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Opinión

Apóstoles por el mundo

No me molestéis, veo las respuestas / esta noche nada malo va a pasar. / Siempre deseé ser un apóstol / y contar al mundo mi verdad. / Escribirla en los evangelios/ para así pasar a la posteridad». Aquellos versos se tarareaban hasta la saciedad en colegios e institutos durante los años setenta y ochenta. Eran de la canción más popular del Jesucristo Superstar que protagonizó y produjo Camilo Sesto en 1975. Costó 12 millones de pesetas. Fue una conmoción. Todavía no había muerto Franco y este país aspiraba a encontrar viento fresco en un régimen donde los preceptos de la Iglesia más ortodoxa habían sido ley durante lustros. Y el musical de nuestro hombre, basado en un original estadounidense, difundió una visión mucho más humanizada de los hombres y mujeres del Evangelio, por primera vez observadas como criaturas frágiles golpeadas en el horrible mundo de la Judea ocupada por la Roma del emperador Tiberio. El motor vital de la obra era el duelo entre Judas Iscariote (interpretado por Teddy Bautista), que sueña con que los discípulos funden un gran movimiento político que se rebele contra el imperio opresor, y Jesús (el propio Camilo) más pendiente de salvar a cada ser humano, más atento a sus debilidades y miedos. Que durante el musical Cristo le preguntara a Dios «por qué he de morir», o buscara consuelo en la prostituta María Magdalena ( Ángela Carrasco), o presentara a Judas no como un simple traidor sino como un soñador frustrado, agitó conciencias. Todo poseía un halo romántico, como si esos apóstoles que anhelaban recorrer el mundo con su verdad imitaran a los guerrilleros andantes de la época. Parte de la Iglesia se tomaba eso muy en serio y tenía sacerdotes luchando en la izquierda: al cura de Xàbia Antoni Llidó lo habían asesinado unos años antes en la Chile de Pinochet. Jesucristo Superstar no era tanto: con más modestia, sirvió para que gente de varias generaciones, muchos creyentes, accediera a los Evangelios con una mirada nueva. Pero entonces, algo así hacía falta: confortó mucho. Y eso, más allá de vender millones de discos, es el legado perenne que deja el cantante de Alcoy al que ayer silenció la muerte.

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