Éramos jóvenes y estábamos todos locos por el periodismo. Dirigía la nave de INFORMACIÓN Vicente Martínez Carrillo; un tipo brillante e hiperactivo, al que después de media hora de charla nadie sabía decirle que no. La prensa escrita vivía su edad de oro y a las nueve de la mañana en los kioscos los montones de periódicos superaban la altura de un niño de cinco años. Aquel inagotable encantador de serpientes era capaz de meterte en el peor de los marrones profesionales con el mismo gesto beatífico del que te ofrece un regalo del cielo. Era un personaje excesivo y arrollador, con una legendaria habilidad para contagiar entusiasmos y para formar equipos de periodistas capaces de dejarse la piel y las horas en busca de la noticia más redonda. Una noche te invitaba a cenar y al día siguiente te encontrabas subido en un avión rumbo a la redacción de un desconocido diario isleño en el que una atrabiliaria princesa yugoeslava dictaba elegantes crónicas de alta sociedad.

Escribir en un periódico provincial en aquella época era una experiencia apasionante en la que cada día descubrías nuevos aspectos de una realidad compleja y llena de matices. En aquellos tiempos dichosos todavía no se habían inventado ni internet ni los gabinetes de prensa y nadie hablaba de crisis del sector; todos estábamos convencidos de que la capacidad de crecimiento y de influencia de la prensa de papel era infinita. Bajo el distendido magisterio de Vicente Martínez Carrillo disfrutamos de la más rotunda libertad informativa y las presiones políticas, que a buen seguro las habría, se las comía él solito en su despacho sin que llegaran a enturbiar en ningún momento el delirio ordenado de la redacción. De su mano entramos en el periodismo moderno y descubrimos entusiasmados un mundo de nuevos formatos periodísticos, que nos permitían ir un poco más lejos en nuestra obsesiva vocación de contarle a la gente lo que estaba pasando en su ámbito más cercano. Todo nos parecía posible en aquella olvidada edad de la inocencia periodística.

Luego, llegó la realidad. El paso del tiempo se encargó de recordarnos a todos (y a él más que a nadie) que en aquel desenfrenado idilio con el periodismo, entre horarios interminables y tensiones a jornada completa, nos habíamos dejado grandes pedazos de salud y de vida. A nuestro alrededor el mundo cambiaba, las seguridades desaparecían y la crisis económica y la competencia de internet abocaban al sector de la prensa escrita a un durísimo periodo de resistencia.

En estos momentos tristes, golpeados por la noticia del fallecimiento de Vicente Martínez Carrillo, resulta imposible resistirse al consuelo dulce de la nostalgia y es obligado hacer un brindis por los buenos viejos tiempos. Es inevitable echar la vista atrás y pensar que fue un honor y un privilegio participar en una aventura profesional al lado de un hombre irrepetible, que tuvo la rara virtud de tejer una sólida red de complicidades personales y de hacernos soñar que la excelencia periodística era posible.