Recordarán la canción de León Gieco, cantada magistralmente, desde lo más profundo de su sentimiento, por esa gran exponente del folclore argentino, la recordada Mercedes Sosa. El mundo que nos ha tocado vivir es indigesto. Nos cuesta deglutirlo cada vez más. La injusticia social cotiza enteros en el mercado circundante. Vemos en las pantallas de nuestros televisores las más mas abyectas atrocidades en segundos. Y cuando hieren nuestra sensibilidad -que es algo así como la vergüenza de nuestra especie- cambiamos de canal en un plis-plas, a modo de borrado inmediato de la pérfida faz de la indignidad. La injusticia social está ahí, por mucho que miremos para otro lado. Cada vez más, advertimos con tristeza, que la indignidad se abre hueco ante un cierto estoicismo comunitario. Los inmigrantes del barco «Open Arms» ha sido un nítido exponente del rechazo al desigual, dando vueltas en el Mediterráneo feliz, sin que ningún país quisiera recibirlos. ¿Saben cuál ha sido su principal pecado? Que son pobres y desarrapados, hambrientos y muchos de ellos perseguidos, pidiendo asilo. La injusticia social anida ya en nuestras sociedades ahormando cuerpo, haciendo requiebros justificativos.

Se advierte, incólume, en situaciones de discriminación o segregación de personas por razones plurales. Se advierte en la actividad humana que altera drásticamente sus sistemas ecológicos (incendios de Canarias, Amazonas, etcétera). Se advierte en la «desigualdad», que es la misma consecuencia/ derivada de la injusticia social. La violencia de género es la elevación infinitesimal de la degradación humana y no cabe trocarla con la doblez espuria del lenguaje, llamándole torticeramente violencia intrafamiliar desde el conservadurismo extremo; como la trata de personas (esclavitud o explotación laboral, sexual, cualquiera otra forma de esclavitud).

Es injusticia social que los partidos políticos miren continuamente sus ombligos - van a quedarse bizcos- y permanezcan impasibles ante la toma de decisiones de grueso contenido social (subida a pensionistas, retribuciones de funcionarios, fondos para nutrir las escuálidas arcas de las CC AA, etcétera).

Hay que reivindicar la Justicia Social, que no es una frase estereotipada o huera; es el valor que promociona el respeto igualitario de los derechos y obligaciones de cada ser humano. En nuestra Constitución de 1978 el Estado social procura estar presente desde una triple dimensión: i) la interacción entre Estado y sociedad o la implicación estatal en los problemas sociales y económicos, frente a la tradicional inhibición liberal; ii) la procura existencial (derecho al trabajo y remuneración adecuada, así como prestaciones sociales), y iii) la consideración del Estado como Estado distribuidor (papel activo frente a desvalimientos sociales).

Muchos conciudadanos desconocen que hay un día mundial o internacional de la «Justicia Social» que es el 20 de febrero. Fue establecido por la ONU como una forma de conmemorar y velar por este valor social trufado de dignidad (art. 1.1 CE). A nadie escapa que la justicia social enfoca sus esfuerzos en la búsqueda de la equidad. Y dentro de la justicia social hallamos la justicia distributiva (el aporte que cada uno debe a la sociedad). Ese día busca apoyar la labor de la comunidad internacional enfocada a eliminar la pobreza, promover el empleo pleno y el trabajo decente, la igualdad entre géneros y el acceso al bienestar social de todos. Como decía la canción: «que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo, sin haber hecho lo suficiente».