En estos días ensombrecidos por la certera ausencia de tu maltratado cuerpo he escuchado y he leído de todo. Pese a que el tiempo y la memoria se encargaron de borrar al hombre que un día fuiste, hoy, los que más te quieren y te admiran te recordamos. Incluso ahora, cuando por fin descansas en brazos de las estrellas que alumbran un cielo infinito la suerte se pone de tu lado y tú Vicente vuelves a estar entre nosotros. Sonriente, orgulloso, afortunado. Las palabras que cuidadosamente han sido escogidas para despedirte te hacen renacer, te homenajean, te dignifican, y a mi como tu hija en estos momentos me reconfortan. A veces lo irónico de nuestra humilde existencia nos sacude y abofetea y sin saber ni cómo, la muerte se vuelve vida.

Recuerdo la primera vez que agarrada a ti con mi pequeña mano visité el diario INFORMACIÓN. La primera de muchas otras. Ese periódico se convertiría en uno de los protagonistas de mi historia de vida y tu pasión por esa incansable profesión fue tu salvación y quién sabe si también parte de tu perdición. Tú oficio Vicente. Tu amado oficio de periodista era a veces sobre todas las cosas lo más importante de tu vida. Y así fui creciendo y creciendo envuelta por tu poderosa imagen, testigo de esa admiración y respeto de la que ahora algunos hablan en las páginas de tu propio periódico.

Pero demasiado pronto tuve que aprender que hasta el más invencible de los dioses tiene un punto débil. Tu propia divinidad hizo de ti la versión más exagerada posible y fuiste arrastrado por la marea en un viaje donde ni siquiera yo, tu ingenua e inocente cómplice, podía acompañarte. No hubiéramos sobrevivido al azote de los vientos, lo sabes Vicente. Solo tú eras capaz de navegar aquellas intensas y oscuras aguas. Ahora sé que ni el más robusto de los barcos resiste a la más feroz de las tormentas y poco a poco el corazón se desgasta y al final se quiebra la madera.

No había acabado el verano todavía y tu marcha nos pilló a todos por sorpresa. Nosotros que ya creíamos en la posibilidad de tu inmortalidad como sobreviviente inmutable de todos los excesos. Curiosamente la vida y yo nos despedimos de ti 32 años después de que nos conociéramos. Otra historia de amor más con un final inacabado. En mi queda el rastro de tu rostro, de tu mirada y de tus talentos. Tú que me diste mi nombre sin llamarte Goytisolo, tú que me diste el amor incondicional a la palabra escrita.

En estos días ensombrecidos por la certera ausencia de tu maltratado cuerpo he escuchado y he leído de todo. Apasionado, caótico, entusiasta, intuitivo, inteligente, brillante, seductor, convincente, hiperactivo, talentoso, irrepetible, arrollador, creativo, amigo, director, gran periodista. Todo eso era Vicente y también era mi padre. Ahora sí papá, ya puedes volver a ser el que eras.