El verdadero encanto de lo provisional radica en la esperanza, y la certeza, de que en un tiempo más o menos breve o más o menos largo todo cambiará en positivo. La expectativa de quien acepta una condición provisoria en su vida es que modificará su situación antes o después y ese es el aliciente que sustenta su presente.

Cuando tenemos plena conciencia de que estamos en una situación de mera acción transitoria, nuestra forma de percibir la realidad cambia por completo, hasta el punto de que nos importan cosas que en caso de ser definitivas no aceptaríamos. Circunstancialmente podemos trabajar en un lugar incómodo, que no reúne condiciones, porque sabemos que esa situación cambiará en un breve espacio de tiempo.

Otra cuestión radicalmente distinta es cuando lo provisional lesiona nuestros intereses o nuestra propia vida. De eso sabe bastante la jurisprudencia que tiene que lidiar diariamente con multitud de asuntos relacionados con este extremo. Si el juez dicta prisión provisional para un imputado en un delito, le está privando de libertad, así como de todos los privilegios que ésta acarrea, siendo aún una persona con presunción de inocencia, es decir, que pasados los días, meses o años de encarcelamiento, podría darse la circunstancia de que ese individuo en particular fuera inocente de los hechos. De una forma o de otra se estaría cometiendo una clara injusticia, o con la persona o con la sociedad.

Sin querer nos pasamos media vida en situaciones eventuales. Cuando somos pequeños absolutamente todo se convierte en transitorio y cualquier decisión es tomada por los adultos. En la juventud tomamos caminos de quita y pon, nuestro primer empleo es una interinidad al que será, sin duda, el trabajo de nuestros sueños; el primer novio o la primera novia suele ser tan fugaz como el acné de la cara; el primer coche es el que podemos adquirir con los escasos recursos que contamos, pero que no se aproxima ni en el color a lo que realmente aspiramos en el futuro; la vivienda que alquilamos por primera vez, aun siendo un auténtico cuchitril inmundo, nos puede parecer un palacio porque tenemos la plena seguridad de que mejoraremos.

Con la edad las eventualidades se van reduciendo porque nuestro punto de mira varía en cuanto a la temporalidad y todo nos parece mucho más corto. De esa forma son muchos los que acaban malviviendo en su primera casa, aquella que con total provisionalidad alquilaron hace cuarenta años y de la que no han conseguido salir. Quien dice la casa dice la vida.