No se recuerda un verano tan pasado de agua como el que hemos tenido, al punto que, a buen seguro, la Diputación estará replanteándose ya modificar el eslogan de «Alicante-Costa Blanca» por el de «La nueva costa verde», ante tal cantidad de agua que ha caído y que ha mojado muy bien el suelo tan seco que teníamos. Incluso ya están a punto de desaparecer las denominaciones en España de «Río seco».

En consecuencia, está claro que el agua nos ha venido de cine, porque da mucha envidia, de la sana, cuando estás llegando en un avión a cualquier ciudad del norte y, desde el aire, divisas el color verde como símbolo característico de aquellas zonas que son esencialmente lluviosas y que cuentan de muchos días al año con el cielo cubierto, y lloviendo, frente a la luz que disfrutamos en nuestra zona y que ha sido el santo y seña de nuestro ámbito diferencial. No obstante, si ahora ofrecemos luz y sol y el agua empieza a acostumbrarse a venir con más frecuencia, como lo ha hecho este verano, comenzaremos a cambiar el color árido que se ve en muchas zonas por el color verde del que disfrutan en el norte, dicho en tono de broma.

Está claro que ese asentamiento de la naturaleza se produce por la constancia de la lluvia recibida y que aquí nunca lo vamos a tener, de ahí el tono de humor del título que encabeza estas líneas. Pero la sorpresa del «cambio climático» que hemos recibido en el Mediterráneo este verano no puede pasarnos desapercibido. Cierto y verdad es que muchos días caía el agua durante un buen rato para salir el sol después, lo que te da tiempo para «esconderte» y estar a la espera de que «escampe», como suele decirse. Y esto es hasta bonito.

Sin embargo, cuando cae con inusitada fuerza no hace tanta gracia. Así, con la lluvia que cayó el pasado 20 de agosto, las estadísticas nos dicen que fue el día de verano (junio, julio o agosto), con más precipitación acumulada en cualquiera de las ubicaciones históricas en las que ha estado el observatorio provincial desde 1859. Así, los medios de comunicación anunciaron hace unos días que en 160 años nunca había llovido tanto en un día de verano en Alicante. Y, desde luego, nuestros veraneantes se habrán sorprendido al ver tantos días de agua en una zona que se caracterizaba por calor y humedad en la playa, y no lluvia sin parar con cielos nublados y la noche aquella de los truenos y relámpagos que nos asombró con tantas imágenes que circularon por las redes sociales, y que se hacían eco de los rayos que caían sin parar durante aquella noche del mes de agosto de hace unos días.

Pero el problema de la lluvia abundante en un día es que lejos de ayudar causa daños en muchos tipos de bienes, mientras que el agua que se disfruta en el norte es la que cae de forma constante o intermitente, pero en unas cantidades razonables. Aquí siempre hemos mirado al cielo con miedo, porque cuando caía lo hace con fuerza y daño. Y muchos alicantinos han visto perder sus bienes por el efecto de esta caída desproporcionada de agua. Por eso, el agua caída el pasado sábado, por ejemplo, no viene mal, porque se asemeja a la forma de hacerlo en zonas del Pirineo, donde cae agua durante un rato, pero a sabiendas de que más tarde saldrá el sol, y se trata solo de esperar. Por ello, esta mezcla de sol y agua provoca esas imágenes tan espectaculares que podemos presenciar cuando vamos al norte a algunas zonas donde este fenómeno de mezcla se reproduce, como ocurrió aquí el pasado sábado.

En consecuencia, de seguir así vamos a comenzar a cambiar, dicho en tono de broma, nuestro característico emblema de la Costa Blanca por el de la «nueva Costa Verde», porque si mezclamos nuestro espléndido sol con agua que caiga en condiciones prudentes vamos a tener otro producto para vender. Sol, luz, playa y verde. Soñar es muy fácil. Pero es gratis. Y tiene gracia.