No piensen que me voy a referir a esa herbácea cuyas hojas las consumimos en ensaladas y que su nombre, es factible proceda por el hecho de haberse cultivado en los huertos y jardines conventuales. Por otro lado, esta hierba nos aporta vitamina A, C y E al organismo, y es rica en ácido fólico, con lo cual su contribución a fijar el hierro en la sangre y en la generación de glóbulos blancos es importante.

Pero, nuestro objetivo no es detenernos ni en el aspecto culinario ni el médico, sino en aquellos otros canónigos del Cabildo Catedral de Orihuela que ya no están entre nosotros y con los que tuve alguna relación.

Los recuerdos me acercan a mis años en el Colegio Santo Domingo, en el que al segundo año de hacerse cargo del mismo la Diócesis tras el abandono de los jesuitas, tuvimos, para mí, la fortuna de encontrar a un sacerdote culto, aunque incomprendido muchas veces: Alejo García Sánchez. Este, fue nombrado canónigo en 1960 y lo considero como un excelente pedagogo que intentó incorporar un sistema formativo constituido por unidades didácticas (clases de hora y cuarto, en las que se iniciaba con quince minutos de estudio de repaso, preguntas del profesor, y la la explicación de nueva materia por parte de éste). Don Alejo me facilitó el acercamiento a la cultura musical, al permitirme ausentarme del estudio, para asistir a conciertos, con la condición de que después estudiaría en mi casa. De esa época, y dentro de los cuatro primeros sacerdotes que se hicieron cargo del centenario edificio, Jesús Ortuño Rodríguez, que tras su paso por dicho colegio, se desplazó a misiones en América, siendo luego párroco de Santas Justa y Rufina y nombrado canónigo. En dicho centro tuve de profesor de Latín a Vicente Antón Navarro, al que recuerdo el haberlo ayudado a pintar los decorados para «El condenado por desconfiado» de Tirso de Molina que se puso en escena en el salón de actos. Después, siendo canónigo tuve ocasión de tratarlo en el Archivo Catedral. Como profesor de Religión conté con José Antonio Berenguer Cerdá que, en 1965, era rector del Seminario Menor, y luego, durante muchos años maestro de ceremonias de la catedral.

De aquellos años, en 1961, fue nombrado como canónigo Juan Herrero Guardiola, y de él rememoro un mal momento siendo párroco de San Vicente Ferrer, ya que la víspera de mi boda, para la que habíamos hecho «fuga de parroquia» a Santiago, nos avisó que no se podía celebrar el enlace debido a que, al parecer, faltaba no sé qué papel. Todo se solucionó gracias al Padre Ángel, capuchino párroco entonces de la iglesia del Apóstol, que se echó para adelante y dijo: «Os casáis, y ya vendrá el papel». Y así se hizo el 15 de julio de 1972.

Dentro de mis tareas como investigador, hay algunos sacerdotes que fueron encumbrados a la canonjía. De ellos, Ángel Ferrer Guardiola, siendo párroco de San Andrés Apóstol de Almoradí me facilitó el acceso a su archivo cuando estaba preparando el estudio preliminar del facsímil del «Breve tratado de la fundación y antigüedad de la ciudad de Orihuela», de Francisco Martínez Paterna. De igual forma, en este aspecto también he de reconocer la ayuda que, en todo momento, me prestó Vicente Alba Villar, que antes de ser nombrado canónigo, durante muchos años fue beneficiado sochantre desde 1947, y que según me dijeron siempre mis padres, fue quien me bautizó. También ascendidos a la canonjía siendo beneficiados: Francisco Navarro Aguado (1947), al que lo recuerdo de vicario en la parroquia de las Santas Justa y Rufina, y Fernando Bru Giménez (1946), que lo fue «in pectore».

Son otros muchos canónigos oriolanos con los que tuve relación como Manuel Cayuelas Ballesta, que fue párroco de las Santas Justa y Rufina; Antonio Roda López, propulsor del Oratorio Festivo de San Miguel y párroco del Salvador, cuando tenía su sede en la iglesia de la Merced, y que hizo una gran labor a través de la radio con sus «Cosas que me pasan»; José Soler Cardona, pintor, archivero y asesor religioso de la Asociación de Fiestas de Moros y Cristianos; Antonio Roca Cabrera, José Manuel Ángel Muñoz y Manuel Cagigal Masiá.

De todos estos últimos ya nos ocuparemos en otra ocasión.