Desde Ciudadanos no se han cansado de explicar que los gobiernos que han formado gracias a la extrema derecha son ejecutivos donde no participa la formación radical ni en ideas ni en cargos. Que ellos, y solo ellos, «son garantes» de que los ultras no pongan en marcha su agenda de odio contra las libertades y que solo su partido, el de Albert Rivera, puede conseguir «invalidar, contener o evitar» que se tomen medidas en contra de las conquistas sociales. Son un partido, dicen, al que tenemos que estar muy agradecidos.

Poco a poco se va cayendo ese argumentario mentiroso y traidor. No son un «muro de contención» al extremismo, al contrario, facilitan que se incumplan las leyes aprobadas en los parlamentos autonómicos, como el de Murcia, para que el respeto de nuestros derechos sea una realidad inapelable. Aceptan la agenda del odio de VOX, por ejemplo, imponiendo en los centros la libertad de las familias para que niños y niñas puedan ser educados o no en el respeto de la diversidad. Como si la educación en valores fuera un menú en el que pudiéramos elegir la xenofobia, el racismo o la homofobia en función de la tradición familiar. A Ciudadanos le está costando mucho encajar su difícil discurso con los apoyos parlamentarios que traen. Sus dirigentes, más preocupados por tocar poder, han vendido la causa por la que dicen que luchaban pero en la que nunca creyeron, porque nuestros derechos son de segunda y porque gracias a sus cesiones se seguirá discriminando y educando en el odio a través del sistema público educativo. Aunque la ley lo prohíba. Da igual el acoso, el riesgo de suicidio o el sufrimiento. Lo único que importa es el poder, su poder. Sus cargos públicos, los mismos a los que les dijimos en Alicante que no podían venir al Orgullo a manifestarse por nuestros derechos mientras se apoyaban en ideas tan retrógradas, se afanaron en decir que no era lo que parecía. Pero los hechos les desmienten y evoca la vergüenza y la indignidad de los partidos viejos que decían una cosa en campaña y hacían la contraria en el Gobierno. En democracia, dignidad, igualdad y libertades no se admiten medias tintas. Ni tampoco tibieza cuando se trata de los derechos humanos y de educación en valores de los menores. Este hecho, el de Murcia, ya constituye una marca en su expediente político. Y cada vez que digan que son un partido que apoyan los derechos LGTBI los activistas se lo recordaremos: vergüenza e indignidad.