Siempre hay quien está peor. España tiene déficit de estabilidad desde el 2016, cuando Rajoy se quedó sin mayoría y el bipartidismo imperfecto (PP y PSOE más IU y nacionalistas) ha ido siendo sustituido por un más complicado pluripartidismo.

Pero Gran Bretaña está peor, inmersa en un proceso agónico desde el referéndum del 2016 que votó (52% a 48%) salir de la UE. Allí la inestabilidad es más grave porque está en juego algo tan traumático como estar o no estar en Europa. Y los conflictos internos amenazan. Si Boris Johnson logra su objetivo (este fin de semana parece que no), Gran Bretaña saldría sin acuerdo de la UE, se abriría la puerta a que Escocia se independizara con bendición europea y correrían peligrosos riesgos en Irlanda del Norte. El fundamentalismo nacionalista de Johnson puede hacer naufragar a Gran Bretaña.

Viendo a Boris fanfarronear de que prefiere morir a pedir otra prórroga a Bruselas, incluso se pueden disculpar los exabruptos del presidente de la Generalitat en su conferencia del jueves en Madrid. Triste consuelo. Vamos a lo inmediato. El próximo fin de semana sabremos si habrá repetición electoral porque Felipe VI debería empezar sus consultas el martes 17 (como tarde) para proponer de nuevo a Pedro Sánchez si tiene los apoyos necesarios. Cinco meses después de las elecciones del 28 de abril estamos pues en un momento crucial.

¿Habrá nuevas elecciones? Es probable, no seguro. El PSOE ganó las elecciones subiendo mucho, pero sólo hasta 123 escaños. Matemáticamente podía sumar con Cs, pero los militantes de Ferraz corearon el «con Rivera no» y ya antes el líder de Cs había hecho del antisanchismo la columna vertebral de su doctrina. En la pragmática derecha económica creen que Rivera ha enloquecido y no se sabe lo que piensa su admirado Macron, que ve en Sánchez un aliado imprescindible (después de Merkel) para gestionar Europa.

La otra opción era apostar por la afinidad ideológica (aunque la socialdemocracia tiene poco que ver con Venezuela) y rehacer el pacto con Podemos que funcionó desde la moción de censura del 2018. Aunque se necesitaba el apoyo del PNV y la abstención de ERC.

Pero se está viendo que estos respaldos no son el obstáculo. Al contrario, presionan a Iglesias para que no impida el gobierno Sánchez, el único posible, y no dar otra oportunidad a la derecha.

¿Qué ha pasado? El gran escollo es que Iglesias se cerró en banda: gobierno de coalición o elecciones, mientras que Sánchez era reticente a la coalición y la actitud de Iglesias en julio le convenció de que un gobierno con Podemos acabaría mal y haría inevitable ir -en peores condiciones- a nuevas elecciones.

Sánchez tiene razones, aunque no todas las explicita. La primera es que afirmar que, sin Podemos en el Gobierno, el PSOE traicionaría, destruye la imprescindible confianza en el socio. ¿Gobernar con los que te acusan de traidor? Y, visto lo visto, habría el riesgo de un gobierno paralelo que criticara al del BOE. Cuando en 1981 Mitterrand formó gobierno con los comunistas, a Georges Marchais, secretario general del muy implantado PCF, ni se le ocurrió pedir entrar en el Gobierno. Asumió que acompañaba. Punto.

Y hay diferencias sustanciales. No sólo sobre Catalunya. Iglesias no ha dicho si en Grecia habría apoyado a Tsipras, que hizo lo inevitable, «costara lo que costara», o a Varoufakis, que fantaseó con derrotar a Alemania. Y sobre Venezuela, «no sabe, no contesta».

Sánchez cree que Podemos ha sido un aliado, pero que no está maduro para los ministerios. Un economista serio cree que si Podemos tuviera la cartera de Trabajo, el temor del empresariado -aún sin amenaza de recesión y aunque el ministro no hiciera nada- paralizaría proyectos.

Sánchez quiere tocar la reforma laboral, pero con cautela. Para combatir la desigualdad y el exceso de temporalidad, sin frenar inversiones y empleo. Gobernar bien es saber «temperar», incompatible con quienes proclaman que es lo mismo que traicionar.

Sánchez ha puesto las cartas sobre la mesa. Iglesias puede elegir entre un pacto de legislatura, investir a Sánchez y ponérselo luego crudo (la opción de IU), o nuevas elecciones. Hay margen, porque para Sánchez las elecciones tienen muchos riesgos. Artur Mas disolvió en el 2012 pidiendo «una mayoría excepcional» y sufrió un serio revolcón. Y lo mismo le pasó más recientemente a Theresa May en Gran Bretaña.