Resultan un tanto patéticos los intentos del Partido Popular por contentar a Vox cada vez que se produce un nuevo asesinato por violencia de género. Los eufemismos con los que se refieren a estas muertes desde que los votos de Vox fueron blanqueados por Pablo Casado para conseguir acuerdos nos recuerdan a la utilización de excusas y absurdas mentiras que suele poner en práctica el Partido Popular con todo lo que tenga que ver con la corrupción y el encarcelamiento de varios de sus principales dirigentes populares de los últimos veinte años. Pretender congraciarse con los ultras del partido verde a costa de ningunear un problema gravísimo que gracias a la llamada Ley de Violencia de Género nos ha situado a la cabeza de los países europeos con protección especial sobre las mujeres que son víctimas de violencia respecto de sus parejas sentimentales y, por tanto, abusándose de la situación marital que en ocasiones coloca a la mujer en una situación de dependencia, dice muy poco de un partido político. Querer a toda costa el apoyo de un partido que niega la existencia de un problema básico y cuyas ramificaciones se extienden de manera horizontal a otros ámbitos distintos de la propia relación sentimental entre un hombre y una mujer que motivan los malos tratos y en ocasiones el asesinato, supone cruzar una línea muy importante en cuanto al desarrollo de la democracia.

El sistema político español, nuestra democracia, que tanto se empeña el PP en hacernos creer que es algo propio de su ideario ya que, al parecer, se considera heredero de la UCD por el simple hecho de haber colocado con calzador en el Congreso de los Diputados a Adolfo Suárez Illana - al que por otra parte agradecemos su prolongado silencio después de sus estrambóticas opiniones pre veraniegas -, es un sistema, repito, que debe desarrollarse y adaptarse a una sociedad que evoluciona en el ámbito del desarrollo de los derechos humanos y las libertades individuales. De igual forma que resultó completamente fuera de lugar y contradictorio que el PP se opusiese a la Ley de Matrimonio Homosexual cuando muchos de sus militantes lo son y que, por cierto, pudieron cumplir su deseo de casarse gracias a esta ley, su brujuleo verbal para contentar a sus socios de Vox y al mismo tiempo no terminar de asumir las tesis ultras contrarias a la existencia de un problema muy difícil de atajar si no existe un acuerdo de todos los grupos políticos. Antes o después el PP tendrá que pedir perdón por haber condicionado el apoyo de Vox a haber relativizado la existencia de lacra de la violencia de género.

Existe, por tanto, un problema real que es el de la violencia de género. Un problema que afecta a los hombres ya que son los que ejercen la violencia física sobre la mujer por el hecho de que puede hacerlo. Esto es algo objetivable. No está sometido a discusión. No significa que todos los hombres sean culpables o posibles maltratadores: sólo lo son los que ejercen la violencia. El populismo político de derecha español ha encontrado un caladero de votos en el votante masculino de cierta edad machista y contrario a que la sociedad española avance hacia la libertad y hacia un mundo más justo e igualitario. Pretende que los privilegios que ha tenido el hombre desde la edad media gracias a la intervención de la Iglesia Católica permanezcan. A ello hay que añadir el ultra conservadurismo que se impuso en España durante la dictadura franquista. Reminiscencias franquistas que todavía permanecen. Si se pensaba que una dictadura cae el día que muere su dictador estábamos muy equivocados. El colosal engranaje que puso en marcha el franquismo para acabar con las tímidas libertades y avances que puso en marcha la Segunda República fue mayor de lo que creíamos.

Una vez dicho esto conviene recordar que la principal arma en la lucha contra la violencia de género es la propia mujer. Aunque las campañas publicitarias e informativas que vemos en los medios de comunicación se central en el único culpable, el hombre, no debe olvidarse que los asesinatos machistas son el último eslabón de una cadena de violencia creciente que muchas de las víctimas soportan, asumen e incluso en ocasiones justifican. Se comienza poniendo una cámara de vigilancia en casa con cualquier disculpa o controlando de manera física las salidas nocturnas con sus amigas de una mujer. El fin de ello es controlar su mente para que su manera de ser se vea condicionada sin ser consciente de ello. De ahí a mentir a su círculo de amistades más cercano o a inventarse una vida paralela inexistente solo hay un paso. La pregunta que nos hacemos debe ser: ¿por qué un número mujeres más amplio del que se pueda pensar y de cualquier condición social se sienten atraídas por hombres que comienzan su escalada de violencia ninguneándolas como mujer o controlando sus movimientos?