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Opinión

El poeta que nunca fue

Se ha originado durante estos días en las redes sociales, con muchos shares y muchos likes, una polémica tan tierna como desconcertarte sobre cuál era el color de los ojos de Miguel Hernández. Todo, como contaba ayer mi compañero Juanjo Payá, por una fotografía del poeta cuando era soldado en guerra que fue tomada en blanco y negro, pero que ha sido coloreada ahora, y donde sus pupilas aparecen teñidas de gris claro.

Sin embargo, según Vicente Aleixandre, los ojos del autor de Orihuela eran azules; según su esposa, Josefina Manresa, verdes; y pardos si atendemos a su expediente militar. El problema de fondo es que el poeta, encarcelado por la apisonadora represora del franquismo y fallecido en la cárcel de Alicante de tuberculosis con tan sólo 31 años en 1942, jamás vivió lo suficiente para alcanzar una época en la que las fotos ya a color se hubieran hecho cotidianas. Y, más allá de la anécdota, eso es lo terrible: cabe preguntarse qué clase de poeta habría llegado a ser si no le hubieran metido en una celda, si hubiera disfrutado de una vida longeva y próspera, si hubiera cumplido los cincuenta y los sesenta años; qué versos le habría sacado entonces a la tierra y a los hombres, qué vientos y pueblos habría inventado a través de palabras nuevas. Hay futuros cercenados por las armas y sus masacres que duermen en algún rincón recóndito del universo al que no será posible nunca llegar.

Cuentan que cuando el escritor murió en la celda que había compartido con Buero Vallejo (otro hombre bueno, masacrado) nadie pudo cerrarle los ojos, fueran de la tonalidad que fueran: hay miradas que jamás podrán ser clausuradas por ningún verdugo. Aleixandre escribió sobre eso: «No lo sé. Fue sin música./ Tus grandes ojos azules / abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante/cielo de losa oscura».

Abiertos ya para siempre.

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