No hay mejor forma de evadir la responsabilidad que negar la mayor. Aquí no ha pasado nada y, quien diga lo contrario, miente como un bellaco. La estrategia tiene el éxito asegurado en este país, repleto de almas cándidas y donde nuestros políticos -los de hoy, los de ayer y los de pasado mañana- hacen buena gala de ella. Para qué tragar sapos cuando se puede convencer al respetable de que todo va bien. Ahora bien, es sangrante que se recurra a estas triquiñuelas cuando anda en juego la salud del personal. Y es que, contarnos ahora que la Sanidad va de narices, tiene guasa.

Durante el veranito, ir al médico acaba siendo una odisea. La prensa canalla y algún que otro malévolo sindicalista se han permitido dudar de los tiempos de respuesta del sistema sanitario valenciano. Dicen que, para ser atendidos en un Centro de Salud, la demora ha llegado a ser de 12 días. Parece que las críticas no han sentado nada bien en la Conselleria de Sanidad, hasta el punto de que la propia consellera, Ana Barceló, ha tenido que salir a la palestra para dar explicaciones. Por cierto, es llamativo que sea la jefa quien tenga que capear el temporal. Supongo que el resto de la tropa estaría de vacaciones o, tal vez, sin mucho interés por cubrirle las espaldas. Mal presagio para una casa bien compleja de dirigir. En fin, que Barceló tuvo que echarle valor para afirmar que la espera «no se alarga más de uno o dos días». Vaya, que lo del retraso en atender a los enfermos es peccata minuta. ¿Realmente lo cree así?

Como uno ya desconfía de todo quisqui, acabé por comprobarlo de motu proprio. Ahí me tienen, intentando confirmar quién era el malo -o la mala- en este nuevo ejercicio de posverdad, porque es obvio que alguien miente. Consulto cuándo podrían darme cita en mi centro de salud y, miren por dónde, acaba siendo la consellera quien falta a la verdad. Quizás conscientemente o, tal vez, por información desleal de sus subordinados. Vaya usted a saber. La cuestión es que ni sindicalistas, ni periodistas, andaban tan mal encaminados. Los dichosos 12 días eran ciertos -en mi caso también- y no crean que la situación ha mejorado con el paso del tiempo. Transcurrida más de una semana desde que Barceló afirmara que se trata de «algún caso puntual», corroboro que puedo seguir quedándome a la espera porque el caos es el mismo. Me cuentan que andan comprimiendo las agendas para que cuadren los números. Ni así.

Nos la han metido hasta el corvejón, pero aquí no pasa nada. Ojalá todo fuera eso porque, al fin y al cabo, el asunto acabará siendo una tormenta de verano. Eso sí, de todos los dichosos veranos. Cosa distinta es que también se haga negación de las largas esperas de horas y horas para pillar cama en un hospital. Claro está que las vergüenzas siempre pueden taparse recurriendo a utilizar los pasillos en una suerte de «solución habitacional sanitaria», como diría la exministra socialista Antonia Trujillo. Ya no basta con renunciar a la intimidad de una habitación individual, todo un lujo en la sanidad pública valenciana. A este paso, habrá que traer la cama desde casa.

Más graves son los retrasos en determinadas pruebas exploratorias, que han obligado a intervenir al Síndic de Greuges. La angustia de esperar más de un año para confirmar un diagnóstico de cáncer, es una muestra palpable de la deshumanización que se inicia en los despachos. Los responsables de que una colonoscopia exija esperar 14 meses y un desplazamiento de 60 kilómetros, como ocurre en Castellón, siguen sin dar la cara. Tampoco es que en Alicante o en Valencia vaya rápido esto de meternos el tubo por el orto. Nada extraño cuando, en el último año, se ha incrementado en un 36% el número de valencianitos que esperan más de seis meses para ser operados. Resultado que, dicho sea de paso, ha sido cosechado por buena parte del equipo que actualmente dirige la conselleria. Se acabó la mala costumbre de echarle la culpa al cha-cha-chá.

Mientras tanto, el personal está hasta la coronilla de tanto burócrata meapilas. Pero la sanidad valenciana va bien. De cojones, diría yo. Lo jodido es que no hay motivo alguno para creer que el futuro inmediato vaya a ser mejor. No por la falta de intención de los dirigentes del cotarro -que no dudo que la tengan, aunque sea poco fructífera-, sino de la falta de combustible y piezas adecuadas. Entiendan la metáfora porque, al hablar de combustible, es obvio que me refiero al presupuesto; las piezas, evidentemente, corresponden al equipo. Aquí es donde habrá que meter mano y dejarse de monsergas.

La asfixia económica de la Generalitat empieza a ser alarmante y al conseller de Hacienda, Vicent Soler, no le ha quedado otra que recortar 500 millones del presupuesto de este año. La medida es grave, pero menos que anticipar el cierre del ejercicio, aunque no duden de que éste será el próximo episodio. Cerrado el grifo de los ingresos, hay frenar los gastos y esperar tiempos mejores para enfermar. Seguimos rehenes del tira y afloja de Madrid, con un gobierno interino y una oposición alargando esta legislatura que nació muerta. Añadan la inoportunidad de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, que lejos de mover ficha para pagar lo que se debe, reclama que seamos generosos. Nos sobra generosidad, buena moza, por más que el sistema de financiación sea una estafa para los valencianos, como ha reconocido el propio conseller Soler. Lástima que luego, en el Senado, los propios socialistas hayan bloqueado el debate sobre el sistema de financiación. ¿Dónde carajo quedó la defensa del territorio?

Dineros aparte, me pregunto si el equipo directivo de Sanidad es el más idóneo en estos momentos. Por primera vez, la Conselleria de Sanidad no cuenta con ningún alto cargo procedente del sistema sanitario público, excepción hecha del director general de Farmacia. Entre más de 60.000 trabajadores, el Govern del Botànic (versión 2.0) ha sido incapaz de encontrar a nadie. Cuesta creerlo, pero así es. Por cierto, atención al galimatías que puede acabar ofreciéndonos el «mestizaje» entre PSPV y Compromís porque habrá que ver cómo gestiona Isaura Navarro -secretaria autonómica de Sanidad, exdiputada de Compromís y abogada de CCOO- su papel secundario en la película. Un puesto habitualmente reservado a un profesional sanitario que, en esta ocasión, ocupa una profesional de la política a la que, por el momento, no se le ha visto dar la cara ante las quejas veraniegas. ¿Recuerdan cómo acabaron tarifando, en la anterior legislatura, Carmen Montón (PSPV) y su segunda de abordo, Dolores Salas (Compromís)? Pues la dupla actual ya debe estar más pendiente del fuego amigo que de los problemas diarios. Motivos tienen para ello.

Pero todo va bien. Solo son casos puntuales ¿verdad?