Estimado Javier, en nuestra cultura, significativamente, la muerte suele ocultarse, no goza de buena salud y, muchas veces, la sentimos como una derrota. Si tiene lugar el fallecimiento de un ser querido, cuando sucede, aunque sea esperado, siempre nos golpea en algún punto débil. Tú, sin embargo, en tu humanidad, aceptabas esta situación como algo anunciado que llegaría en cualquier momento. El domingo 11 de agosto fui a tu encuentro y el de Lola a una de las salas del tanatorio de Alicante para mostrar mi respeto hacia tu padre que nos había dejado.

En torno a una mesa compartimos con Justo Oliva e Inés Tabar algunos momentos y recuerdos de su energía y su inagotable fuerza para seguir trabajando hasta el último día. Aprovechamos para lamentarnos del desperdigado y desmemoriado modo de actuar de muchas de nuestras autoridades que desconocen cuánto se ha pensado y dibujado en ciertos frentes mientras los trabajos, incluidos algunos de tu padre, Juan Antonio García Solera, yacen olvidados en los cajones y las estanterías de ciertas administraciones públicas. Es muy probable que, a partir de hoy, se sucedan las alabanzas a la figura del profesional y los reconocimientos a una larga trayectoria de más de seis décadas de producción de arquitecturas sobresalientes que ayudaron a definir la fisonomía del Alicante contemporáneo y de muchas otras ciudades de la geografía cercana, hitos sobre los que han escrito voces más que autorizadas ( Jordá, Oliva, Varela, Calduch, López Arenas) porque lo conocieron más de cerca, a él o a sus colaboradores.

Sin embargo, hoy, en homenaje a su memoria y a su modo de ser y hacer, quisiera rememorar algunas piezas que no figuran entre las más celebradas en su individualidad; quizás porque al referir la muerte, que evoca sus propios misterios, uno piensa en los espacios sagrados donde tienen lugar sus rituales, que hasta no hace mucho eran templos y parroquias. Y me gustaría destacar esas obras de tu padre que no se sitúan en primera línea y que han acercado la arquitectura moderna al día a día de las personas. Puede que esta saga comenzase en la desaparecida capilla en la Clínica Vistahermosa, algo miesiana, publicada en las páginas de la revista Arquitectura en 1964.

Juan Antonio García Solera (1924-2019) ha dibujado diversos proyectos de capillas e iglesias; de las ejecutadas, unas forman parte de otros complejos mayores y otras lo son exentas. En todas ellas el espacio se entiende desde la lógica de una geometría regular, modulada y controlada, puesta en obra con materiales que transforman la intemporalidad de la abstracción en una realidad palpable y sensible donde el tiempo hace su aparición poco a poco y refiere la edad. Algunas de sus primeras arquitecturas puede que envejecieran deprisa por su carácter experimental, pero estos lugares religiosos, destinados en parte al alma humana, se posan en la tierra con el peso y la gravedad de sus elementos construidos; la única liviandad se produce en el espacio interior. Son obras un tanto periféricas: sea por su dimensión, por su localización o por integrarse en un conjunto de mayor entidad. Me refiero a las parroquias e iglesias de San Francisco de Sales en Elda, de la Inmaculada Concepción en Torrellano y de María Madre de la Iglesia en Vistahermosa, a las que se suma la capilla del Hogar Provincial a las afueras de Alicante.

Este cuarteto de ejemplos acusa su buen oficio: es el resultado de una investigación desde referencias cultas y muestra el cuidado puesto en los acabados que, con premisas de sobriedad y una paleta restringida, le lleva a compartir la responsabilidad de estos espacios sacros con algunos artistas plásticos amigos ( V. Agulló, J. Mora, J. Belmonte, L. Novoa, R. Soler) cuyas obras devienen fundamentales para vivirlos con convicción; el propio arquitecto siempre se involucra en el diseño de los altares y pilas, parte del mobiliario, los vía-crucis, la cerrajería y las vidrieras. Estas arquitecturas difícilmente pueden funcionar como contenedores genéricos producto de una fórmula magistral, sino que responden a una comunidad, a un lugar, a una tradición y a un tiempo determinados. Y estas características tan sencillas se reúnen en estas obras, cada una de las cuales supone un pequeño experimento y refleja una nueva referencia desde la cultura arquitectónica de su tiempo.

Todos estos recintos sacros se configuran como espacios íntimos e introspectivos, por lo que en todos se repiten las constantes de perímetro de cierre, dosificación de la luz, austeridad de formas y acabados, diseño integral coherente y atención al usuario en los detalles de mobiliario y en la selección de los materiales que permiten el aislamiento del exterior. García Solera, huyendo de las grandes dimensiones, levantando con materia los volúmenes abstractos de la modernidad, limitando el número de elementos, cuidando la construcción y dejando las texturas aparentes para que fuesen apreciadas por los sentidos, ha logrado obras más humanas y cercanas, con el reto de hacer cotidiano y amable el arte abstracto del siglo XX.

El lunes 12 de agosto se celebró el sepelio de tu padre. Él eligió que las exequias tuvieran lugar en la concatedral de San Nicolás, un templo radical en su geometría (un cuadrado y un círculo en planta y en sección), austero en su materia pétrea, cerrado por un muro exterior grave y casi ciego, con un interior rotundo por su espacio unitario sin concesiones y una iluminación natural justa procediendo de escasas aberturas en lo alto. Frente a la opacidad externa, San Nicolás supone un lujo de espacio diáfano en su interior. No dudo que muchas personas se acercaron a esta última despedida. Puede que algún periodista se extrañase de la presencia de tanta gente y se preguntase a quién se homenajeaba en esa ceremonia. Quizás alguien de los presentes, algunos hombres y mujeres corrientes, como en el entierro de Michel de Klerk en 1923, respondió que este arquitecto fue el artífice de la casa de sus sueños.

No dudo que esto pudo suceder, como no dudo que, dentro de unos años, cuando se revise de nuevo el pasado de la arquitectura que siempre está presente, estas obras erigidas con materias concretas a la vista y materiales abstractos ocultos, que acusan las huellas del paso del tiempo y son modernas, se situarán en primer plano porque han colaborado a construir el sentimiento de identidad y pertenencia de las personas a su ciudad, su época y su cultura, además de acoger a la comunidad y contar con un futuro lleno de posibles rehabilitaciones. Porque estas obras de arquitectura, como su autor, forman ya parte de nuestra historia y se quedan con nosotros, como los recuerdos queridos. La última vez que coincidí con tu padre fue con motivo de la exposición Spatia Sacra, en marzo de 2018, en el Museo de la Universidad de Alicante. Allí, los miembros del equipo humano del montaje nos fotografiamos en compañía del maestro que nos había ayudado con sus originales y su humilde disponibilidad. No pensé que aquella instantánea se convertiría en un recuerdo tan precioso. Un abrazo muy fuerte en memoria de tu padre.