, y su pasión por la dialéctica, han espoleado su inteligencia y sus actividades: viajes, lecturas, debates en pequeños y grandes grupos, una de sus grandes pasiones. Y un talante, una forma de ser y estar que otra de sus alumnas considera alimentada por esta frase de Foucault: «Hay que ser un héroe, (en este caso una heroina) para enfrentarse a la moralidad de la época».

Ahora ha llegado el momento de atender con agilidad las iniciativas ciudadanas que proponen una plaza, una calle para Bety como protagonista de tantas intervenciones educativas y sociales que han contribuido a mejorar el civismo en Alicante.

No hay adioses ni lamentos, sino el reconocimiento de esta gran mujer, gran profesional que vivió sin sumisiones ni miedos.

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