Créanme si les digo que, antes de teclear estas primeras líneas, he estado muchos minutos sentado ante el ordenador, mirando fijamente la página en blanco, sin saber cómo arrancar a escribir. Es la consecuencia directa de la inactividad derivada del paréntesis estival. Pero escribir es como montar en bicicleta, por lo que espero que, una vez que he comenzado a pedalear, las palabras acudan, como las ruedas giran, en torno a los muchos temas que, a buen seguro, habremos de comentar sobre la actualidad ilicitana en los meses venideros.

Recordarán ustedes que en mi último artículo antes de esta pausa veraniega se repasaban algunos de los deberes que nuestros representantes políticos tendrían que asumir a partir de este mes de septiembre; pero también me imponía a mí mismo la tarea de continuar tocando algún tema literario, con el fin de no aburrirles en demasía con la, muchas veces, tediosa actualidad de una ciudad en la que, como en la obra de teatro de Samuel Beckett de la que toma el título esta sección, nunca pasa nada.

Para dar cumplimiento a mi compromiso he leído una novela durante las vacaciones que me permito recomendarles. Se trata de una magnífica obra del escritor mexicano Jorge Volpi, titulada Una novela criminal. El texto, basado en hechos reales, recibió el premio Alfaguara de novela del año 2018. El argumento recrea un polémico caso acaecido en México D.F. la madrugada del 9 de diciembre de 2005. Ese día los mexicanos se desayunaron con una operación, retransmitida en riguroso directo por las dos principales cadenas de televisión del país, en la que la Policía Federal procedía a la liberación de tres ciudadanos que permanecían secuestrados en un rancho de las afueras del D.F., junto a la carretera de Cuernavaca, y al arresto de los dos más que presuntos secuestradores: una ciudadana francesa, Florence Cassez, y su novio mexicano, Israel Vallarta.

La cuestión es que el supuesto directo que los mexicanos presenciaron a través de sus televisiones no fue tal, sino un medido montaje tramado entre la policía y los periodistas, recreando unos hechos que jamás se produjeron, al menos tal y como los televidentes los pudieron presenciar, pero que fue adecuadamente explotado tanto por los que pergeñaron el engaño, como por el poder judicial y el político, que lo dieron por bueno; en un caso como prueba irrefutable para condenar a Florence y a Israel, en el otro para que el entonces presidente de la República, Felipe Calderón, dispusiera de argumentos propagandísticos para respaldar su dudosa política, y sus no menos cuestionables métodos, en la guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado que había emprendido.

Volpi, en su novela, describe de una forma extraordinaria, pero poco convencional, lo sucedido, poniendo al lector frente a la realidad sin ningún tipo de intermediación, empleando para ello el idioma que tenemos la suerte de compartir los hispanohablantes de las dos orillas del Atlántico de una forma soberbia. La verdad aparece ante el lector sin tapujos, aunque esa verdad fuera, en su día, totalmente distorsionada para dar alas a intereses absolutamente espurios.

En definitiva, si aceptan mi consejo y leen Una novela criminal, además de disfrutar con su lectura como yo lo he hecho, se darán cuenta del inmenso poder de influencia, cuando se trata de fines loables, o de manipulación, en caso contrario, que pueden llegar a tener los medios de comunicación, en especial la televisión. De hecho, sin necesidad de mayores disquisiciones literarias, les expondré un caso reciente que estoy seguro todos habrán escuchado, comentado e incluso, por qué no, discutido: la reciente acusación que vertió la cadena de televisión La Sexta, del grupo de comunicación ATRESMEDIA incluyendo al Misteri d'Elx en (sic) «El mapa de las fiestas más machistas que todavía se celebran en España», añadiendo a continuación que «En el Misterio de Elche, que se celebra cada 14 y 15 de agosto, ellos lo son todo, hasta la Virgen. Únicamente hombres y niños representan todos los papeles de la Asunción de la Virgen».

Obviamente, las afirmaciones de La Sexta suponen una grosera reducción al absurdo de una manifestación popular con hondas raigambres culturales, religiosas y etnológicas, que además conlleva una fuerte carga sentimental por ser la más profunda expresión del pueblo ilicitano, compartida por todos, creyentes o no. Por eso, el desafortunado comentario de la cadena precisaba de una rectificación pública, rectificación que sólo podía provenir de la máxima autoridad municipal, en representación de todos los ilicitanos. Así fue, y justo es reconocer que la respuesta dada por el alcalde fue contundente, comedida, didáctica y meridianamente clara. Yo desde luego suscribo el comunicado emitido punto por punto. Otra cuestión es que he echado de menos que los grupos políticos con representación municipal no se hayan manifestado oficialmente al respecto, en especial Compromís, pues tengo la sospecha de que los socios del PSOE en el Gobierno municipal son los únicos que no suscriben las, en esta ocasión, acertadas palabras del señor alcalde.