El diván es todo un clásico, un mueble desde donde se han vertido cientos de miles de historias a través del tiempo y que tomó su protagonismo de la mano del padre del psicoanálisis. Sus orígenes se remontan al siglo VIII en Turquía y en su esencia encontramos el concepto de reunión. Sigmund Freud lo institucionalizó en sus tratamientos sustituyendo a la camilla sanitaria.

Esta cómoda herramienta terapéutica se ha convertido con el paso del tiempo en todo un símbolo para la reflexión. Podríamos tumbar en su estructura a muchos personajes de la historia que fueron atrapados por los desórdenes del alma. La bella y controvertida Marilyn convulsionada por tantos problemas con las drogas, un Charles Dickens sumido en depresiones al igual que Ernest Hemingway, presidentes de los EE UU de América como Abraham Lincoln o Richard Nixon, o emperadores como Bonaparte, son buena muestra de celebridades que podrían haber pasado muchas horas de reflexión y tratamiento en un amplio y confortable diván, bajo la atenta mirada y análisis de un experto en cochambres del espíritu y del comportamiento.

Posiblemente todos y cada uno de nosotros en un momento de nuestra vida, tendríamos que ser coherentes con la realidad y dejarnos acariciar por las telas del diván para ser conscientes de los problemas que atravesamos y poder afrontarlos con entereza y parsimonia. En alguna ocasión tendríamos que hacer una parada en la vida para escudriñar el camino recorrido y el que nos queda por recorrer, sin que los miedos nos agarroten el entendimiento y la razón. No podremos alcanzar cotas de felicidad en estado puro, sin el concurso de los mecanismos de autorregulación.

En cada corte de la historia, son los acontecimientos los que marcan nuestro comportamiento, muchas veces llevados de la mano de la inercia del contexto en el que vivimos, sin la más mínima posibilidad de revelarnos contra ellos, como si estuviéramos presos en su dinámica.

Ahora nos ha tocado vivir una época convulsa y agitada, donde las explicaciones a la conducta propia y ajena están ausentes, porque ni los eruditos, ni los grandes sabios pueden hacer una interpretación coherente de la situación. Nos encontramos bastante perdidos, asistiendo como invitados de piedra a la entrada de una nueva forma de vida colectiva, abandonando un falso estado del bienestar que nos tenía encandilados y entrando de lleno en una realidad fangosa e incierta. Necesitamos desesperadamente de un amplio y cómodo diván que nos ayude a encontrar las líneas maestras de nuestro porvenir.