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El Indignado burgués

La noche es oscura y alberga horrores

En una seria antigua de televisión, «Canción Triste de Hill Street», después de la reunión matutina para distribuir servicios y labores, el sargento les recordaba con tono paternal: «Tengan cuidado ahí fuera», una preocupación que compartían los trenes franquistas cuyas ventanillas advertían de que «es peligroso asomarse al exterior». Cada vez estoy más convencido de que esa actitud era premonitoria del nuevo orden que estaba por llegar, con estados policiales, miedo al diferente y miles de incomodidades en cuanto asomas la patita fuera de tu castillo.

Estoy tratando de asimilar -y con ustedes hago terapia, de forma que me ayudan aunque no quieran- que me voy de vacaciones. Ya sé que para la mayoría de las personas irse de vacaciones equivale a abrir la caja de bombones de «Forrest Gump», donde todos son diferentes y encierran un mundo en su variedad de envoltorios, texturas y sabores. Para mí supone encerrarme con la bruja roja Melisandre de «Juego de Tronos» y aceptar que «La noche es oscura y alberga horrores».

Lo digo cada verano y lo volveré a repetir una vez más: hacer turismo es de pobres. Cuando los económicamente débiles (me encanta el eufemismo) tenemos derecho a utilizar servicios o consumir productos que antes no estaban al alcance del común de los mortales, no es que hayamos ascendido en la escala social, es que a lo que hemos accedido ya no es lo que era. Miren las angulas, que lustrosas están y a qué precios, mientras que las gulas son simplemente harina de pescado. Ni es igual ni da lo mismo, por mucho que les vendan la burra.

El turismo es tan antiguo como la tos; he visto en los templos egipcios inscripciones de « Pepito estuvo aquí» anteriores en un milenio a que las arenas cubriesen su recuerdo. Demuestra la anécdota que el ser humano es hortera en su origen, no adolece de una tara moderna, si bien las redes sociales ayudan a difundir el modelo. Los circuitos turísticos contemporáneos son un invento de los «british». Hordas de niños pijos al terminar su formación iban a dar por saco a los indígenas en sus territorios, que sus papás no querían para nada que les revolucionaran la «city». Así nace el invento del «Grand Tour», un viaje de descubrimientos personales que podía durar mientras el cuerpo del viajante y la cuenta corriente del progenitor aguantase, a países exóticos y mediterráneos, nada de irse a sus propias colonias a molestar. Italia, Grecia y Egipto como cunas de civilizaciones eran los lugares favoritos y algunos se perdían por sitios más exóticos, incluso por la España de flamencas, bandoleros y panderetas.

Obviamente estos viajes, aunque eran incómodos dada la falta de infraestructuras, tenían ventajas innegables: no había que hacer cola para entrar en un museo y no te quitaban los zapatos y el cinturón en un control de seguridad. Y luego ibas a Venecia y llevabas una carta de recomendación para el Conde Fulanito que te albergaba seis meses espléndidamente y Canaletto te pintaba un selfie frente al Gran Canal. Si ibas a Egipto seguro que en vez de baratijas de plástico guarrero hechas en Asia comprabas algún expolio de las tumbas que aumentaría un patrimonio familiar producto de expolios y robos diversos. «Lo ha traído el nene de Tebas», diría la orgullosa madre a sus visitas, aunque la momia oliese a rayos y fuese inmediatamente relegada a un sótano lleno de trastos viejos. Así también viajaba yo.

Ahora los británicos que viajan lo hacen masivamente a Benidorm y no me quejo, que se dejan una pastita, pero en vez de gentleman, los que veranean son la clase trabajadora y cambian las circunstancias como de aquí a Lima. Es verdad que el turismo es ya un asunto de pobres y vamos de aquí y para allá como ovejas sin pastor, comiendo la hierba de nuestro prado y la del ajeno, metiendo las narices donde no nos llaman y degradando el mundo como plagas de langosta. La diferencia es que los pobres somos muchos y pretendemos ahorrar para la hipoteca, mientras que los ricos son pocos, no molestan y tienen unas cuentas corrientes nada corrientes.

Por eso los mandamases, que son muy listos, han puesto coto a nuestros desmanes. Si las compañías aéreas bajan los precios, ellos mandan más seguratas a los aeropuertos para que nos revisen hasta el cielo de la boca. Es para nuestra seguridad -dicen- pero la verdad es que su intención es aburrirnos a unos cuantos y que nos quedemos en casita viendo series. Nunca viajar ha sido más cómodo, por las facilidades que hay, y más incómodo, por los problemas que te encuentras.

Y ahora, encima, vas a cualquier parte y después de pagar religiosamente la factura del hotel y los extras, te pasan una notita con la tasa turística que tienes que pagar en efectivo. No es por fastidiar a los hoteleros de aquí, que fuman en pipa ante la posibilidad de que en la Comunidad Valenciana se implante, pero no me parece justo que yo la pague en Budapest, o en Londres o en el Tirol o en Barcelona y los que vienen tan ricamente a Alicante, por poner un ejemplo, se libren de ella. Hombre: o todos o ninguno, no fastidien. Ya sé que han hecho sus cuentas y a ustedes les conviene que no, que sus tarifas ya están muy ajustadas, pero?

El año que viene para sacarme de mi biblioteca tendrán que usar Goma 2. Quedan advertidos.

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